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El ocaso de la cultura clerical (V)

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Por Jesús María Aguirre


Un sondeo sobre las pulsiones clericales

 

A partir de los años sesenta hubo una profusión de estudios sociológicos y psicológicos sobre la conducta del clero con el marco interpretativo de la crisis de fe postconciliar. Progresivamente, en las tres décadas siguientes, se ahondó en los factores de la masiva deserción clerical. En estas investigaciones inevitablemente surgían los temas concernientes al celibato y a la sexualidad del clero (Ruiz de Olabuénaga 1969; Hostie 1973; Drewermann 1989; U.Ranke Heinemamm 1994; Domínguez 2015). Pero, a la hora de las explicaciones las etiologías psicodinámicas eran dispares.

En un artículo en America the Jesuit Review  por Jason Blakely, profesor asistente de ciencias políticas en la Universidad de Pepperdine, antes de exponer su planteamiento sobre la cultura clerical, resume las narrativas falsas, sobre todo de tipo psicosocial, que abundaron antes del segundo milenio. Entre ellas resalta tres: la biologista de la libido, la psicodinámica del liderazgo masculino y la deriva homosexual.
La primera argumenta que las causas serían intrínsecas al catolicismo, a sus prácticas espirituales y más reductivamente al celibato que reprime la libido sexual. En esta lectura freudiana en que la sexualidad es irreprimible o a lo sumo sublimable la solución al problema sería la eliminación del celibato.

La segunda versión apunta a que el liderazgo sólo para hombres es intrínsecamente disfuncional, suponiendo que los varones por el hecho de estar en roles de liderazgo están más dados a los actos de dominio y abuso sexual, y por tanto requieren más control disciplinar.

Otra variante similar llevaría a la búsqueda de las fuentes en la psique masculina y en la afirmación del deseo homosexual y según ello cualquiera que haya tenido tales deseos debería ser excluido del sacerdocio.

A juicio crítico de Blakely estos relatos “suponen erróneamente que el comportamiento abusivo de alguna manera está esencialmente vinculado a la sexualidad masculina reprimida o la psique masculina como tal. En lugar de un análisis históricamente y culturalmente sensible de lo que estuvo errado en la Iglesia”. Es decir que en su sintomatología buscan marcadores formales, demográficos y biológicos cuando lo que se necesita es una visión de una cultura en particular.

https://www.americamagazine.org/faith/2018/08/23/sexual-abuse-and-culture-clericalism
Por eso Blakely, aun con alguna reserva, considera más atinada la dirección planteada por el Papa Francisco al denunciar las desviaciones de la cultura del “clericalismo”, en la que la plenitud del logro espiritual se considera en gran parte reservada a los líderes religiosos ordenados.

Las advertencias formuladas reiteradamente en sus discursos desde cuando era cardenal en Buenos Aires, insisten en que dicha cultura “anula la personalidad de los cristianos” y “conduce a la funcionalización de los laicos”. Esta campaña no es oportunista o amañada a las circunstancias sino que está en la génesis de su papado desde su discurso en el colegio electoral de cardenales el 7 de marzo de 2013, seis días antes de ser elegido.
Igualmente observa que la cultura del clericalismo no sólo es perpetuada por los sacerdotes sino que también es reforzada por muchos laicos al ver al sacerdote como una chamán o un gurú, más como un ser humano, capaz de cometer errores y susceptible de ser corregido personal o comunitariamente.

Este planteamiento no es cómodo por cuanto implica por una parte no reducir el asunto hacia las psicopatologías de ciertos individuos y por otra parte asumir responsabilidades compartidas sobre una lacra que ha corroído la confiabilidad de los fieles y, en general, de la sociedad por la falta de control social y por una mala gobernanza institucional (Shickendantz: 2019).

Porque todos nos preguntamos, dentro y fuera de la Iglesia, ¿cómo es posible que esos modos de proceder abusivos hayan penetrado en todos los ámbitos y se hayan extendido sin alguna complicidad de las instancias del más diverso rango? ¿serán suficientes unos protocolos internos para atajar los casos, cuando los mismos vigilantes están incursos en abusos?

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