Javier Contreras
Desde hace más de dos meses cuando comenzaron las protestas de un importante sector de la sociedad en contra del abuso de poder, el hambre, el irrespeto a la Constitución, la falta de medicinas y la inseguridad, se puede afirmar que las calles de algunas ciudades se han nublado, esto como consecuencia de la utilización desmedida de gases lacrimógenos con los que los cuerpos de seguridad reprimen a los manifestantes.
En donde no abunda el gas es en las cocinas de miles de hogares venezolanos, particularmente los ubicados en las zonas populares. Las personas se ven obligadas a invertir una cantidad considerable de tiempo y esfuerzo para poder obtener una bombona, dispositivo que en muchos casos trasladan en los hombros, con el consecuente peligro de manipular este tipo de material. También es frecuente observar bombonas que son movilizadas en vehículos particulares, sin ningún tipo de normas de seguridad, lo que aumenta considerablemente las posibilidades de accidentes graves. Esta situación no será resulta por la ilegal constituyente.
Múltiples análisis sobre la escasez y la dificultad para obtener ciertos rubros han sido expuestos por los representantes del gobierno nacional, dejando como conclusión, para ellos, que el problema no es la falta de producción sino la distribución. En el caso del gas esa ha sido la premisa, razón esgrimida para que en muchas ciudades del país fueran eliminadas las concesiones a empresas privadas, siendo sustituidas por PDV gas comunal, en la que por cierto participaron miembros de la Guardia Nacional como “garantía” de cumplimiento del seguro y equitativo reparto.
Probablemente de ese entrenamiento en la gerencia del gas salieron fortalecidas las habilidades de los miembros de los cuerpos de seguridad, quienes siguiendo las líneas de sus superiores riegan sin miramiento a los manifestantes con la nociva sustancia que suelen disparar; y haciendo alarde de la socialista horizontalidad, en esa línea han decidido repartir su macabra mercancía.
Mucho ayudaría a los miles de hombres y mujeres que padecen por la falta de gas para el uso doméstico, que este se distribuyera con la misma frecuencia y celeridad con la que se llena la atmósfera de gas lacrimógeno. Mucho daño causó aquella lamentable expresión “gas del bueno”, con la que se quiso convertir en jocosidad lo que es una vergüenza.