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El reto de educar en cuarentena

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Foto: REUTERS | William Urdaneta.

Entre las medidas anunciadas el pasado mes de marzo por la detección de los primeros casos de COVID-19, la suspensión presencial de las actividades escolares ha significado un verdadero reto para mantener la educación en todos los niveles en Venezuela. Niños, niñas y adolescentes, junto a sus respectivos familiares y docentes, constituyen hoy el sector más afectado. Entretanto, la apuesta por la modalidad online sigue marcando ampliamente las brechas entre los sectores económicamente más deprimidos y aquellos que no lo están.

Por Luisa Pernalete*

Educar en cuarentena, con distanciamiento físico, no estaba en la agenda de ningún educador en el mundo. Esta situación nos agarró de sorpresa a todos, especialmente a los docentes. La suspensión de clases presenciales a 1.500 millones de estudiantes en todo el planeta supuso la necesidad de organizar con rapidez, y sin todas las condiciones necesarias, iniciativas de educación a distancia de muchos tipos, según las posibilidades y la creatividad.

Condiciones preexistentes en nuestra educación

Educar a distancia en el mundo no es nuevo. Dicha modalidad ha sido implementada desde el siglo XIX. Recordemos que se habla de “educar a distancia” cuando no hay ámbito físico que rodee al hecho educativo. De manera que educación por correspondencia, utilizar la radio, la televisión, son alternativas de educación a distancia. Desde 1983, cuando se considera que el Internet se empezó a masificar, la educación a distancia se enriqueció con la bidireccionalidad. Pero se trabajaba a distancia con adultos, incluso aquí en Venezuela, donde a raíz de la falta de profesores a nivel superior, ya desde hace unos años hay universidades trabajando con modalidades a distancia con algunas materias; en Fe y Alegría, desde hace 45 años, el IRFA –Instituto Radiofónico– ha utilizado la radio para transmitir sus clases para adultos; pero educación a distancia con niños y adolescentes sí es una novedad para todos. (OJO: edité en este párrafo. Se venía hablando de educación a distancia con adultos, se continuaba con la novedad de educar a distancia a niños y adolescentes y se volvía a la educación a distancia con adultos (IRFA). Me parece un gazapo de redacción.)

¿Complicaciones? Muchas, pues los docentes de primaria y bachillerato no estaban acostumbrados a este tipo de trabajo. Hasta ahí podemos decir que vamos a la par que el resto de los países del mundo, pero aquí conviene recordar que el punto de partida para los demás y para nosotros es distinto. En Venezuela esta emergencia sanitaria, que impuso la cuarentena con su distanciamiento físico, nos agarra ya cansados debido a la emergencia humanitaria compleja que, a su vez, ha significado una educación en emergencia compleja, pues no hay dimensión de la educación venezolana que no se encuentre en problemas, en algunas de ellas, realmente dramáticas.

Esas condiciones que estaban afectando a la educación en el país son las que llamamos “preexistentes”. De manera que nuestros problemas no comenzaron con la cuarentena. Ya llevamos varios años con la rutina escolar perdida. Los estudiantes faltan con frecuencia a la escuela. Según datos de la encuesta Encovi, para 2019 solo la mitad de los escolares asistían con regularidad a clase. Las inasistencias se debían, principalmente, a la falta de alimento –en la casa y/o en la escuela–, a la falta de electricidad; la falta de agua también ocasiona inasistencia –a veces supone además suspensión de clases, cuando son varios días que el plantel no tiene agua–; el tema de la falta de transporte público también es un impedimento para acudir a la escuela, tanto para estudiantes como para el personal; el tema de la falta de dinero en efectivo para poder pagar el transporte público (cuando lo hay). Debemos añadir también la falta de docentes, debido a las renuncias por los bajos salarios. Incluso hemos sabido de centros educativos que han tenido que reducir secciones por falta de docentes…

Conviene recordar también el drama de los “niños dejados atrás”, esos cuyos padres –uno o los dos– se han ido a trabajar a otros países, buscando horizontes que aquí no encuentran, y dejan a sus hijos con terceras personas. Hay escuelas de Fe y Alegría con más de cien casos de “niños dejados atrás”. Esta es una población que requiere atención especial, y no siempre se le puede brindar, ya sea porque son muchos o porque el colegio no tiene personal especializado para ello. Los incluidos en este grupo son más susceptibles a faltar a clases que aquellos que viven con sus padres.

Finalmente hay que mencionar que, según Unicef, para el 2019 en Venezuela había cerca de un millón de muchachos en edad escolar fuera de las aulas. La exclusión no comenzó con la brecha tecnológica en la cuarentena.

Ninguno de estos problemas ha desaparecido. Algunos se han profundizado. El resto de los países de América Latina –no mencionemos Europa– no sufría este conjunto de condiciones cuando se declara la pandemia con su subsiguiente cuarentena. Aquí ha sido una emergencia sobre otra que ya existía.

Se agrandan las brechas

Con la emergencia sanitaria, las clases presenciales se suspenden y, además, se decide extender la medida hasta el mes de julio: el año escolar terminará a distancia. Las brechas de exclusión se agrandan, y no hablo solo por los excluidos por no tener conexión a Internet, o computadoras en sus casas, o teléfonos inteligentes, que están sirviendo de medios para el trabajo a distancia de muchos educadores. Hablo también de la mala calidad de la conectividad en este país. Venezuela tiene uno de los últimos lugares de velocidad de navegación en Internet en el mundo, lo que vuelve casi imposible que aun en colegios y universidades con población que tenga “posibilidad tecnológica” –por contar con dispositivos electrónicos–, esta pueda utilizarlos para sus clases.

Además de esa brecha tecnológica, está la “brecha eléctrica”. Estoy pensando en el caso de Beatriz. La pequeña vive en el municipio San Francisco. Estudia tercer grado en una escuela pública que le queda cerca, ella no supo lo del programa “Cada hogar una escuela”, pues en su sector, con el problema de los apagones frecuentes, no se ve el Canal 8. Por una conocida se entera que la maestra está mandando las tareas por WhatsApp, pues lo de la televisión educativa no será posible en esa zona de Maracaibo. Afortunadamente ella tiene teléfono inteligente, pero la televisión educativa abierta no funciona para muchos. Sin electricidad tampoco las clases por radio, que ofrece Fe y Alegría, llegan.

Hay que mencionar también la dificultad existente por la falta de preparación del profesorado: ¿Quién los acompaña? ¿Quién les está formando sobre la marcha? Muchos lo que están haciendo es calcar los programas que se aplicaban de manera presencial, pero ahora lo hacen por mensajitos… Como no se está orientando suficientemente a los docentes, entonces se cometen errores, como ese que tiene que ver con el exceso de tareas asignadas.

No sabemos en estos momentos cuantos alumnos están quedando por fuera. Lo de los datos en este país no es precisamente una cualidad. En Fe y Alegría, que monitorea día a día el proceso, se sabe que para finales de marzo la cobertura era del 44,50 % del alumnado. Para finales de abril había ascendido a 72,36 %, haciendo muchos esfuerzos y utilizando todas las estrategias posibles, pero se sabe que habrá un segmento al que no podremos llegar. Si el monitoreo es para orientar el trabajo, ayudará a corregir fallas, a mejorar. Pero hay que decirse las verdades.

¿Qué más se puede hacer?

Independientemente de la estrategia que se pueda aplicar para educar a distancia, es necesario que el producto no se improvise. Si son canales abiertos, radio o televisión, el producto que se entregue a los estudiantes tiene que ser de un trabajo en equipo, con supervisores de la calidad. No se puede entregar un programa para la televisión educativa dejado en manos de la maestra que le toca la puesta en escena. Debe haber un equipo que vigile el guión, las formas y el fondo. Eso en cuanto al uso de esos medios masivos.

Por otra parte, hay un aspecto muy importante en cuanto al acompañamiento de los estudiantes: hay que mantener el lazo afectivo. La manera de relacionarse el educador con los alumnos no puede ser solo “mandar tareas”. Tanto los niños, como los adolescentes, necesitan saber que son importantes, no pueden ser unos meros receptores de ejercicios. El educador a distancia debe ser creativo en dar ese tono de cercanía, aunque físicamente se esté lejos. Desde interesarse por sus estados de ánimo, hacer ver que se comprende la dificultad de la situación, hacer alguna broma, un mensaje de cariño… Si perdemos la conexión afectiva, podemos propiciar que se aumente el abandono escolar, sobre todo en la población más vulnerable. Hay experiencias reales, bonitas, como ese colegio de Fe y Alegría en Puerto Cabello que enviaron mensajes originales a sus alumnos del bachillerato, expresando su cariño por ellos.

¿Y cuando volvamos?

Hay que buscar a los que se han ido yendo. Antes de la cuarentena y ahora. Al menos hay que visibilizar a los que no volvieron. Muchacho sin educación no tiene presente ni futuro.

Hay que aprender de esta cuarentena. ¿No es verdad que estamos echando en falta la educación de las emociones y los sentimientos? Pues sí. Este distanciamiento físico nos está resultando difícil de manejar en el hogar. Se disparan las emociones, los estados de ansiedad hacen lo suyo, se dice que ha aumentado la violencia intrafamiliar. Entonces es un llamado a la necesidad de trabajar la inteligencia emocional. Aprender a ponerle nombre a nuestros sentimientos, aprender a comprender al otro, a ser agradecidos, a valorar lo que el otro hace, reconocer que nos necesitamos para salir de esta situación… No hay que esperar que termine la cuarentena –que no sabemos cuándo será–, podemos comenzar ya a trabajar esta dimensión.

Los maestros son importantes y las familias también. Deben jugar del mismo lado de la cancha. Ambas instituciones están muy débiles en Venezuela. Apoyarnos en vez de enjuiciar y juzgar.

Tal vez sea el momento de preguntarnos sobre qué debemos cambiar en nuestra práctica educativa. Necesitamos una nueva manera de relacionarnos y también necesitamos educar para lo realmente importante, para ser personas, para ser fraternos, para ser solidarios.  Tenemos una oportunidad, no podemos desperdiciarla.

*Educadora. Miembro del Consejo de Redacción SIC. Miembro del Centro de Formación e Investigación Padre Joaquín de Fe y Alegría.

Fuente: Revista SIC 824.

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