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El justo vivirá por su fe

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Por Luis Ovando Hernández, s.j.

I

La novedad de la Sagrada Escritura tiene que ver con quién la lee, desde dónde se lee y en qué momento histórico se lee. Por otro lado, la Biblia es una especie de linterna que ilumina al lector, su espacio vital y su tiempo. Entre lector y Escritura se da, pues, un círculo virtuoso.

Teniendo presente el criterio–constatación anterior, existen pasajes bíblicos que remueven nuestras entrañas por el peso específico del mensaje que contienen y porque reflejan a la perfección nuestras experiencias, dando pie a reflexiones que nos conduzcan a comprender tales vivencias y, si fuera el caso, responder a éstas.

Este domingo toma la palabra el profeta Habacuc, el autor sagrado más anónimo de toda la Biblia. Su libro está compuesto por tres capítulos. Este portavoz de la Palabra divina fue testigo de la muerte de su rey, de la sucesión de parte del adolescente hijo y de la razzia de Babilonia que el joven monarca no supo contrastar; dada su inexperiencia, el país sucumbió.

Siendo este el contexto, se comprenden las preguntas que escucharemos este fin de semana: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me oigas? ¿Por qué me haces ver crímenes y contemplar opresiones? ¿Por qué pones ante mí destrucción y violencia?”.

Quienes nos vemos inmersos en serias crisis socio–económicas, consecuencia de las irracionales decisiones políticas, nos identificamos inmediatamente con las interrogantes del profeta, dado que la situación nos ahorca sin que se avizoren soluciones estructurales en el corto plazo.

Todos los servicios básicos están a ras de suelo, la migración representa para millones la única solución posible, independientemente de los peligros mortales que suponga, no hay cómo cubrir la canasta alimentaria, desasosiego y desesperanza marchan por nuestras calles, los políticos parecen vivir a espaldas del sufrimiento de la mayoría empobrecida.

¿Hasta cuándo seremos testigos de este injusto descalabro? ¿Para qué ver pasar ante nuestros ojos el dolor y padecimiento propios y ajenos? Detrás de estas preguntas hay una lección a aprender, y de la que no nos podemos desentender.

II

Habacuc no solo ve, sino que también oye mientras se halla hundido en el ojo del huracán. El Señor Dios no es indiferente a la interpelación de su profeta, y le responde apuntando bien alto su flecha que se clavará en el centro de la diana de la esperanza: esta brutalidad no es eterna, el altanero no triunfará, sino que el justo por su fe vivirá.

A medida que nuestra crisis se recrudece, y sus efectos nos hieren hondamente, también se dan alternativas, respuestas creativas que transparentan lo mejor de nosotros mismos y que, a pesar de hacer vida en un país arrasado, dignidad y deseos de mejorar conservan aún buenas cuotas.

Que nuestra esperanza esté colocada en tiempos por venir, es lo que posibilitará que haya porvenir. La fe es confianza, y la confianza penetra nuestras acciones. Pero la fe es también sostén que permite esperar mientras continuamos nuestras tareas.

Es cierto que para muchos de nosotros esta espera tiene un matiz dramático, porque está en juego la propia existencia, porque sobrevivir se hace cada vez más cuesta arriba, porque no sabemos cómo se plasma en un artículo de periódico tanto dolor inmerecido. No obstante, no dejamos de creer y actuar guiados por esta misma fe, para poder caminar por derroteros distintos a los actuales.

No queda sino decir con los discípulos: “aumenta nuestra fe”.

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