Luis Carlos Díaz*
A través de los medios no sólo se accede a la cotidianidad, sino que también se legitiman interpretaciones, se construyen militancias y se le da cauce a la conflictividad con artillería simbólica en lugar de violencia física y de calle
Algunos extranjeros desfasados en la discusión política venezolana, repiten la cantaleta de que la revolución no será televisada y que el Gobierno bolivariano debe enfrentarse en minusvalía contra un fortísimo aparato de propaganda privado que lo tiene bajo asedio. La visión de 2002, cuando fue más evidente el rol político que había asumido un conjunto de medios de comunicación, se mantiene cincelada en la piedra de los fanatismos más de una década después. El problema es que esa descripción no sólo no se ajusta a la realidad, sino que la denunciada tiranía mediática ha cambiado de signo y ahora se sostiene con dinero público.
En buena parte de su obra reciente, el profesor Marcelino Bisbal ha venido recogiendo la construcción de una “hegemonía comunicacional”, no en el sentido gramsciano sino más bien en el sentido dado y anunciado por el exministro de comunicación Andrés Izarra, que convierte al Estado en una maquinaria de comunicación que busca copar cada espacio del espectro de consumo mediático.
Sin embargo, las fórmulas se han venido refinando. El fantasma del cese de transmisión de RCTV en 2007 sigue penando como las ánimas del llano, así que para evitar escalofríos nocturnos y nuevos descalabros electorales, se ha prescindido de la fórmula del cierre de medios para probar otras rutas de control. Así, superamos el tablero de juego de 2002 en el que el Gobierno contaba apenas con un canal de televisión pública, VTV, mientras la acera de los privados beligerantes tenía cuatro canales con sobredosis de política. En la actualidad, el Gobierno cuenta con seis canales de televisión (VTV, Tves, ViveTV, ANTV, Telesur y AvilaTV), logró que canales privados como Televen y Venevision moderaran sus espacios de opinión e información para aumentar el entretenimiento, desapareció a RCTV y recientemente apoyó la compra de Globovision por parte de otros capitales privados, aunque favorables a su tendencia política.
Alterar el ritual de consumo
El canal Globovision llevaba algunos años convertido en el espacio donde con más libertad y tiempo en pantalla podía mostrarse a la oposición venezolana, por eso fue acusado de “trinchera” o de “partido político con antena”, aunque también puede ser visto como el reducto que servía de aglutinante para una gran diversidad de militantes que hacen vida en las distintas oposiciones. Sin duda, tuvo algún efecto en la campaña presidencial, donde Henrique CaprilesRadonski obtuvo más del 49% de los votos. Sin embargo, el Gobierno siempre sobrevaloró su capacidad de influencia. Globovision es un canal que apenas sale en señal abierta en 3 ciudades del país (Caracas, Maracaibo y Valencia), no se le permitió expandirse más, le fueron retenidas unidades de microondas para reducir sus posibilidades de cobertura en vivo, y además se le mantenía a raya con multas constantes y al menos 10 procedimientos administrativos en su contra.
Con un cuadro tan oscuro y ante la amenaza de no renovar la concesión en 2015, estaban claros los incentivos para que sus dueños decidieran venderle al grupo económico que lo compró. Oficialmente se hicieron cargo de la compra tres nuevos dueños: Juan Domingo Cordero, Raúl Gorrín y Gustavo Perdomo, vinculados a Seguros La Vitalicia y con un historial de vínculos con el Gobierno nacional. Alguna garantía debieron tener para comprar una televisora que parecía tener firmado su pronto cierre.
A los pocos días de la compra-venta hubo una reunión entre los dueños de la planta televisiva y el presidente Nicolás Maduro. Entonces, los actos de calle de CaprilesRadonski no salieron en vivo. Tras su renuncia, el productor y conductor del programa, Kico Bautista, declaró que no iba a convalidar la nueva línea editorial.
También salieron del aire el diputado Ismael García, Nitu Pérez Osuna, Pedro Luis Flores, Carla Angola y los coordinadores vinculados a noticieros y equipos de investigación. Curiosamente, se ha mantenido la presencia de Leopoldo Castillo, conductor del programa Aló Ciudadano.
El resultado es que, aunque la oposición sea casi la mitad del electorado venezolano, su presencia en medios ha sido reducida drásticamente. Sus figuras siguen siendo invitadas a las cámaras de Globovision, pero es la audiencia la que, a su modo, ha cambiado. Parte del pacto de confianza y los rituales de consumo que tenía el televidente opositor se han roto y se encuentran desperdigados. El país concreto no cesa de producir informaciones y se hace imperativo accedera ellas, pero Globovision, sin haber cerrado, deja en la viudez a un sector de la población que no tiene acceso a otros medios. Ni siquiera a los públicos, que se pagan con dinero de todos.
Incluso el propio ministro Villegas ha declarado que su reto actual es que los medios públicos tengan público, porque las audiencias son esquivas y no sólo han bajado el encendido de Globovision tras esta decisión, sino que el universo de los medios del Estado se limita a los militantes del partido de Gobierno y poco más.
Los significantes
En la conflictividad venezolana, los medios han servido enormemente como espacio de construcción de significaciones colectivas. A través de los medios no sólo se accede a la cotidianidad, sino que también se legitiman interpretaciones, se construyen militancias y se le da cauce a la conflictividad con artillería simbólica en lugar de violencia física y de calle.
Por esa razón, el control de las fábricas de símbolos también pudiese condicionar la calidad del diálogo público, la interpelación de los poderes y la organización de los disconformes. Por esa razón, otro balde de agua fría fue el anuncio de venta de la Cadena Capriles, emporio mediático que contiene al diario de mayor circulación en el país, Últimas Noticias, más otros productos como los diarios Líder (deportivo) y El Mundo (economía y negocios).
Últimas Noticias es un medio que ha demostrado su pluralidad y seguimiento crítico a temas de interés social, con una apuesta cotidiana por las comunidades populares y sus necesidades, y dando cabida a voces muy diversas en sus páginas de opinión. Es, además, el tabloide de mayor presencia popular, con una tirada que ronda los 300 mil ejemplares en fin de semana, muy por encima de sus competidores.
El cambio de manos implicó el ofrecimiento de una cantidad suficiente para que los siete hermanos Capriles decidieran desprenderse de la cadena fundada por su padre. Se rumora que la cifra es de 140 millones de dólares, por encima de su valor real, aunque aún no ha podido ser comprobado. Estos medios no eran necesariamente rentables, o al menos no tanto como pudiesen serlo otras industrias menos visibles, sin embargo no estaban amenazados de cierre ni nada. A lo sumo, han crecido sus protestas de trabajadores de imprenta y distribución, pero en la búsqueda de mayores beneficios en la contratación colectiva.
Ahora, la venta de la Cadena Capriles sí resulta extraña porque hasta ahora no se ha develado el nombre del comprador. Fuentes internas del diario apuntan a Víctor Vargas, dueño del banco BOD y Corp Banca, para el que la compra del emporio no representa mayor gasto debido a la bonanza de los años recientes. No obstante, la ley de bancos le prohibiría públicamente detentar esta propiedad mediática, así que no aparecerá en el radar.
La pregunta de fondo es si el objetivo también es domesticar y vaciar de significación social un medio que marca agenda en el país. Está visto que la ganancia económica no es el fin directo, así que las sospechas crecen, las audiencias migran y la oposición es la que será menos televisada.
*Miembro del Consejo de Redacción de SIC.