Por P. Andrés Bravo | @joseabh
Agradezco al Señor la vida consagrada del Papa Francisco. Dios nos lo regaló para conducir a la Iglesia y servir a la humanidad en estos tiempos muy difíciles. Él tiene un alto sentido de lo humano, parecido a Jesús de Nazaret. Dirige su mirada de Pastor hacia el interior del ser humano, no se queda en las apariencias. Tampoco busca provocar admiración en los poderosos. Es, si me lo permiten, terriblemente sincero. Habla y actúa con espontaneidad, pero con ternura, con respeto al ser humano. También con mucha responsabilidad y certeza. El Espíritu Santo está con él y lo guía con seguridad desde una espiritualidad profunda, como buen hijo de San Ignacio de Loyola.
Agradezco a Jesús por haberlo elegido Papa, Obispo de Roma como prefiere que lo identifiquen. Como el hermano mayor de los otros Obispos con quienes guía en comunión a La Iglesia y sirve a la humanidad. Su proyecto pastoral en clave de la alegría del Evangelio, busca que vivamos una Iglesia en salida misionera, de puertas abiertas y en presencia callejera para que todos, también los alejados, puedan sentirse acogidos en ella como en su casa. Una Iglesia con entrañas de misericordia que, como buena samaritana, se acerca a los seres humanos para servirles con la misma ternura, bondad y misericordia del Señor.
El Papa Francisco nos invita a ser misioneros para llevar la alegría del Evangelio a todos, especialmente a los pobres y excluidos de la sociedad, últimamente pide acercarse a quienes los poderes han descartado. No son los pobres como un concepto teológico, sino que el Papa Francisco los identifica con claridad: los ancianos por quienes pide cuidado con respeto, los niños que merecen también el esmero de las familias, los mendigos con quienes él mismo celebra su cumpleaños, los prisioneros a quienes les lava los pies el jueves santo, los homosexuales para quienes pide ser aceptados, protegidos legalmente y respetados en la sociedad, las mujeres a quienes cada vez más les da responsabilidades dentro de la Iglesia. No desprecia a nadie, quiere una Iglesia pobre para los pobres y cristianos evangelizadores con cara de domingo de Pascua, jóvenes que armen líos y pastores con olor a ovejas.
El Papa Francisco ama a la humanidad hasta dolerle. Siente el sentimiento de Pastor de una humanidad que, creyéndose poderosa por los logros científicos y tecnológicos, se sumerge en su propia miseria del alma. Ahora descubre que es una humanidad enferma, porque ha destruido por la ambición de la riqueza y el poder la naturaleza. Una humanidad sin rumbo, sin cultura solidaria ni de encuentro con respeto. Dividida con individuos no con personas humanas. La violencia ha sido el lenguaje de sus relaciones humanas y sociales.
Para el Papa Francisco las ideologías no sirven, así de sencillo. Así que nos corresponde ser creativos para diseñar una humanidad centrada en el ser humano concreto, no en un producto social, ni en una máquina de consumo. Por eso necesitamos anunciar los valores del Evangelio de Jesús con alegría. Dice que los seres humanos tienen derecho a vivir la dulzura y el gozo del Evangelio.
Realmente, el Papa Francisco ha inspirado grandes iniciativas de solidaridad e importantes acciones de paz y justicia. Sin embargo, como auténtico profeta, también ha molestado a muchos poderosos que se sienten amenazados por sus palabras y acciones. Un movimiento ultraconservador dentro de la Iglesia hace campaña de descrédito para silenciar su voz y detener la reforma eclesial, tan necesaria para que la Iglesia sea el Pueblo de Dios soñado en el Vaticano II. Además, los extremistas ideológicos atacan acusándolo de uno u otro extremo. Sin embargo, el Papa Francisco apuesta por una fraternidad y amistad social.