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El problema “negro” y el racismo

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Wooldy Edson Louidor

espacinsular.- La terrible matanza a cuentagotas de los Afroamericanos en los Estados Unidos de América a manos de la Policía da que pensar sobre el problema “negro” (llamémoslo así) en nuestro continente. En primer lugar, nos tenemos que preguntar a qué se debe este problema, si es fundamentalmente al racismo, tal como lo expresan los mismos Afros.Wooldy Edson Louidor

Las ciencias cada vez más plantean que el racismo no es una “doctrina” científica, sino una “ideología” que se ha venido usando para justificar la dominación de unos grupos sociales sobre otros (de los colonizadores sobre los colonizados, en los tiempos de la colonización; de los nazis sobre el resto de Europa, en la Alemania nazi hacia la mitad del siglo pasado). Una ideología, basada en supuestos rasgos biológicos que naturalizarían este “derecho” de dominación, de superioridad e incluso de propiedad.

El poeta y dramaturgo martiniqués Aimé Césaire mostró cómo la apología del racismo fue pieza clave del discurso de varios intelectuales, científicos, literatos e incluso sacerdotes católicos misioneros a lo largo de los siglos XVII y XIX. La apología de la dominación occidental, del etnocidio africano, de la barbarie de la civilización europea y de la ignorancia de una Ilustración.

Pero realmente no hay razones objetivas para pensar que hay razas superiores o inferiores a otras. No existen argumentos para sostener que la naturaleza equipa mejor biológicamente (haciéndolos más inteligentes, por ejemplo) a unos seres humanos que a otros. Mucho menos hay pruebas “científicas”, basadas en la biología y la genética, para jerarquizar a los grupos sociales en la sociedad, poniendo unos por encima de otros, dando ventajas a unos y excluyendo a otros.

El color de la piel, la altura, la forma de la nariz, de la cara y otros rasgos biológicos o “culturales” no deben ser motivos para despreciar, segregar, discriminar, matar, excluir, maltratar a los “otros”, o para creer que unos grupos tienen derechos y otros no.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos, proclamada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1948, reconoce los derechos humanos y la dignidad de todos los seres humanos, independientemente de cualquier condición particular que tengan.

Después de las barbaries que padecieron millones de personas por su pertenencia étnica en las dos guerras mundiales, los Estados decidieron hacer esta declaración de derechos para “absolutizar” al ser humano por encima de todas las decisiones políticas, culturales, socio-económicas u otras (basadas en criterios de raza) que puedan vulnerar los derechos fundamentales y la dignidad humana. Con la esperanza de que dichas barbaries no vuelvan a suceder.

Sin embargo, la tragedia de los negros empezó desde mucho antes del siglo XX, y la humanidad tarda aún en reconocer la dimensión homicida e incluso “etnocida” de la trata negrera en el marco del comercio triangular. La discriminación en contra de los negros es una realidad de “muy larga duración” y tiene un trasfondo histórico-estructural que no siempre se ha reconocido en la Academia y en los espacios políticos internacionales. Trasfondo que permanece hoy día de diferentes maneras y configura el desarraigo de esta minoría en el continente “exilio”.

Queda pendiente sacar las lecciones de este crimen abominable y reparar al continente “negro” para poder restituir la dignidad humana en su integralidad, hablar de la universalidad de los derechos humanos y construir un humanismo verdadero.

Del mismo modo, los Estados Unidos de América se ha declarado como un país multiétnico en el que todos los ciudadanos y ciudadanas deben tener acceso a todos los derechos. Prueba de ello es que el país más poderoso del mundo es el primero de los países occidentales en ser dirigido por un presidente negro, hijo de un migrante africano y portador de un nombre “sospechoso”.

Sin embargo, los acontecimientos de los últimos meses vienen a confirmar que sigue el problema “negro” en los Estados Unidos de América, justamente cuando el país es gobernado por un presidente afroamericano. Los negros norteamericanos manifiestan que su seguridad y sus derechos humanos fundamentales siguen siendo muy vulnerados. Que ser negro en este país continúa siendo una “maldición”, consistente en que tienen muchas más probabilidades de acabar en la cárcel que si fueran blancos o de otro color. Parecería que ser negro ya de por sí es un “crimen”.

Lo que está pasando en los Estados Unidos de América es preocupante y cuestiona nuestra capacidad (no sólo de una sociedad determinada, porque existe el racismo de manera abierta o “velada” en la mayoría de los países del continente) a convivir con los “otros”, los “diferentes”. Las leyes, las instituciones del Estado, las reglas de juego democráticas, los valores, la proclamación de los derechos humanos… parece que nada de esto es suficiente para hacer frente a cualquier Estado que es dominado por grupos que quieren construir una sociedad mono-cultural, una “nación” hegemónica, un país “único”. Es más que un asunto jurídico-legal, político, religioso, etc.

La dificultad de tratar hoy con minorías etno-culturales (que, en muchos casos, son mayorías numéricamente) y reconocerles sus derechos es el reflejo de un lastre histórico que deriva de un pasado colonial que perdura, de la exclusión originaria de esas minorías en la construcción de los Estados nación y de la insistencia de los grupos hegemónicos en mantenerlas excluidas y subalternizadas. E incluso en desnacionalizarlas, tal como está pasando en un país de nuestro continente.

AR-307129952La invitación que hace el presidente estadunidense Barack Obama a que la sociedad norteamericana tome conciencia y reflexione sobre la situación de los Afroamericanos es sumamente importante, aunque esta invitación debe ir acompañada de medidas concretas para hacer justicia a esta “minoría” y detener esta matanza. Porque lo primero que gran parte de los ciudadanos (en todos los países donde existe el racismo) tienden a hacer frente al problema es negarlo: “¿Qué hay racismo en el país? No lo creo.” O atribuirlo a otros “pretextos” que no hacen sino reforzar el racismo tales como: “los negros son violentos por naturaleza”, “los negros son perezosos y quieren que quienes trabajamos los sustentemos”, “los negros siempre se hacen las víctimas”, etc.

La discriminación contra los negros no es un invento, sino una realidad que vivimos incluso en las “mejores familias”, por ejemplo, en algunos palacios de gobierno, parlamentos, establecimientos universitarios, círculos académicos, congregaciones religiosas, partidos políticos, etc. Realidad que incomoda tanto a las víctimas como a los victimarios. Realidad que es “mejor” callar en vez de denunciar porque “ennegrece”, “enloda”, “ensucia”, “se ve mal” en la sociedad. Preferimos negarla en muchos casos o presentarla como un “caso aislado”, una “excepción”.

Esta discriminación señala una herida abierta, a saber: que aún no estamos listos para acoger a los otros, para formar una sociedad donde los diferentes (independientemente de su color de piel, creencia religiosa, pertenencia política, estatus socioeconómico, nivel académico, orientación sexual, etc.) puedan disfrutar de sus derechos fundamentales por ser simplemente humanos. La herida abierta de la colonización que se ha convertido en colonialidad en nuestras mentes, nuestros imaginarios, nuestros gustos estéticos, nuestro lenguaje, nuestros reflejos más inmediatos, en los engranajes del poder, en los sistemas sociales, en las estructuras estatales, en los dispositivos de selección y admisión en universidades, empresas, en las filas de la policía, en los juzgados, en las constituyentes, etc. Lo peor es que se “normaliza” y se “invisibiliza”.

El problema de los Afros en los Estados Unidos y en muchos países de nuestra región no es un problema “negro”, es una cuenta histórica pendiente que tenemos con los negros de nuestro continente: es un problema de nuestras sociedades. El supuesto problema “negro” es nuestro propio problema con los negros.

Es el reflejo de una mentira en la que creemos firmemente y de la que tenemos una certeza absoluta: pensar que somos hijos de Europa, que somos solamente “mestizos”, que no somos ni negros ni “indios”, sino una raza mejor y superior. Que nuestras sociedades deben parecerse cada vez más a las occidentales y menos a esas comunidades “atrasadas” y “subdesarrolladas” que viven aún en las costas, en los “resguardos”, en la “edad de piedra”, etc. Que nuestra redención pasa por la eliminación de todo lo que no se parezca al colonizador (antiguo o nuevo). En fin, por la eliminación de nosotros mismos y de gran parte de nuestro pasado. Un suicidio colectivo ya anunciado desde las independencias de nuestros países.

 

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