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El rastro

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Maniqueo alegato ecologista con brillante fotografía e interpretación

Pedro Miguel Lamet

El deterioro ecológico del planeta y el maltrato de la Naturaleza se han convertido en temas recurrentes del cine actual. Aquí la veterana realizadora polaca Agnieszka Holland vuelve a dirigir una película, seis años después de rodar In darkness (2011), ambientada en la invasión nazi de Polonia que obtuvo el premio a la mejor dirección de la Seminci. Tras un tiempo sobre todo dedicada a la televisión estadounidense vuelve con Spoor (El rastro), basada en la novela “Sobre los huesos de los muertos” escrita por Olga Tokarczuk en 2015, que ha merecido cinco premios en festivales, incluyendo uno en el de Berlín de 2017 y ha sido seleccionada por su país para competir por el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. El film formó parte de la sección oficial del pasado festival de cine de Valladolid, y obtuvo el premio a la mejor interpretación femenina, ex aequo con Laetitia Dosch por su papel en  Montparnasse bienvenue, para la protagonista de esta película, una excelente Agnieszka Mandat-Grabka.

Nos hallamos en un brumoso, helador y al mismo tiempo hermoso pueblo de montaña de los Sudetes, en la frontera checho-polaca. Refugiada en ese entorno natural vive sola Duszejko, una excéntrica mujer de unos sesenta años de edad exingeniera, astróloga de afición, vegetariana y militante animalista. Dentro de su idílica vida en contacto con la Naturaleza, sus libros y su colección de discos de Bach, todo se complica cuando sus dos perros que la acompañan desaparecen de pronto. Pocos meses después descubre el cadáver de su vecino, un cazador furtivo. Sobre su muerte la única pista que hay es un rastro de huellas de corzo. Se trata de la primera de una serie de muertes, todas de cazadores pertenecientes a la clase dominante del pueblo. Ante la ineficacia de la policía, Duszejko mantiene la tesis de que los animales salvajes son los autores en venganza de la sangría de que son objeto.

Mediante una preciosista realización, que se recrea en los encuadres de la Naturaleza y los primeros planos acusadores de los seres humanos, Agnieszka Holland busca subrayar el contraste entre el inocente mundo animal y el culpable papel del hombre con su entorno natural, sobre todo animal. A estos añade, afortunadamente, los seres humanos marginados, como una muchacha maltratada y un joven epiléptico, y una fugaz historia de amor con un no menos extraño profesor entomólogo. La directora divide el film en las cuatro estaciones que coinciden con otras tantas temporadas de caza del año, sirviéndose de una mezcla de géneros que van del thriller, al documental contemplativo, pasando por el retrato psicológico de la protagonista, con escarceos al cine de terror y a la denuncia social espolvoreada con briznas de humor.  La mujer es presentada como una loca heroína de los valores ecológicos frente a los poderes fácticos del pueblo. Duszejko, aunque jubilada, además de impartir unas clases de inglés en la escuela y estudiar las cartas astrales en su ordenador, se va convirtiendo en una luchadora, a veces histérica, por los derechos de los animales contra sus opositores, entre los que no falta el cura del pueblo, que sostiene inverosímiles tesis cristianas, ajenas a todo franciscanismo, sobre la moral hacia los animales que culminan en una ridícula homilía en la iglesia parroquial y la quema del templo.

Demasiado obvia, maniquea y simplista, la película es un fallido sermón contra el maltrato de los animales, bastante premioso y reiterativo, con un desleído esquema de thriller y una espiritualidad naturista tan bien intencionada como rayana en la caricatura. Pese a la excelente interpretación de Agnieszka Mandat-Grabka, lo mejor del film, y la fotografía de Jolanta Dylewska y Rafal Paradowski, su indefinición entre el suspense, la moralina y el canto icónico a la naturaleza la convierten en tan inverosímil y simplista como deslavazada e ineficaz. La directora no obstante defiende su personaje con estas palabras: “Janina Duszejko es sincera, apasionada, pero también está loca. Loca de ira, de obsesión, de amor por los animales y de compasión por la gente marginada. Está llena de rebeldía e indignación. Su cruel y anárquica rebelión busca enfurecernos. Y, sin embargo, el espectador debería identificarse con ella. ¿Es inmoral? Sí, pero solo gracias a la enorme provocación —que, a menudo, se enfatiza con humor y ternura— podemos destapar la injusticia y la crueldad del mundo en el que Duszejko vive. Ella y sus coetáneos; ella y sus animales. La protagonista nos conduce por un terreno en el que la belleza de la naturaleza y la amistad humana se entremezclan con difamación, corrupción, crueldad, estupidez y sangre. Spoor no tiene ninguna moraleja. Los géneros se mezclan como lo hacen la realidad y la imaginación. El público puede pensar que todo estaba en la mente de Duszejko, que es alérgica a la luz…”

La película desde luego no tiene moraleja alguna porque toda ella es moraleja, donde la ecología está por encima de todo y quitando el dibujo de la protagonista, el resto de personajes son caricaturas. ¿Su éxito? La ecología se ha convertido en una religión con muchos fervorosos seguidores. Y sin duda es una de las grandes prioridades para el sostenimiento del planeta. Pero el defenderlo del deterioro no hace necesariamente una película estéticamente valida ni exime a una realizadora de sus notables carencias. No obstante, la contemplación de Spoor puede proporcionar buenos ratos, sobre todo por el tratamiento fílmico del paisaje, sus originales encuadres y la excelente interpretación.

Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/2173-spoor-el-rastro

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