Jesús María Aguirre s.j.
Tanta insistencia en la misericordia ¿no restará fuerza al mundo occidental y a Europa en particular en estos tiempos tenebrosos? ¿No habrá que recuperar esa “vir” (vigor) típica del Renacimiento tan añorada por Nietzche en su ensayo “El Anticristo” y reivindicada ahora por algunos intelectuales frente a los refugiados y emigrantes ?
Meditando las reflexiones del Papa en la Bula de la Misericordia recuperé por contraste algunas citas del filósofo, que probablemente ha influido más en el siglo XX, y que se contraponen a las consignas de Francisco en su Bula de la Misericordia. Me he atrevido a recogerlas en un racimo de cinco aforismos que denomino: La bula de los inmisericordes
La bula de los inmisericordes
Los débiles y los fracasados deben perecer; ésta es la primera proposición de nuestro amor a los hombres. Y hay que ayudarlos a perecer. ¿Qué es lo más perjudicial que cualquier vicio? La acción compasiva hacia todos los fracasados y los débiles: el cristianismo. El cristianismo tomó partido por todo lo que es débil, humilde, fracasado; La compasión dificulta en gran medida la ley de la evolución, que es la ley de la selección. Conserva lo que está pronto a perecer; combate a favor de los desheredados y de los condenados de la vida, y manteniendo en vida una cantidad de fracasados de todo linaje, da a la vida misma una aspecto hosco y enigmático. Yo declaro la guerra a este instinto de teólogos; dondequiera encontramos sus huellas. (Friedrich Nietzsche El Anticristo) |
Sería injusto desconocer el valor de sus provocaciones para despertar al cristianismo de su letargo y de su desgaste entrópico. Libros como “El Anticristo” y “Ecce homo” ayudaron a levantar el velo de tanta hipocresía revestida bajo el manto de la “caridad” y ceñida de “asistencialismo”, y, en cierta forma, liberaron también a muchos cristianos de “la culpabilidad morbosa” y del “amor fingido” a la humanidad. Tuvo el coraje de señalar con el dedo el fariseísmo de su siglo.
Lamentablemente, sus ideas tan tergiversadas –podría decir él, como reclaman los cristianos de las suyas– sirven para justificar intelectualmente los nuevos holocaustos, la fosa común en que se ha convertido el Mediterráneo (¿Mare nostrum?), los osarios desérticos de la frontera estadounidense, los refugiados y víctimas de las guerras en el Medio Oriente y África, y, en fin, la procesión desesperada de todo los desheredados de este mundo que pueblan por doquier los estercoleros de la historia.
Su afirmación de que “el veneno de la igualdad de derechos por nadie ha sido esparcido tan sistemáticamente como por el cristianismo”, hoy se vuelve contra él, cuando ya está eximido de responder ante la historia y ante los fracasados que no han alcanzado la altura del “tipo superior” y “dueño del porvenir”.
Pero terminó, queriendo o sin querer, anunciando “la muerte del hombre”, cuando proclamó “la muerte de Dios” y dejó al mundo “huérfano de esperanza” sin lugar para “la resurrección”.