Por Alfredo Infante s.j. | Signos de los Tiempos.
La parroquia La Vega, ubicada en el suroeste de Caracas, se convirtió en días recientes en un campo de batalla entre funcionarios de las Faes (Fuerzas de Acciones Especiales de la Policía Nacional) y presuntas bandas delictivas que, según versiones oficiales, tenían como objetivos conquistar, expandir y consolidar su control territorial.
De estos hechos resultó una masacre, hoy conocida como la “Masacre de La Vega”, de la que hasta el momento se reportan 23 muertos, entre ellos muchos inocentes. Según el activista de Derechos Humanos Marino Alvarado, vocero de la ONG Provea, “no se conocía en la historia del país, ni antes ni en el transcurso de los gobiernos de Chávez y Maduro, un operativo de ‘seguridad ciudadana’ con tan alto número de víctimas. En los denominados Operativos de Liberación del Pueblo (OLP) que se desarrollaron perpetrando crímenes de lesa humanidad, los operativos con mayor cantidad de víctimas fueron el 13 de julio de 2015 en la Cota 905, con 15 asesinatos; la masacre de Valle Coche el 10 de mayo de 2016, con 14 asesinatos; la masacre de Carabobo con 13 víctimas, en octubre 2015, y la Masacre de Barlovento en octubre de 2016, con 12 desapariciones forzadas”1.
A pesar de que ya se cuentan más de 20 personas asesinadas, a estas alturas ni la Fiscalía ni la Defensoría del Pueblo se han pronunciado frente a estos hechos, cuando la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (CRBV), en sus artículos 281 y 285, señala que estos órganos están a cargo de velar por los derechos humanos y la administración de justicia. A una semana de esta tragedia, para las familias de La Vega no hay derechos humanos ni justicia. Solo silencio impune.
Es preocupante que la comunidad sea escudo humano en una guerra entre bandos y que la respuesta del Estado sea la violencia desmedida. La lucha contra la delincuencia es necesaria, pero la misma pierde legitimidad cuando se hace con acciones excesivas e injustificadas por parte de unas fuerzas de seguridad que no respetan los derechos humanos y, al parecer, como es el caso, para mostrar “números” se llevan por delante a muchos inocentes, a quienes muestran luego como delincuentes.
Sobre esto, los testimonios compilados por la periodista Lorena Meléndez para “Monitor de Víctimas” en el portal RunRun.es son muy impactantes: “Una de las víctimas fue el carpintero Yerikson José García Duarte, de 32 años, a quien le dispararon en el callejón El Hueco del barrio San Nicolás del sector Los Mangos a las 9:30 p.m. Él estaba en la calle con un grupo de muchachos cuando llegaron los victimarios disparando a quienes veían en la calle. ‘Todos salieron corriendo, menos él que estaba sentado en la acera, y por eso no pudo huir’, contó un pariente. A García Duarte lo balearon en la espalda y el pecho y recibió otros tres impactos en la cabeza. Tenía una hija de 5 años”2.
Este hecho ha enlutado a toda la comunidad de La Vega, particularmente a las familias de las personas asesinadas, para quienes desde estas líneas van nuestras sentidas palabras de condolencia y solidaridad, en el largo y necesario camino para que haya verdad, justicia y reparación, única vía para superar la impunidad y así garantizar la no repetición.
Ante lo ocurrido, es importante enfatizar que La Vega es una comunidad trabajadora, de gente emprendedora, con un tejido comunitario, social y cultural que se ha ido consolidando en el tiempo con mucho esfuerzo, donde las iglesias han jugado un papel importante, especialmente la católica. La Vega, de suyo, no es el campo de batalla en el que se ha convertido estos días, como resultado de la ausencia de Estado de derecho y de políticas de seguridad desacertadas, una de ellas la de las llamadas “Zonas de paz”, con la que el Gobierno entregó territorios a la delincuencia organizada, sin la consulta y el consentimiento de las comunidades.
Por eso, llama poderosamente la atención que esta tragedia ocurra después de que La Vega, a finales de 2020 y principios de 2021, fuera escenario de protestas sociales ante el colapso de los servicios públicos, especialmente por el gas y el agua. De igual modo, no parece casual que esto haya sucedido en la proximidad del “23 de enero”, fecha emblemática para toda Venezuela, hito histórico para la transición de la dictadura a la democracia en 1958, donde los sectores sociales, políticos y económicos se articularon en pro de una vida más digna y la consolidación de la democracia y el Estado de derecho.
En paralelo con esta masacre, durante estos días también hemos presenciado la persecución a medios de comunicación no alineados con el gobierno de facto y la criminalización de ONG de derechos humanos y organizaciones humanitarias, a lo largo y ancho del país. La amenaza de Diosdado Cabello3 de llevar a la cárcel al coordinador de Provea, Rafael Uzcátegui, por publicar un tuit en el que muestra que el Psuv se ha beneficiado de la cooperación del gobierno británico, y la detención y enjuiciamiento de varios miembros de la ONG zuliana Azul Positivo4 son dos de los ejemplos recientes.
Si se entretejen todos estos hilos, tenemos una serie de acciones que buscan inocular el miedo en los distintos sectores del cuerpo social, con el fin de paralizar y desmovilizar; se trata, pues, de una política articulada de control de la sociedad, fundada en el terror, que se lleva por delante injustamente la vida de muchas personas.
Como Iglesia, con la sabiduría que da el peso de la historia recorrida, nos consta que todo poder tiene pies de barro, que fracasa toda pretensión autoritaria de control de la vida y la libertad humana. Todo tiene su tiempo. La fe nos libera del miedo porque, como lo atestigua San Pablo, “no somos esclavos sino hijos” (Gál 4,7); allí radica nuestra dignidad como cristianos, porque el amor a Dios y al hermano exorciza y nos libera del miedo ante aquellos que atentan contra la vida: “en el amor no existe el temor; al contrario, el amor acabado echa fuera el temor” (1 Jn 4,18).
Por eso, en esta hora que vivimos, es oportuno el consejo de Pablo a Timoteo: “Por esta razón te recuerdo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos; porque Dios no nos ha dado un espíritu de cobardía, sino un espíritu de valentía, de amor y de dominio propio” (2 Tim 1, 6-14). Estamos en la tormenta, se avecinan tempestades y, como los discípulos en la barca sacudida por el temporal, escuchamos al Señor de la vida que nos dice: “ánimo, no tengan miedo, soy yo” (Mt 14, 24-33).
Referencias:
1. https://provea.org/opinion/masacre-en-la-vega-y-control-social/