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El deporte de la polarización

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Mario Villegas

Qué afán ese de mirar todo cuanto acontece en Venezuela y el mundo con los ojos de nuestra mezquina y asfixiante polarización. Va siendo tiempo de que nos sobrepongamos a las pequeñeces sectarias que habitan en nuestras mentes, bien sean producto de nuestra espontaneidad o hayan sido instaladas en ellas por el alienante efecto de la propaganda.

Todo lo vemos a través del cristal de la polarización. Cualquier hecho, sea o no de carácter político, lo despachamos rapidito e irreflexivamente bajo la estrechez del dilema chavismo-antichavismo. Así, pues, si una persona de inclinación opositora dice A, inexorablemente cualquiera que apoye al gobierno dirá B, y viceversa. Basta saber que algo, por simpático que de entrada nos parezca, fue propuesto por algún adversario, para encontrarle de inmediato todos los defectos y malas intenciones imaginables e inimaginables. Pero si, por el contrario, el autor es nuestro afín en el plano de la política, entonces le encontraremos todas las virtudes.

En eso los venezolanos llevamos ya muchos y agotadores años. El discurso divisionista de Hugo Chávez, ayudado en su momento por las líneas editoriales de algunos medios de comunicación, nos condujeron a esta anticultura en la que los míos siempre son y serán los buenos, mientras que los otros siempre son y serán los malos. Dependiendo de quién dijo o hizo qué, saldremos de inmediato a avalarlo o a rechazarlo con los más sublimes o grotescos argumentos. “Con los míos con razón o sin ella”, dice la célebre frase que ahora preside nuestro absurdo raciocinio.

Pero por si fuera poco lo que ocurre puertas adentro de nuestro territorio, si en cualquier rincón del mundo tiene lugar algún acontecimiento, de inmediato la polarización lo ensalza o lo tritura según sean las inclinaciones políticas reales o arbitrariamente atribuidas a sus autores, o las presuntas ventajas que estos puedan derivar del hecho. En eso, las etiquetas y estigmatizaciones juegan un muy eficaz y pernicioso papel.

Acabamos de presenciar, por ejemplo, la democrática elección de Andrés Manuel López Obrador en México, y ya antes de que esta ocurriera, la polarización chavismo-antichavismo calificaba o descalificaba al líder mexicano según la orientación ideológica de quien miraba al hecho y al personaje con los mismos lentes de nuestra turbia división visual y mental.

Es absurdo que la realidad planetaria, tan rica en especificidades políticas y de todo orden en todos sus continentes, países y recovecos, la reduzcamos a la óptica chavismo-antichavismo. Si algún país, alguna entidad o algún individuo, son o han sido chavistas o sospechosos de serlo, o simplemente han tenido alguna relación utilitaria o de cordialidad diplomática con el gobierno de Chávez o con el actual de Nicolás Maduro, sencillamente quienes adversamos al régimen los etiquetamos de chavistas y les atribuimos las mismas propiedades malévolas que a estos. También pasa al revés. Todo país, institución o individualidad que no rinda pleitesía al régimen y a su modelo, de inmediato pasará a ser etiquetado por los oficialistas de satélite del imperio o de agente de la CIA, por tanto, enemigo jurado de la autodenominada “revolución bolivariana”.

Cómo será de grave la cosa que la división ha sido llevada hasta el terreno de las artes y del deporte. Un ejemplo fueron los absurdos comentarios proferidos desde ambos polos a propósito del asesinato del cantautor Evio Di Marzo. Algunos descocados de oposición se alegraron por la muerte del artista dada la inclinación oficialista de este, a la vez que se escucharon voces de descocados chavistas que lamentaron que el muerto haya sido Evio y no Yordano Di Marzo, su hermano opositor.

¿Y en el deporte? Por ejemplo, en el caso del Mundial de Fútbol, gente hay que desprecia o elogia a las selecciones de determinados países porque los respectivos gobiernos hayan tenido o no afinidad política, cercanía diplomática o relaciones comerciales con el venezolano.

No resulta extraño escuchar alabanzas o insultos a los futbolistas de Rusia, por ejemplo, no por el desempeño que estos puedan tener en el terreno de juego sino porque ese país es aliado político y comercial del régimen que preside Maduro. Quienes eso hacen piensan que si gana o pierde Rusia, quien está ganando o perdiendo es Vladimir Putin y su gobierno.

Suprema irracionalidad que, por esa vía, podría hasta conducir a los fanatismos chavista y antichavista a alentar o a despotricar de nuestros seleccionados deportivos venezolanos por suponer que, si estos ganan o pierden en algún certamen, al final son Maduro y su régimen quienes cosecharán políticamente las victorias o las derrotas.

El día ha de llegar en que los venezolanos dejemos atrás la exacerbada polarización y reconstruyamos la unidad de la nación.

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