Miguel Matos s.j
Indudablemente que los resultados de las elecciones para Gobernadores, del pasado domingo, les supusieron un “oxígeno” al Gobierno. Un “oxigeno” conseguido a base de alterar una buena parte de las reglas democráticas y honestas pertinentes a un evento de esta naturaleza. Desde el hecho de haber escogido una fecha que obligaba a sus “adversarios” a correr contra reloj, hasta la burda patraña de reubicar en diversos centros de votación en tiempo récord y con mucho ensañamiento a miles de electores, muchos de los cuales no pudieron luchar contra esta artimaña. Por si fuera poco, ya la población había tenido que soportar todos los abusos de poder en lo referente a la propaganda, ya había tenido que asimilar las inhabilitaciones y la negativa a que la oposición realizara los cambios en relación a sus candidatos. Todavía queda Andrés Velásquez, actas en manos, tratando se hacer reconocer como ganador. Y todavía está por verse cómo se decidirá la pretensión del Gobierno de hacer que todos los gobernadores tengan que subordinarse a la flamante Asamblea Constituyente. Una Asamblea sobre la que ha llovido la cantidad más innumerable de desconocimientos.
Toda esta combinación de abusos, autoritarismos, engaños, violaciones de la Constitución, no serían tan insoportables, si todo esto se tradujera de alguna manera en un alivio, aunque fuera mínimo, de las condiciones cada vez más invivibles que padece nuestro país. Esa es la referencia obligada a la hora de ubicarse frente al Proyecto Bolivariano: Las condiciones de vida de nuestra gente están en alguna medida recuperándose o estamos en una caída libre hacia algo cada vez peor. Cuando decimos peor es porque lo que está en juego es la sobrevivencia, la barbarie del hambre, el horror de la carencia de medicinas, la situación vergonzosa en la que malviven los presos políticos, la violencia desatada, el sectarismo en las limosnas tipo CLAP, la ruina de los servicios públicos y pare usted de contar. Allí es donde se descubre lo que es hoy ser revolucionario o no. Si es que aún les dice algo este lenguaje, les digo que mi sentimiento actual de revolucionario es una continuación de lo que siempre entendí qué era reaccionar en contra de la infelicidad de los más necesitados. Lo otro es una fidelidad por inercia o por miedo, mientras nos aturden condiciones de supervivencia que nunca nos habíamos imaginado.
Por lo que hemos vivido hasta ahora, podemos reconocer con dolor, que la capacidad de indignación, de reaccionar de nuestro pueblo, ha sido, al menos temporalmente, neutralizada. Las actitudes prepotentes, amenazantes, engañosas, agresivas, opresoras de los gobernantes han tenido su efecto en lograr en el pueblo unos altos niveles de temor, de inhibición, de una paciencia enervante. Esto se observa en los sectores más vulnerables de la población e incluso en algunas dirigencias de otros sectores sociales.
En estos días ha estado sonando con mucha insistencia en mi mente la letra de una canción que compuse hace unos años y que dice así:
Pobre de ti
Pobre de ti si en esta falsa paz
entierras el fusil con el que ibas a luchar
pobre de ti si en esta falsa paz
le das al enemigo la razón y la sal
no seré yo, no seré yo quien te condene
será la tierra la que estrene una palabra nueva contra ti
no seré yo, no seré yo quien te condene
será la tierra la que estrene una palabra nueva contra ti
aunque sude el poeta y se amargue el cantor
aunque muera el profeta y tu hablar comprometa
No calle tu voz
Aunque sude el poeta Y se amargue el cantor
Aunque muera el profeta y tu hablar comprometa
No calle tu voz.