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El método Nadal

jueves10_crédito_EFE

Por Germán Briceño Colmenares

En estos tiempos virtuales de influencers del hedonismo y la trivialidad, Rafa Nadal irrumpe como un torbellino para recordarnos que la mejor influencia es el trabajo duro y el buen ejemplo. La antigua fórmula de intentar hacer las cosas lo mejor posible poniendo en práctica las sempiternas virtudes de toda la vida: humildad, disciplina, constancia, coraje, resiliencia, caballerosidad…

Según hemos ido sabiendo, la carrera de Nadal estuvo en la cuerda floja dos veces en los últimos sesenta días. Algunas semanas atrás, la incertidumbre sobre su recuperación de las dolencias físicas que lo aquejan desde hace tiempo ponía en tela de juicio su continuidad. Más recientemente, en el cruce de cuartos de final del Abierto de Australia ante el canadiense Denis Shapovalov, un golpe de calor casi lo pone fuera de combate, ganado in extremis un agónico partido a cinco sets después de haber comenzado dos a cero y de perder cuatro kilos de peso en el intento. Pocos dudan de que, de haber sucumbido al agotamiento, su carrera habría entrado en un declive de vacilaciones y cuestionamientos.

Como espectador de la mítica rivalidad tenística que se ha venido escenificado en los últimos años entre Nadal y Federer, a la que luego se ha sumado el antivacunas Djokovic, casi siempre me he puesto del lado de Nadal. No porque tuviera nada en contra del bueno de Roger, una de las más grandes figuras de la historia del tenis cuyo talento sobre la cancha aflora con una naturalidad pasmosa, sino porque, por paradójico que suene, la mayoría de las veces en que se han enfrentado ambos colosos Nadal ha sido el underdog, y nunca he podido evitar mi tendencia de ponerme del lado de quien en un duelo aparece con menos favoritismo.

Muchas han sido las voces conocedoras y expertas que han valorado en estos días la fulgurante carrera de Nadal, luego de su apoteosis en Australia ante Medvédev, para coronarse como el máximo ganador en la historia de los Grand Slams. Ninguna más autorizada que la de su tío Toni Nadal, entrenador y confidente durante décadas y posiblemente la persona que, después del propio Rafa, más mérito tenga en los logros de su sobrino. Pero Toni Nadal no es un entrenador o un tío al uso, sino un pensador del deporte que tiene una envidiable y certera facilidad de expresión que refleja una mente brillante y profunda.

Contaba el Tío Toni hace pocos días, en una de sus memorables columnas para el diario El País que, en cierta ocasión, un extenista le comentó que se arrepentía de no haber peleado cada partido de su carrera al cien por cien y se lamentó de que se diera cuenta de eso demasiado tarde. Cuando se lo contó a su sobrino, procurando que aprendiera la lección, éste le contestó: “No te preocupes, que eso a mí no me va a ocurrir. Cuando me retire, me iré con la tranquilidad de haber hecho todo lo que estaba en mi mano”.

Y precisamente eso fue lo que demostró en la final de Australia, sobre la que recordaba el Tío Toni que:

Cuanto más alejados estábamos de la victoria, con dos sets a cero y 3-2, 0-40 en el tercero, fue cuando mi sobrino me volvió a sorprender por un número de veces del que ya he perdido la cuenta. De nuevo me admiró su autocontrol, su fe inquebrantable en la victoria, su capacidad de lucha y su tenacidad… Esa lucha no te garantiza la victoria, de hecho, no siempre ha sido así, pero te asegura la satisfacción personal y la tranquilidad de saber que cumpliste con tu compromiso.

El propio Rafa se ha encargado, en una rueda de prensa posterior a su triunfo australiano, de corroborar lo que bien ha dicho su tío:

Lo que me motiva es que me gusta hacer lo que hago. Cuando estoy más o menos bien y no es un desastre físico, me gusta entrenar y competir. Llevo toda la vida haciéndolo y sé que no es para siempre, pero mientras tenga la capacidad de poder seguir disfrutando, esta es mi ilusión. Ganas y pierdes, pero la ilusión del proceso es una gran satisfacción.

No hay mucho más que agregar a las sabias palabras del tío Toni y de su estelar sobrino. Tal vez que, para quienes lo vemos desde afuera, el método de Rafa Nadal da la impresión de no ser otra cosa que una extrapolación deportiva de la lucha ascética. Una contienda incruenta en la que vencer al rival no es más que la cara visible de esa otra batalla íntima y cotidiana de vencerse a uno mismo, de intentar ser un poco mejores cada día sin desalentarnos ante los fracasos y sin darnos por vencidos jamás.

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