Por Jesús Maria Aguirre s.j.*
No es de extrañar que cualquier jesuita se haga la pregunta de quiénes son los vascos, partiendo del hecho de que su fundador Ignacio de Loyola nació en tierra vasca y de que uno de los lugares más emblemáticos de su conversión fue Azpeitia, donde están situadas la casa natal, donde se acogió tras ser herido en 1522 y el Hospital-Ermita de la Magdalena, donde se alojó durante su estancia en 1535.
Por otra parte, la figura del P. Pedro Arrupe, un bilbaíno internacional, que sacudió no solo a la Compañía de Jesús, sino a la misma Iglesia católica en el postconcilio, incitaba también al conocimiento de su primer entorno biográfico y de su humus vocacional en la ciudad de Bilbao.
Sin embargo, la presencia contemporánea de los jesuitas en Venezuela y su relación con la comunidad vasca, dejando de lado las influencias culturales o religiosas de la Real Compañía de Caracas durante la Colonia, obedece a unas decisiones estratégicas de la misma Congregación jesuítica.
Una vez que regresan los jesuitas a Venezuela en 1916 para consolidar la formación del clero venezolano en el Seminario y para iniciar su labor pastoral y educativa, los primeros recursos humanos provienen de las provincias jesuíticas españolas y principalmente de Castilla Oriental, a la que se adscribieron los territorios político-administrativos de Guipúzcoa (donde queda Loyola) y de Navarra (lugar de nacimiento del misionero Francisco de Javier).
Como se ve, obviando el tema histórico de la Colonia y la presencia de los refugiados políticos y/o emigrantes vascos de la guerra civil española, no es fortuita la estrecha relación que se teje entre los jesuitas vascos, dedicados a sus labores pastorales o educativas, y los feligreses y alumnos de sus instituciones.
Precisamente, el Colegio San Ignacio de Caracas, donde estudió el actual Superior de la Compañía de Jesús, Arturo Sosa, constituye uno de los espacios más significativos de este trasvase cultural y humano.
Recuerdos biográficos del Colegio San Ignacio
En el libro-entrevista “En camino con Ignacio”, publicado con motivo de los 500 años de la conversión de Ignacio de Loyola, en forma de una larga conversación del periodista Darío Menor con el P. Arturo Sosa, hallamos unas huellas de su percepción sobre los vascos y más específicamente de los jesuitas de ese origen (Edit. Sal Terrae, 2021).
Sin pretender hacer un elenco de los numerosos jesuitas vascos que participaron en su proceso formativo desde el inicio y más tarde en la Compañía1 (Pedro Galdos, Luis Ugalde, Jesús Orbegozo, Jesús María Aguirre, entre otros) o que convivieron con él en el día a día de la vida colegial como los hermanos coadjutores (Pedro Gurruchaga, Pepe Marquiegui, Juan de Dios Guerenabarrena), queremos desgranar las alusiones e impresiones, manifestadas en esa larga conversación sin un orden específico.
Aludiendo a la composición de la provincia venezolana por vascos, navarros y aragoneses expresa: “recuerdo que bromeábamos diciendo que mi inculturación como jesuita había sido por medio del País Vasco” (p.32).
A preguntarle si la figura del fundador San Ignacio, presentado en las biografías como un vasco seco, contenido y directo, pudo marcarle como jesuita, Arturo Sosa, recurre a su experiencia:
Concuerdo con que la primera impresión de los vascos es que son de corteza dura, pero luego se ve lo muy suaves que son. Son como el pan campesino, de costra dura, muy suaves por dentro y con el sabor de una gran emotividad (p. 32).
Un homenaje al aporte de los jesuitas vascos y especialmente a los hermanos
Reconoce que “la Compañía de Jesús debe mucho a los vascos. Además de Ignacio está Arrupe y otra gran cantidad de jesuitas de esa tierra que se movieron por todo el mundo”, pero en esta manifestación pone un énfasis en los Hermanos coadjutores:
Yo aprendí mucho de los hermanos jesuitas vascos que había en Venezuela cuando era joven (…) Yo me hice muy amigo de un hermano que había sido pastor de ovejas, José Manuel Salegui. Nunca aprendió bien del todo el español, pero lo hablaba con todo el mundo y tenía una impresionante capacidad de escuchar, de comunicarse en profundidad (p.32).
Así mismo destaca al Hermano José María Korta, propulsor del trabajo entre los indígenas, fundador de la Universidad Indígena de Venezuela (pp. 219 y 221), así como al carpintero y ebanista Juan Cruz Izaguirre (p.223), amante de la montaña.
En otras páginas insiste en la impronta de los hermanos y la de su relevancia en la Compañía, a pesar de su número reducido, por su inspiración y ejemplaridad (p.39)
A lo largo de 286 páginas no faltan otras referencias a vascos no jesuitas, como Unamuno y J. Ignacio Tellechea. De este último elogia su libro: “Ignacio de Loyola, solo y a pie”, comentando que le marcó (p.36).
Y cierro la nota con la reflexión suya sobre Unamuno, cuando el entrevistador le pone entre la espada y la pared con una cuestión de alto calado: “Otro vasco universal, como Unamuno compara a Ignacio con don Quijote. ¿Le parece acertado? ¿Cuáles serían los gigantes contra lo que se cree luchar pero que eran en cambio molinos?”
En su respuesta Arturo recuerda que don Quijote es una ficción e Ignacio una figura que existió y que no peleó contra molinos de viento, sino en tres planos distintos contra los embates de su vida interior, la superación de la reforma protestante renovando la Iglesia y la misión universal en un mundo que ya comenzaba a percibirse como global desde el descubrimiento del Nuevo Mundo y desde la gesta marítima de Sebastián Elcano:
Hay que saber situarse quijotescamente en esos planos, percibiendo siempre un sueño que viene del Evangelio y de la inspiración del Espíritu Santo. Esa forma de entender la vida cristiana en tres niveles, partiendo de la experiencia interior, me atrajo mucho cuando era joven a la figura de Ignacio (p.35).
* Doctor en Ciencias Sociales. Profesor Titular en la UCAB. Coordinador de Publicaciones del Centro Gumilla y miembro del Consejo de Redacción de la revista SIC.
Nota:
A los interesados en ampliar la información de la participación jesuítica vasca en la actual Provincia de Venezuela, les recomendamos el libro de Joseba Lazcano s.j.: SEMBRANDO ESPERANZA. 100 AÑOS DE LOS JESUITAS EN VENEZUELA, Compañía de Jesús, 2016, y el documental, codirigido por Jesús María Aguirre, s.j. y María Jesús D´Alessandro: 100 años, sembrando esperanza. www.youtube.com