Jn 3,13-17
Alfredo Infante sj
La reverencia es el respeto sagrado por la dignidad del otro y de la creación. Es la consecuencia de la verdadera piedad. La piedad es la consciencia de que la persona humana es templo de Dios. Si la dignidad humana es sagrada (piedad) mi modo de relación con los demás es reverencial, de respeto profundo. Por tanto, el respeto por el otro es respeto a Dios y, quien irrespeta y viola la dignidad humana, irrespeta a Dios, es blasfemo e impío.
San Ignacio de Loyola resumió la actitud reverencial en el lema «amarte a ti Señor en todas las cosas y a todas en ti, en todo amar y servir». En la primera lectura de hoy, San Pablo (Flp 2,6-11) nos dice: «Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición humana, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre». El amor de Dios hacia la humanidad es hondamente reverencial, el Hijo de Dios, se despoja de su condición divina, y se hace uno de nosotros.
Desde su humanidad nos comunica el camino de la verdadera humanidad, de la plenitud humana. De allí que contemplar y escuchar a Jesús es buena noticia, en él encontramos la luz para nuestra plenitud humana. Esa plenitud humana pasa por el reconocimiento reverencial de la dignidad del otro como lo hizo Jesús en su vida, y, muy especialmente en el lavatorio de los pies, donde el hijo de Dios, aparece reclinado ante sus hermanos, sirviendo, lavando los pies.
El hombre Dios reclinado y sirviendo por amor, libremente, a la humanidad. Este despojamiento libre, reverencia fundada en el amor, queda reconocida y exaltada por Dios Padre, por eso, dice Pablo: «ante Jesús toda rodilla se doble», no es la exaltación de un poder, por el contrario, es el reconocimiento de que el servicio y la reverencia libre y amorosa son el verdadero camino de humanización y alabanza a Dios. Así, pues, Jesús no vino a condenar, sino a salvar y, a salvar no desde el poder sino desde la reverencia y el servicio.
Tampoco vino a inaugurar una religión sino a anunciar con su vida el servicio y la reverencia a la dignidad humana y a la creación como verdadero camino de alabanza y amor a Dios. «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» Hoy, nos encontramos sumergidos en una atmósfera de impiedad e irreverencia donde priva la ley de la selva, la ley del más fuerte.
En la convivencia, la vida humana ha perdido el valor sagrado. Se pasa por encima del otro para sacar provecho de la situación. El otro día un joven declaraba sin asombro, con pasmada normalidad, «mi primo, en Santa Teresa, trabaja con la sierra», es decir, de carnicero de humanos. El corazón se me encogió. También, sistemáticamente, desde el Estado se violan los DDHH de los enfermos crónicos, de la población civil, de los presos políticos etc.
¡Tanta irreverencia cuando se pierde el camino que nos propone Jesús! Es hora de volver a Jesús, de retomar el camino de aquel que nos dijo: «he venido para que tengan vida y vida en abundancia».
Oremos: Señor, enséñanos el camino para amar, servir y reverenciar. Que no perdamos el camino de respetar la sacralidad de la dignidad humana.
Sagrado corazón de Jesús, en vos confío.
Parroquia San Alberto Hurtado. Parte Alta de La Vega.
Caracas-Venezuela.