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El siglo de la pos verdad y el populismo autocrático

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Mientras el siglo XX fue el siglo de los totalitarismos, nuestro siglo es de los populismos autocráticos y la posverdad. Hoy es un lugar común afirmar que la tiranía ya no es consecuencia de golpes de Estado sino de la elección democrática de un líder carismático que, mediante la manipulación, destruye todo a su paso para aferrarse al poder

Ramón Escovar Alvarado*

Hannah Arendt afirmaba que el poder podía destruir la verdad. La teórica política se refería a los totalitarismos del siglo XX, que no solo llegaron a controlar todos los aspectos de la vida, sino que lograron apoderarse del registro de los hechos, falsificar la realidad y reescribir la historia. La Gran Hambruna China es un ejemplo de esta afirmación a la que Arendt se refería.  

Entre quince y cincuenta millones de personas murieron a causa de esa tragedia, según datos extraoficiales. Sin embargo, las fuentes oficiales no reportaron el número de muertes y, más bien, falsificaron la verdad a través de un estricto control sobre los registros y los testimonios. Así, por ejemplo, las cifras oficiales indicaban que de 1957 a 1961 la economía china había sobre-producido granos. A los médicos les estaba prohibido colocar “desnutrición” como causa de muerte. Cualquier persona que denunciara la tragedia era tildada de “derechista conservador” y se le castigaba. Hubo casos de canibalismo al mismo tiempo que la propaganda del régimen distribuía fotos de niños felices sobre campos de cereales que, en la realidad, eran actores posando sobre montajes fotográficos. 

La utilización de la mentira como herramienta de dominación es parte de lo que George Orwell, en su novela 1984, llama el double think. El propósito de este concepto ficticio era garantizar la infalibilidad de la estructura de poder y dosificar al proletariado mediante la eliminación de la posibilidad de realizar comparaciones históricas. Se manipulaban los hechos y la propia ideología para beneficiar los intereses inmediatos del sistema. 

La esencia del double think es común a toda experiencia totalitaria. En los totalitarismos, los hechos y la ideología son siempre flexibles y están en constante movimiento, en revolución son permanentes. La realidad es aquella que conviene al poder.

El poder sin límites también se apodera del lenguaje. El significado de las palabras se vuelve flexible, contradictorio y totalitario. Para referirse a este fenómeno Orwell acuñó el término neolengua. El objetivo de la neolengua orwelina era eliminar la libertad de expresión, la consciencia y hasta la propia identidad de los miembros de una sociedad. En el mundo ficticio de 1984, la palabra “blanco-negro” podía tener un significado completamente opuesto dependiendo de si era aplicada a un opositor o a un partidario del régimen. Las autocracias de nuestros días utilizan la neolengua como instrumento de dominación. 

Mientras el siglo XX fue el siglo de los totalitarismos, nuestro siglo es de los populismos autocráticos y la posverdad. Hoy es un lugar común afirmar que la tiranía ya no es consecuencia de golpes de Estado, sino de la elección democrática de un líder carismático que, mediante la manipulación de los sentimientos de las masas, destruye las instituciones, las libertades y el Estado de derecho para aferrarse al poder. Democracia y libertad han llegado a convertirse en términos opuestos. Los populistas autócratas utilizan herramientas totalitarias y pueden llegar a tener fuerza suficiente para desafiar la verdad ¿Lograrán destruirla y controlar todas las esferas de la vida como lo hicieron los totalitarismos del siglo XX?

Posverdad

La posverdad se refiere al fenómeno contemporáneo de construir la opinión pública a partir de sentimientos, prejuicios e ideologías, y no de hechos objetivos. Elimina la relación de correspondencia entre proposiciones y hechos objetivos. Su efecto esencial es la destrucción de la distinción entre verdad y mentira. La manipulación de los sentimientos de las masas es hoy un arma política más poderosa que las bayonetas. Hitler fue elegido democráticamente y llevó a la Alemania de Einstein a cometer crímenes abominables a pesar de la vigencia de la Constitución de Weimar. 

La posverdad va mucho más allá de la creación de medios alternativos de información que puedan presentar una perspectiva diferente de la realidad. Se trata del envilecimiento del proceso de construcción de la verdad: los hechos son sacados de contexto, falsificados y manipulados de manera que puedan adecuarse a una narrativa política. La simple opinión tiene preeminencia sobre lo que Arendt llamó verdad factual, aquella que consiste en hechos objetivos perceptibles y que se diferencia de la verdad científica (por ejemplo: 1+1= dos). 

Este fenómeno es el que el legendario senador de los Estados Unidos Daniel Patrick Moynihan criticó con su famosa frase “Everyone is entitled to his own opinion, but not to his own facts.” (Toda persona tiene derecho a su propia opinión, pero no a sus propios hechos). Moynihan transcendió el partidismo norteamericano y fue considerado por muchos el mejor intelectual entre los políticos desde Lincoln, y el mejor político entre los intelectuales desde Jefferson.  La idea que, a través de su frase, buscó destacar es que la preeminencia de la opinión sobre la verdad factual trae como consecuencia que aceptemos o descartemos los hechos dependiendo de cómo estos nos hacen sentir. Los hechos han pasado a formar parte del market place y, en consecuencia, el hombre puede elegir cuáles son verdad y cuáles son mentira.  

Las fake news y las teorías conspirativas son herramientas de la posverdad. El elemento determinante de la primera es la intención de desinformar mediante la divulgación de información falsa o engañosa que aparenta ser verdadera. Al igual que la propaganda en los sistemas totalitarios, busca lograr dominación. Por su parte, las teorías conspirativas apelan a una categoría de lógica estricta opuesta al sentido común. Al igual que las fake news, eliminan la capacidad de distinguir entre lo que es verdad y lo que es mentira.

La amenaza a la realidad de nuestra época es diferente a la de las épocas de los totalitarismos.  En el siglo XXI confluyen los escombros del posmodernismo, el nihilismo y la posverdad. Para el posmodernismo no existen verdades objetivas ni respuestas correctas o incorrectas. Cada cual asimila la realidad con sus valores, prejuicios y enfoques particulares: la verdad es relativa. Por esta razón el conocimiento es una expresión de dominación y busca imponer una narrativa. Ahora bien, si todo es cuestión de perspectiva, ¿Cómo es posible el progreso de la humanidad? La respuesta a esta pregunta derrumba la tesis del posmodernismo. Sin embargo, su legado aún persiste en la cultura universal y se entrelaza con el nihilismo, en el cual, además, la política pierde su sentido de libertad y excluye los parámetros morales. El hombre nihilista carece de identidad, es presa fácil del terror y cree haber tomado el lugar de su valor más supremo (Dios). 

La confluencia del posmodernismo, la mentira y el nihilismo, destruye la verdad, su distinción con la mentira, desdibuja la democracia y, lo que es peor, pervierte la política, cuyo sentido de libertad se transforma en dominación de todas las esferas de la vida. Esta es la esencia del populismo autocrático de nuestros tiempos de posverdad.

Populismo autocrático

George Orwell afirmaba que la retórica política sirve para hacer que las mentiras suenen sinceras y el asesinato respetable. Política y verdad siempre han estado en tensión. 

El propio Maquiavelo destacó el rol de la apariencia como expresión de virtud política. De acuerdo con el florentino, el éxito político requiere adecuar los valores morales a un objetivo concreto: aumentar y mantener el poder. Los parámetros de bueno y malo que rigen la vida privada no siempre deben ser aplicables en la esfera pública. En esta esfera la apariencia de virtud es más importante que la virtud en sí misma y, por lo tanto, la mentira y el engaño son justificables. El político debe ser tan feroz como un león y, a la vez, tan astuto como un zorro.

Los totalitarismos del siglo XX trajeron como consecuencia que la política se convirtiera en lo contrario a la libertad.  Hoy, gracias al populismo autocrático, también se opone a la realidad. El rol del político se reduce, en principio, a la narrativa y al espectáculo. El reto del liberalismo contemporáneo es vencer el germen del populismo que desdibuja a la democracia y secuestra las banderas liberales para establecer un sistema tiránico. 

El profesor Marc Lazar, de la universidad Science Po, considera que el populismo del siglo XXI constituye una nueva forma de gobierno. La define como populcracia (la peuplecratie). Según el catedrático, esta se erige sobre las ideas de soberanía ilimitada del pueblo y democracia inmediata. El líder es la encarnación del pueblo. No hace falta instituciones que intervengan o se interpongan en la relación entre ambos. Los movimientos de masas desplazan a los partidos políticos y toman su lugar. 

Lazar afirma, además, que la populcracia no es una ideología sino un estilo que entrelaza demagogia, posverdad y polarización extrema (intensificación del criterio político schmittiano “amigo-enemigo”). Los avances tecnológicos, el Internet y el auge de las redes sociales la facilitan.  Para el profesor francés el primer paso para vencer el populismo autocrático es comprender sus orígenes sociales, políticos y culturales. 

Las crisis económicas que afectan a la mayoría de los países del mundo también generan profundas desigualdades sociales; en muchos casos, han menoscabado la movilidad social que produce el liberalismo. Las instituciones no se han adaptado a las necesidades de nuestro tiempo. El modernismo, además, ha erosionado la dimensión plural del hombre, cuyo rol ha quedado reducido a ser miembro de la sociedad de masas, sin identidad, víctima del terror. Y el terror es la esencia del totalitarismo y del populismo autocrático. 

¿Cómo pueden vencer las democracias liberales al populismo autocrático si la base del liberalismo consiste en la tolerancia y el pluralismo?  La respuesta puede verse en la lucha de los derechos civiles en los Estados Unidos, por ejemplo. Fue en iglesias, parques y plazas donde comenzó el movimiento que cambió para siempre el sentido de libertad, igualdad y justicia en la tierra de Lincoln. 

El reto que vivimos trasciende de parámetros partidistas. Nos llama a reconectarnos con nuestra dimensión plural. Solo una sociedad civil activa puede recorrer el camino de la autocracia a la libertad. Cuando la mentira se apodera y envilece a una sociedad, la verdad es una forma de resistencia, de liberalización y se transforma en acción política, es decir, en una potencia de inspirar a los demás a conectarse con la realidad y construir un mundo más libre y más justo. 


*Abogado por la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Cursante del Doctorado de Ciencias Políticas de la Universidad Simón Bolívar.  Profesor universitario.

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