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El otro también cuenta

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La crisis venezolana es una crisis económica sin precedentes, con un impacto social enorme, y desde allí hay que abordar el orden de prioridades: la construcción de redes de solidaridad y apoyo, de atención a los más vulnerables. Así, procurar el bienestar social es lo que debe estar en el centro de la política económica

Asdrúbal Oliveros*

Soy creyente y economista. Y debo confesar que muchas veces me asaltan las dudas y los conflictos por ambas facetas. Ha sido un tema recurrente en mis reflexiones y meditaciones, pues en muchos aspectos siento que ambas facetas son incompatibles. Y desde mi rol de creyente y economista me interesan, como temas de estudio, la economía y la teología. ¿Qué relación guarda la teología con la economía? Ambas son disciplinas de la acción humana y tradicionalmente son abordadas de forma aislada, sin mucha relación la una con la otra.

Algunos estudiosos han detectado tres tradiciones que han procurado llevar la teología a interesarse por las cuestiones económicas: la tradición dominante del siglo pasado, la cual ha buscado basar la independencia de la economía en la distinción weberiana del hecho-valor; una tradición emergente, muy extendida en América Latina, basada en el concepto de liberación empleando el análisis del marxismo; y una tradición residual que se inspira en una antigua concepción de una economía funcional.

Desde este último punto quisiera abordar algunas consideraciones breves para el caso venezolano en el contexto actual.

La crisis venezolana es una crisis económica sin precedentes, con un impacto social enorme, y desde allí hay que abordar el orden de prioridades. Es cierto que el Gobierno de Maduro ha realizado acciones en el ámbito económico que han contribuido a cierta estabilización del poder político y reducir la tensión social, pero esto está muy lejos de ser lo que Venezuela necesita: es un ajuste desordenado, sin tomar en cuenta a la gente y en especial, a los más vulnerables. Estos últimos quedan excluidos de las bondades del sistema de mercado. Vivimos en una especie de “sálvese quien pueda”, donde aquel que no cuenta con los recursos económicos necesarios (la mayoría de la población) no participa de las bondades de la flexibilización económica. Ese no es el modelo. No lo es para un economista, ni menos para el creyente.

Es evidente que estamos lejos de alcanzar una solución estructural y permanente al problema institucional venezolano, lo cual profundiza la crisis social y la exclusión. Una dimensión actual del bien común parte de los ciudadanos: la construcción de redes de solidaridad y apoyo, de atención a los más vulnerables. Es un imperativo ético para el creyente: como Jesús, nos toca darnos al otro, especialmente al que sufre. Es construir en nuestro ámbito de acción las enseñanzas de la parábola del Buen Samaritano (Lc. 10:25-37). El bien común es también solidaridad y no encerrarnos en nuestra burbuja. El otro también cuenta.

No es solamente procurar que Venezuela construya un entorno macroeconómico sano, que atraiga inversiones y que crezca. Es procurar que la mayoría de los venezolanos pueda tener las herramientas y oportunidades para superar la condición de precariedad social actual, por lo que este punto debe estar en el centro de la política económica. Además, esto no es solo un imperativo moral, es también pragmatismo: es clave reducir la tensión social para procurar un sistema político-económico que sea estable en el tiempo. Lo moral y lo pragmático se funden para establecer el orden de prioridades.


*Economista. Miembro del Consejo Editorial de la revista SIC.

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