El poeta venezolano acaba de publicar “La ciencia de las despedidas” con la Editorial Pre-Textos de España
Dulce María Ramos
“Aprendí la ciencia de las despedidas /en los gritos calvos de la noche”. Estos versos inician el libro Tristia del poeta ruso Mandelstam. Eso, más el sentimiento de ser extranjero, fueron las fuerzas que dieron vida al poemario La ciencia de las despedidas de Adalber Salas Hernández: “Es un estudio de las diversas formas que tenemos de despedirnos por el pasado, por la migración o por la violencia. Es una meditación lírica -como diría William Carlos Williams- sobre la pérdida”.
Después de la publicación de Salvoconducto (2015), Premio Internacional de Poesía Arcipreste de Hita, el poeta venezolano siguió trabajando con la editorial Pre-Textos varios proyectos, entre ellos las traducciones El emperador de los relojes de agua (2017), de Yusef Komunyakaa, y Sobre la idea de una comunidad de solitarios, de Pascal Quignard (2018) … y por supuesto su obra.
Salas Hernández sigue viviendo en Nueva York donde realiza un doctorado, quizás lo único claro en su futuro próximo es la escritura: “Cada vez que termino un libro, lo que me emociona inmediatamente es el próximo sea un ensayo, una traducción -que es mi vicio- o un proyecto poético”, confiesa.
En este nuevo trabajo poético retoma el tema de la muerte.
-En muchos sentidos este libro responde al mismo impulso de Salvoconducto: el mismo ánimo, tono y cadencia rítmica. Es un libro en el que trato de ponerle rostro -sin éxito- a las diversas formas de la violencia, en indagar cómo negociamos con la hostilidad diaria -a veces extrema- y por ende cómo negociamos con la muerte en nuestra vida diaria.
Usted tiene cinco años viviendo fuera de Venezuela, sin embargo, el país sigue muy presente en su poética. ¿A pesar de que uno puede cambiar de aire, vivir en otro lugar donde los códigos de violencia son distintos, el país y sus conflictos lo siguen persiguiendo?
-Sí. De hecho, es inevitable. Es una persecución, que además trato de no evadir. Todas las mañanas leo las noticias, estoy pendiente de mis afectos y mi familia, también tomo notas de todo lo que leo y voy escribiendo al respecto. Justo ahora estoy en un proyecto con textos históricos -algunos casos traducciones- para intervenirlos, son textos relacionados con la temática de la violencia y la migración. Fíjate estamos en sintonía, anoche me quedé hasta las tres de la mañana trabajando con los escritos de Miranda, sacando fragmentos de sus diarios y textos políticos para convertirlos en versos, interpolando mis propios comentarios dentro como si fueran suyos y trabajando ese contraste entre el viajero cosmopolita que formó parte de hechos históricos importantísimo en otros países y el Miranda que regresa a Venezuela, que fracasa como líder político y termina sus días en prisión. Voy mezclando los textos con sus mejores y peores momentos.
En el poema Tubinga uno de sus versos dice: “Nunca he estado en esta palabra”.
-Hay un poema de Paul Celan que se llama Tubinga, enero, dedicado a Hölderlin, trato de plantearme la pregunta que ellos se hacen y que se enlaza con lo que nos ha tocado como generación vivir en Venezuela: ¿Para qué sirve escribir poesía en una época como esta? No trato de dar respuestas, solo planteo esa pregunta.
Ahora que menciona a Celan, sigue muy latente en su obra.
-En mis inicios yo lo perseguía a él, especialmente cuando trabajé mi tesis de maestría; después escribí Río en blanco para librarme de esa persecución. En La ciencia de las despedidas logro establecer un diálogo. Igual es un poeta que no puedo volver a leer, lo tengo siempre conmigo; es decir lo llevo conmigo como quien viaja con un familiar.
¿Se ha convertido en un fetiche literario?
-Es más como un fantasma familiar, a veces me despierto con un verso suyo en la cabeza.
La lectura de La ciencia de las despedidas en momentos resulta incómoda.
-Busco esa incomodidad. Los dos hilos que organizan y se cruzan constantemente a lo largo del libro son la muerte y la migración. De hecho, el libro empieza y termina con un poema que transcurre en un aeropuerto. Migrar es aprender a lidiar con una forma de la muerte, tener que aceptar que la vida de uno pasada es irrecuperable y seguramente cuando uno vuelva será un lugar distinto. Cuando uno es migrante se resigna a vivir con fantasmas: los fantasmas de los amigos, de uno mismo.
¿Y usted sí aprendió la ciencia de las despedidas?
-No, estas son la clase de cosas que uno no termina de aprender: aprender a migrar, aprender a lidiar con la violencia, aprender a lidiar con las distintas formas de la muerte.
Y finalmente, ¿qué palabra eliminaría de su diccionario?
– “Visa”. Te recuerda que en donde estás no perteneces, no tienes todos los derechos. Que eres una persona provisional.
Fuente:
http://www.eluniversal.com/entretenimiento/5163/adalber-salas-hernandez-migrante-resigna-vivir-fantasmas