Juan Guaidó, un nombre simple sin apellidos rimbombantes, un profesional que surgió de los debates e intercambios intelectuales de las universidades venezolanas. Un hombre que tiene un verbo sencillo pero profundo. No le hace falta gritar para investirse de autoridad; su serenidad se impone, se respeta. Hoy es presidente interino de Venezuela por el poder que le confiere la Asamblea Nacional, única institución legítima y electa por 14 millones de venezolanos en 2015. Gracias a Dios y a la voluntad del pueblo.
Este joven presidente es el resultado de un batacazo del destino, que lo colocó en una posición de suma responsabilidad casi por azar. Y digo casi porque respondió al respeto de un acuerdo entre las partes que hacen vida en nuestra AN. Guaidó tiene en sus manos la responsabilidad de ser el líder que guíe la transición política en Venezuela, luego de episodios traumáticos, dolorosos y difíciles.
Para quienes hemos vivido cada capítulo de estos años oscuros y nos ha tocado cubrirlos como periodistas el 23 de enero de 2019 fue un día emotivo. La gran concentración opositora a Nicolás Maduro que plenó las calles fue -a mi juicio- superior a cualquier otra. Claro está que esto puede ser consecuencia de mis propias percepciones. Sin embargo, la esperanza en los rostros de la gente que hacían brotar lágrimas fue un episodio inédito para mí.
Caminé y caminé hasta unirme a la marcha convocada por Nicolás Maduro, respondiendo a mi espíritu incansable de reportera, para poder tener una perspectiva más amplia de lo que pasaba en un solo momento. El andar era lento aupado por música a lo lejos. Camuflajeada entre un grupo de jóvenes y milicianos escuché cuando uno de ellos dijo: ¡Pero bueno griten, aunque sea una consigna! A lo que otro cerca de mí le contesto: ¡No joda! ¿Con qué ganas? Nos miramos la cara entre varios y nos sonreímos como cómplices; allí me desvié y seguí mi propio camino.
Esa tarde, de entre todas las afirmaciones que hizo Diosdado Cabello solo una me llamó la atención; fue el hecho de que anunciara que a partir de ese momento los seguidores de Maduro harían vigilia a las puertas del Palacio. Esa noche ni un alma se presentó al balcón del pueblo.
No creo en carómetros pero sí en racionalidades dentro del círculo de Maduro. El discurso en el balcón del pueblo no tuvo fuerza ni convencimiento. Maduro lucía débil y solo. Los rostros de Tareck El Aissami y de Héctor Rodríguez, dos de los players más pragmáticos y con más que perder lucían serios en ese momento.
Es conocido que El Aissami se ha echado encima la crisis económica ante un Maduro que por semanas dejaba puntos de cuenta sin firmar y se desaparecía. Mientras, el joven Rodríguez- de la misma generación de Guaidó- se empeña en construirse un futuro político mostrándole a los habitantes de Miranda que es un gobernador con gestión.
Con Guaidó al frente de la presidencia interina y con la poderosa arma detonada de anunciar una ley de amnistía, hay círculos dentro del gobierno que comienzan a ver una salida más digna para ellos y sus familias. Esto nos son tópicos que se tratan a vox populi sino oportunidades latentes que está allí socavando espacios.
Cuando Diosdado anuncia conversaciones con Guaidó y presuntos pre acuerdos trata de minar la credibilidad del presidente interino no sólo dentro de sus seguidores, sino del propio gobierno que- como bien sabemos-no es un grupo monolítico. Cabello tiene sus detractores y por eso su poder dentro de la fuerza Armada fue mermando. La presencia de Padrino López al frente por tantos años no es un acto fortuito -con sus ventajas y desventajas- a lo interno de la Fuerza Armada.
Cuál es el timing para una negociación entre las partes que logre frutos para la población es difícil de saberlo, pero ya hay convencimiento para ambas partes en conflicto que solo así puede llegarse a una salida. Es obvio que Maduro quiere seguir teniendo el mando del gobierno. Sin embargo, cada día se encuentra más cercado y comete errores con mayor frecuencia, como la decisión de haber roto relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
Los errores de República Dominicana no pueden repetirse. Esa cita dejó dolorosamente marcados a sus protagonistas, sobre todo de la oposición. Allí se fue en otras condiciones y con otro contexto. Hoy gracias a ese error se sabe que sin metodología de negociación no se pueden sentar las partes en una mesa, pues termina siendo una sesión de catarsis y de engaños entre las partes que alimenta aún más los odios.
La experiencia del Pacto de Contadora es un ejemplo a tomar y hay algunos factores que facilitarían un intercambio de ideas antes de ir a una negociación con presencia de países de la Unión europea, Estados Unidos, Noruega, Rusia -por nombrar solo a algunos- que desde hace semanas mantienen interés y voluntad en ayudar.
Estamos en un momento en el que se impone la alta política no solo desde el lado del madurismo, sino también de la oposición. La figura del presidente interino, Juan Guaidó cobra fuerza e interés con un apoyo muy importante de la comunidad internacional. El presidente interino le ha hablado con respeto a las Fuerzas Armadas y esto en el mundo militar tiene un peso que en el civil a veces no se entiende. Provocar una negociación sin ellos presentes sería sencillamente inútil.
Hay hechos inéditos que deben ser aprovechados. Es menester que se coloque en la mesa el interés mutuo de llegar a un acuerdo. No se trata de reconciliación y olvido, se trata de supervivencia.
Fuente: Hispano Post