Una de las grandes intuiciones de la filósofa alemana de origen judío, Hannah Arendt, consiste en plantear cómo la noción de ley cobró diferentes significados en los horizontes griego y romano en la Antigüedad. Justamente articuló esta reflexión sobre la ley, hablando de la “cuestión de la guerra” en su famoso libro titulado “Qué es política” (original en alemán, Was ist Politik? Ausdem Nachlaß. R. Piper GMBH & Co KG, Munich, 1995).
Según Hannah Arendt, para la Grecia antigua la ley (nomos) se entendía como una muralla que separa a la polis griega de los otros pueblos. Violar la ley era salir de las fronteras de la polis. El exilio era el peor castigo. La ley abría un espacio solamente entre los ciudadanos de la polis, aunque preveía algunas medidas especiales orientadas hacia los extranjeros (los no griegos). La ley: una frontera que separaba a Grecia de otros pueblos.
Mientras que para la Roma imperial, subraya Hannah Arendt en el mismo texto, la ley (lex) se consideraba como un vínculo duradero que unía al Imperio romano con los otros pueblos. La ley tenía el destino de vincular a todo el orbe mediante un sistema de tratados. La ley: un puente que unía Roma con los demás pueblos del globo.
Cuando el intelectual judío Daniel Salvatore Schiffer en su carta abierta (Mediapart, 22 de julio de 2014) escribió lo siguiente a sus « pares »:“Israel, esta nación que inventó, con el decálogo histórico, el concepto de “ley”, ¿estaría hoy día, quién sabe por cuál absurdo e inequitativo privilegio, por encima del derecho internacional?”, uno se pregunta qué es la ley, qué es el derecho, en particular el derecho internacional, y para qué sirven los tratados, convenios y convenciones internacionales.
Si sumamos la crítica que hizo Jesús en el Evangelio a los fariseos, quienes le preguntaron por qué él y sus discípulos arrancaban espinas en sábado porque esto no estaba permitido, él les respondió: “¿Nunca habéis leído lo que hizo David cuando tuvo necesidad y sintió hambre él y los suyos?” Añadió: “El sábado ha sido hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado” (San Marcos 2, 23-28).
¿Qué tanto fariseísmo existe hoy día en la mal llamada Comunidad internacional?
Mientras algunos gobiernos denuncian la guerra y conflictos internos y sancionan a unos países en algunas partes del mundo, envían municiones a estados beligerantes en otras partes del mundo para alimentar la guerra contra inocentes.
O también las partes en conflicto interno adelantan negociaciones en un país neutro y, al mismo tiempo, continúan haciendo la guerra que cobra víctimas entre la población civil inocente. Por un lado, las negociaciones en busca de la paz; por otro, la guerra contra la paz.
El fariseísmo utiliza por conveniencia la ley como frontera para dividir el mundo entre buenos y malos, entre “nosotros” y los “otros”, entre terroristas y anti-terroristas. Y la ley como vínculo entre los buenos para defender nuestros intereses ideológicos y geo-estratégicos.
El derecho internacional sigue siendo un instrumento al servicio de los poderosos, quienes manejan Estados, organismos internacionales, empresas, medios de comunicación, industria armamentista, etc.
¿Por qué no se ha parado la masacre en la franja de Gaza? ¿Por qué la guerra sigue en Colombia, en África y en muchas otras partes del mundo?
La dignidad humana, los derechos humanos, la humanidad o, como lo decía Jesús, el hombre no son el fin del derecho internacional, incluso son utilizados muchas veces como pretexto para hacer la guerra y así esconder los intereses reales que defienden los poderosos de este mundo.
Este mundo cada vez más globalizado exige otro derecho que vaya más allá de los intereses de los Estados y los dueños del mercado. Necesita de un derecho de la humanidad que sea capaz de defender y proteger la dignidad de cada ser humano, independientemente de que sea o no miembro de tal o cual Estado, ciudadano o extranjero, musulmán o cristiano, hombre o mujer, occidental o no-occidental. Un derecho global que ponga al ser humano, su dignidad y sus derechos, por encima de todo y a través del mundo.
Si no, estaremos condenados a seguir asistiendo, con impotencia e indignación, a tantos horrores y barbaries que ocurren en un mundo global, muy avanzado tecnológica y científicamente, pero donde es cada vez más ausente “la humanidad”. A causa del manoseo del derecho internacional, el libre juego sucio de los intereses poderosos en un mundo-mercado y el fariseísmo que impulsa la guerra por un lado y la condena por otro lado.