Por Jesús María Aguirre
Un clero en shock
Hoy es patente que el tema de los abusos sexuales del clero se ha convertido, en competencia con las primicias de los viajes y entrevistas del Papa Francisco, en uno de los topic noticiosos de la agenda setting mundial sobre la Iglesia.
Cabe, sin embargo, preguntarse sobre la incidencia de este flujo noticioso contrastante entre la apuesta vaticana por proteger la imagen de la Iglesia y la avalancha de informaciones lesivas a la reputación del clero, y, en general, a la supuesta “santidad” de los líderes de la Iglesia Católica.
Considero que el impacto de este tsunami en la institución es más profundo de lo que a primera vista puede suponerse, aunque los obispos y jefes de las organizaciones eclesiales estén más atentos a la resolución de los conflictos inmediatos y a las respuestas defensivas propias de las situaciones de crisis, sobre todo, en los medios y redes.
Ya no se trata simplemente de unas mareas cambiantes por las sucesivas oleadas de la opinión pública, sino de un cambio de matriz cultural respecto al estatus del clero dentro y fuera de la iglesia en Occidente.
Los signos del declive en números
Aunque el fenómeno de los abusos sexuales, sobre todo de pedofilia, ha puesto en primera línea el tema de la crisis del clero católico, el problema de su decadencia ha sido una de las preocupaciones centrales de la Institución. Diversos ensayos sociológicos, sobre todo, a partir del Concilio Vaticano II, han abordado las cuestiones de la disminución de candidatos, la deserción de integrantes, el envejecimiento demográfico, y, en fin, otras cuestiones colindantes relacionadas con la formación, la exigencia celibataria, el machismo imperante y la ola de secularización.
En cualquier diccionario no especializado, -es decir no circunscrito a la semántica del Código de Derecho Canónico- por clero se entiende el “conjunto de las personas que han recibido las órdenes sagradas de las iglesias cristianas”. Dentro de las corrientes protestantes que han adoptado el sacerdocio femenino, no incluyen en la clerecía a las pastoras. En los países católicos se tiende a identificar al clero con la “clase sacerdotal”, que detenta los poderes de bautizar -casi en exclusividad-, confesar y decir misa.
Para nuestras consideraciones sobre el clero, recordemos que en el catolicismo la diferencia esencial dentro del clero se establece entre el clero regular y el clero secular. Pero, el común de la gente en América Latina, que no hace mayores distingos, habla indiferenciadamente de curas, padres y sacerdotes. Si bien en estas reflexiones trataremos de limitarnos al clero diocesano -únicamente masculino-, a los miembros de las congregaciones religiosas -también varones-, a los sacerdotes de sociedades de vida apostólica con votos, y excluiremos los institutos seculares, aunque la integren laicos y clérigos, ya que tienen aspectos sustanciales diferentes (por ejemplo el Opus Dei), a menudo nos encontraremos que los medios masivos aglutinan a sacerdotes, hermanos e incluso escolares de cualquier orden religiosa bajo el rubro clerical. Éste es también el caso, por ejemplo, de las congregaciones laicales como la de los Hermanos de la Salle, o de los Hermanos Maristas de Champagnat.
Los datos globales los tomaremos de los Anuarios Pontificios y de la Conferencias Episcopales, y tendremos en cuenta otras fuentes específicas fidedignas sean públicas del Vaticano o privadas -no confidenciales- de las instituciones religiosas, así como también otros estudios de investigación independientes. En último término trabajos de periodismo investigativo sobre asuntos inexplorados, que no son susceptibles de verificación científica, pero son sintomáticos de la situación.
Comencemos por presentar algunos datos del contexto en que opera el clero católico para hacernos una idea de las proporciones del problema en sus justos límites, pues el uso de estadísticas sin considerar sus parámetros temporales se presta para muchos equívocos. No es lo mismo hablar de 100 abusos en un año que en el lapso de medio siglo, y los periodistas a menudo han jugado sin precisión para obtener titulares sensacionales.
Según el último Anuario Pontificio el número de católicos bautizados en el mundo aumentó de 1285 millones en 2015 a 1299 millones en 2016, con un aumento general de 1.1%.
Es decir que desde el año 1970 a inicios de 2015, la población católica, sin considerar sus niveles de práctica, casi se duplicó, lo que representa cerca del 17% de la población mundial.
Las mismas fuentes indican que el número de clérigos en el mundo es igual a 466.634, con 5.353 obispos, 414.969 sacerdotes y 46.312 diáconos permanentes, y que el número de sacerdotes en el se reparte de la siguiente manera: el 67.9% son del clero diocesano, mientras el 32.1% restante del religioso.
También observa que los sacerdotes religiosos, salvo algunas excepciones de incremento en África, el Sudeste asiático y América Central y Continental, disminuyen en general con picos de cierta importancia en América del Norte y en Europa.
Sin embargo estos números no revelan las tendencias de más largo plazo, que se han dado en el clero a partir de mediados del siglo pasado.
Veamos algunos de estos datos de las congregaciones más conocidas del clero regular, que ilustran este deslave institucional a nivel de todo el mundo (Roca 2017: 45).
Solamente en la primera década posterior al Vaticano II los Hermanos de la Salle perdieron más del 35% de sus miembros. De 17.787 en 1962, año del inicio conciliar, actualmente apenas alcanzan la cota de 3.900.
La Compañía de Jesús -jesuitas-, que en 1954 contaba con 31.356 miembros, descendió para 1975 a 29.436, y para el momento está a punto de perder la cota de 16.000 miembros. En el último medio siglo la disminución de sacerdotes ha llegado al 40%.
Los salesianos, fundados por San Juan Bosco, que habían alcanzado la cifra de 21.355 miembros a inicios del Concilio Vaticano II, y si bien con una recesión menor que la de los jesuitas, hoy apenas supera el total de 15.000 miembros con una pérdida del 35%.
Sin negar la eclosión de algunas nuevas congregaciones en otros espacios geográficos como la India, el sudeste asiático y los países cristianizados de África, todas las estadísticas confiables apuntan una tendencia de recesión general en su conjunto y la desproporción en relación con el número de fieles es creciente.
La primera inferencia es que la caída numérica hoy ya no es interpretable como un momento estacionario de regeneración, sino como un declive sostenido en el tiempo. Entre los múltiples factores, analizados desde la psicología y sociología religiosas se esgrimen: el celibato obligatorio, el envejecimiento generacional, los escándalos institucionales y la baja de candidatos en un contexto de postcristiandad. La segunda es que los ciclos de cada institución con temporalidades diversas y en espacios socioreligiosos distintos marcan diferencias significativas entre los países, y exigen análisis más regionalizados o localizados en países desarrollados y en desarrollo.
Ante la multiplicidad de factores que inciden en este declive quiero fijarme específicamente en los escándalos institucionales, que han afectado profundamente a la imagen de la Iglesia y las diversas narrativas que se han presentado para explicarlas con un afán de buscar soluciones.