Ante todo, tenemos que aclararnos respecto a lo que entendemos por poder. Para ello comenzamos enumerando tres significados que pone el diccionario de la academia de la lengua: “Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”. Es el sentido más genérico y la base de los demás sentidos. Esto, capacitarnos, lo tenemos que cultivar todos durante toda la vida. Ahora bien, esto es todavía indeterminado porque podemos capacitarnos para algo que nos deshumaniza o para algo que nos humaniza. En este sentido adquirir poder puede ser para el bien y para el mal. Así pues, el poder es ambivalente: bueno o malo.
El segundo sentido es: “Tener más fuerza que alguien, vencerlo”. Es el significado ambiental, el que nos ha inoculado el orden establecido. El presupuesto de este sentido es que la vida es un combate entre individuos, solos o agrupados, para disponer para sí de la mayor cantidad posible de recursos, que son escasos. Y el presupuesto de fondo es considerar que los seres humanos somos individuos, meros individuos, que nos relacionamos con los que queramos, para lo que queramos y mientras queramos. Si así es la vida, es inevitable la competencia entre nosotros. Unos son vencedores y otros vencidos. En este modo de entendernos y de entender el poder no cabe la libertad, sino solo el salirse con la suya, el hacer uno lo que le dé la gana. Porque la libertad es la flor del amor. Porque es la capacidad de decidir uno desde lo más genuino de sí mismo, que no es la gana ni el interés, ni el quedar bien, ni el mero deber impuesto, sino la entrega de sí para el bien del otro, en definitiva, para el bien común, en el que está incluido el verdadero bien de cada uno.
Ahora bien, el diccionario añade otro tercer significado: “Aguantar o soportar algo o a alguien que producen rechazo”. Esto se puede entender de dos modos: el primero sería la culminación del segundo: tengo una subjetualidad tan independiente que la mayoría de lo que pasa me resbala y tan robusta que soporto todo lo adverso. Pero también se puede entender como que, como no me defino como individuo sino como persona, es decir, por recibir y dar relaciones de entrega de mí horizontales, gratuitas y abiertas, soy capaz de soportar, en el sentido literal de llevar dentro de mí, a alguien que tiene una relación negativa conmigo o se niega a tener relación. Este sentido de poder es la alternativa superadora del segundo, que es imponerse sobre los demás en una relación de fuerza, de competencia, en la que uno sale vencedor y otro perdedor. En esta alternativa superadora pierde, es decir, se deshumaniza, el que no se entrega o el que no se abre para recibir la entrega del otro, entendiendo que la entrega personalizadora no es un intercambio de intereses (te doy para que me des, que decían los romanos) sino una entrega de sí gratuita y horizontal y que por eso no enfeuda al otro, y además abierta, ya que no excluye a nadie.
Discernir el poder y empoderarnos humanizadoramente
Tenemos que tener claro que tenemos que empoderarnos, aumentar nuestras capacidades. Pero tenemos que estar alertas porque el poder es ambivalente. Y, si queremos vivir con calidad humana, tenemos que aumentar nuestras capacidades para resistir al mal y para construir una alternativa superadora, porque en el orden establecido, tanto a nivel nacional como a nivel global, el sentido del poder es prevalecer sobre otros, entendiendo que la vida es una lucha permanente porque los bienes son escasos y porque uno quiere tener siempre más, y porque no existen sino individuos que buscan cada uno sus propios fines y que se relacionan con otros interesadamente: para lograrlos.
No podemos aceptar esta manera de concebir y realizar el poder. Pero como se da con una fuerza avasalladora, en el peor sentido de esta palabra, tenemos que empoderarnos hasta lograr vivir con libertad liberada, de manera que lo deshumanizador, aunque nos afecte, no nos influya, porque nosotros vivimos de recibir y dar relaciones de entrega de nosotros mismos horizontal, gratuita y abierta. Tenemos que empoderarnos en el sentido de capacitarnos porque si queremos dar y no tenemos nada para dar y no nos capacitamos para tener que dar con la mayor calidad posible, es mentira que queramos vivir dando de nosotros mismos.
Pero, además de capacitarnos, tenemos que construir redes, con base en la entrega mutua y la deliberación, es decir a decidir en base a razones que den cuenta lo más analíticamente posible de la realidad y que propongan caminos para que esa realidad dé de sí. Este modo de relacionarnos tiene que ser tan denso que llegue a formar un cuerpo social tan robusto que pueda resistir, tanto a los que viven por el mero poder de coacción, como a los que viven del poder de la ciencia, la técnica, la organización y el dinero con las que nos encantan y coaccionan para que vivamos en su mundo como el mejor posible y como el único real. Sin la experiencia densa, humanizadora y cualificada de esas relaciones de entrega de nosotros mismos, nos rendiremos a lo que tiene vigencia, aunque captemos que nos deshumaniza.
Cuatro pasos para que el poder se decante como humanizador
Así pues, lo primero, imprescindible si queremos vivir humanamente, es lograr vivir con libertad liberada de manera que lo negativo que nos afecta no nos influya. Esto lo logramos actuando y recibiendo relaciones de entrega de nosotros mismos horizontales, gratuitas y abiertas, normalmente de nuestra mamá y posteriormente de nuestro papá y de otros familiares y personas que nos han ayudado a introducirnos en la vida y a dirigirla más cualificadamente y con más calidad humana y a las que nosotros también ayudamos a lo mismo.
Ejercitando ese tipo de relaciones, tenemos que formar comunidades y todo tipo de asociaciones, siempre en busca de algún bien y mediante la deliberación. En las asociaciones damos de nosotros mismos de manera que lo que traemos entre manos sea de todos y de nadie en particular. En las comunidades, además de dar de nosotros, nos damos nosotros mismos, de manera que se construya un nosotros en el que los yos se conserven y se trasciendan. En nuestro país la capacidad de hacer comunidades está bastante fuera de horizonte, porque las comunidades tradicionales estaban rígidamente constituidas y jerarquizadas y no cabía la libertad individual. Las comunidades humanizadoras nacen, por el contrario, de la entrega libre de las personas, que se conservan y se realizan en ese nosotros que se realiza, no mediante reglas fijas, sino mediante la entrega constante y libre de cada uno. No es la costumbre la que impera, sino el amor el que construye.
El tercer paso es que estas comunidades y asociaciones tienen que “enredarse”, tanto las que operan en el mismo lugar para complementarse, como las que se dedican a lo mismo en diversos lugares para lograrlo más eficazmente. Y todas ellas para formar un cuerpo social robusto que sea el poder humanizador que pueda resistir a los poderes deshumanizadores y propiciar un poder político realmente democrático, que contribuya al empoderamiento humanizador de todos y respaldar a ese poder frente a los poderes que buscan imponer su poder particular. El cuarto paso es propiciar que surja ese poder político, que funcione siempre con base en la deliberación y sea así expresión de la ciudadanía.