Por Simón García.
Es frecuente que cada quien tiña sus percepciones con el color de sus deseos. Se valora el presente por las aspiraciones de futuro. Así se moralizan seguidores. Pero también se corre el riesgo de perder el pie a tierra y reducir la lucha por la democracia a minorías emocionalmente aferradas a una versión cerrada de su verdad.
¿Está ocurriendo esta distorsión en las distintas parcelas de la oposición? Al menos existen señales de una incapacidad de realización de objetivos en las distintas expresiones opositoras. Se va apoderando de todas una pérdida de acciones eficaces para alterar la relación de fuerzas impuesta por el régimen.
Otro signo del escenario predominante es el contraste entre fortaleza exterior y debilidades internas. Fue un acierto que el presidente (E) Guaidó consolidara estas fortalezas externas, pero el gozo puede esfumarse si la reiteración del mantra, con otro estribillo, no revierte el crecimiento de la indiferencia respecto a los partidos y muestra el debilitamiento del músculo de la movilización cívica.
La extensión y profundización de la crisis refuerza las calamidades sociales. A la vez, emerge la expectativa de una recuperación económica distorsionada y selectiva junto con avances del plan político del bloque dominante. En este lado del tablero, no existen indicaciones suficientes para buscar aproximaciones entre las fracciones opositoras ni de un cambio efectivo de estrategia en el G4, más allá del parto retórico de opciones debajo de la mesa.
Deficiencias preocupantes cuando no todas las opciones pueden estar en el abanico de posibilidades. No deberíamos alimentar esperanzas con salidas que dependen de factores externos y que resultan indeseables para la sostenibilidad de un cambio democrático, pacífico y constitucional.
Los dilemas para la oposición están desde hace tiempo a la vista: desenlace pacífico o violento; solución electoral o resolución militar; negociación o intentos de exterminio del otro. Dilemas que deben superarse generando respaldos claros y mayoritarios.
La unidad pasa a ser condición y objetivo de victorias. Las fuerzas de cambio deben definir un mínimo de metas compartidas y reglas para normar relaciones y competencias entre ellas. Deben detener drásticamente la descalificación mutua de sus líderes y de sus proyectos.
Es posible unir a la oposición en torno a un liderazgo plural y una estrategia compartida. Su eje existe: un líder bien posicionado, Guaidó y una coalición de los partidos con mayor representación parlamentaria. Pero no habrá auténtica unidad con la prolongación de vetos contra AP, el MAS, Copei, Cambiemos, Soluciones y otras agrupaciones partidistas y sociales. Consensos parciales basados en el libre consentimiento son una vía para la unidad; pero la imposición autoritaria es una incongruencia que la dinamita.
El centro de la estrategia debe y puede esclarecer la participación electoral como medio para activar las condiciones que reduzcan el apoyo social del régimen y aumenten los incentivos de un retorno a la democracia bajo un gran acuerdo nacional. ¿Por qué insistir solo en opciones para derrocar al régimen y descartar su derrota política y electoral?
Si las concepciones conservadoras continúan favoreciendo los desplantes extremistas y una polarización a ciegas, el empate catastrófico va a convertirse en crónico y el régimen podría salir ganador.
Para avanzar es urgente que los líderes principales de la oposición partidista y social abran un diálogo con el país y que en particular, dirigentes como Guaidó, Henry Ramos, Henrique Capriles, Falcón o Mujica puedan animarlo. Si esto no es posible, ¿vamos a dejarnos sepultar por el escenario cangrejo inducido por la dictadura de los extremismos?