Por Alfredo Infante, s.j.
En el Seminario Interdiocesano de Caracas se inició, en 1916, la segunda presencia de los jesuitas en Venezuela. La Iglesia venezolana estaba en un proceso de restauración después de haber sido perseguida, expropiada y reducida en el siglo XIX. Formar al clero en el marco del proyecto de restauración de la Iglesia, en un contexto de dictadura, en un país que transitaba de lo rural a lo urbano y en un clima agnóstico, liberal y anticlerical en la elite intelectual, era un gran desafío.
A finales del siglo XIX ya habían llegado a nuestro país las hermanas de San José de Tarbes (1889) y las de Santana (1890), y comenzaban a fundarse congregaciones femeninas venezolanas de distintos carismas: franciscanas, carmelitas, dominicas, agustinas, las Hermanitas de los Pobres –con el padre Machado y la madre Emilia al frente– y las Siervas del Santísimo Sacramento, entre otras. También se habían establecido congregaciones masculinas emblemáticas en la historia de la educación en Venezuela como los salesianos, los lasallistas y los capuchinos, entre otros.
Para entonces, las prioridades de la vida religiosa, en un país empobrecido y diezmado por las guerras, eran la educación y la salud, áreas fundamentales para hacer viable la nación.
En ese contexto llegaron los hijos de San Ignacio, con la misión encomendada por los obispos de formar un clero intelectual y espiritualmente consistente, con sentido para evangelizar y llevar adelante el proyecto de restauración en el que la Iglesia se encontraba.
Sin embargo, los jesuitas no se limitaron a formar a los sacerdotes y pronto, desde el Seminario Interdiocesano de Caracas, comenzaron –junto con los seminaristas– la obra misionera de evangelizar los barrios periféricos del oeste de Caracas y, aprovechando el carisma de acompañantes y confesores, iniciaron también la presencia en el templo de San Francisco en el centro de la capital (mayo de 1922), atendiendo a la feligresía procedente de distintas partes de la ciudad, mientras se iban dando los pasos para fundar –en la hoy Esquina de Jesuitas– el Colegio San Ignacio, que este 2023 celebra sus 100 años.
La fundación del Colegio San Ignacio es semejante a una gota que se convertirá en cascada, pues dio confianza, abrió posibilidades y permitió que pronto la misión educativa se extendiera a otras ciudades del país como Maracaibo, con el Colegio Gonzaga; Mérida, con el Colegio San José; Barquisimeto, con el Colegio Javier; Guayana, con el Loyola-Gumilla, y en Caracas con el Jesús Obrero, la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y Fe y Alegría, este último es hoy un movimiento de educación popular extendido por Venezuela y con presencia en cuatro continentes.
También desde el Seminario Interdiocesano de Caracas, en 1938, el padre Manuel Aguirre fundó la Revista SIC, con el propósito de participar en el debate nacional desde la perspectiva y orientación de la enseñanza social de la Iglesia, una osadía en un país cuyas élites intelectuales mostraban como punto de honor el agnosticismo y la bandera liberal. Durante sus 85 años, la revista que nació en el Seminario Interdiocesano de Caracas (SIC) sigue siendo un referente intelectual para la reflexión del país.
Como vemos, el Seminario Interdiocesano de Caracas –fundado como un centro de formación del clero– se convertiría en un centro de misión y evangelización, y en un lugar donde se dialogaba, orientaba e incidía en los grandes temas de debate en Venezuela.
Hace 100 años, en el proceso de restauración de la Iglesia, se abrían posibilidades para juntar esfuerzos en la construcción del país; hoy, por el contrario, nos encontramos en un escenario de sobrevivencia, intentando sostener con mucho esfuerzo la misión educativa encomendada.
Pero, sin duda, esta memoria agradecida nos confirma, por un lado, que la convicción que la educación es la vía para construir la nación y, también, que así como logramos resurgir de las cenizas dejadas por las guerras y persecución del siglo XIX, de esta situación también resurgiremos renovados y haremos viable a Venezuela.
Porque como hombres y mujeres de fe creemos, con San Pablo, que el “Espíritu de Dios habita en nosotros” (Cf. Romanos 8, 9; 1 Corintios 3,16), que “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo” (Gálatas 4, 6) y que, de nuestra parte, siguiendo los consejos del maestro San Ignacio de Loyola, cuya festividad celebramos el 31 de julio, nos toca discernir el paso de Dios por nuestra vida e historia, para transformar nuestra realidad y hacerla más humana.
Que todo sea para mayor gloria de Dios y bien de las personas.
Fuente:
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco N° 195, 21 al 27 de julio de 2023.