José Luis Sánchez Noriega
Parábola crítica sobre las sociedades mediocres
Para los cinéfagos militantes como quien esto escribe, que degluten del orden de doscientas películas anuales o más, resulta atractiva, de entrada, cualquier historia que suene mínimamente novedosa por lo que El ciudadano ilustre nos gana con su arranque de un Premio Nobel de Literatura que desdeña honores e invitaciones de primer rango para aceptar volver al pueblo perdido de su Argentina natal que abandonó cuatro décadas atrás. El tándem Gastón Duprat y Mariano Cohn había sorprendido con El hombre de al lado, que comparte con esta película su condición alegórica y cierto diagnóstico sobre la sociedad actual.
El nobel Daniel Mantovani vive en Barcelona; tras el máximo galardón pasa por una etapa de sequía creativa. Le llueven ofertas para recibir todos los honores, ser homenajeado y acudir a diversos eventos, pero parece de vuelta de todo, un poco cansado y quizá defraudado consigo mismo por esa sequía. Hasta que le llega la modesta invitación desde su pueblo natal, Salas, a más ochocientos kilómetros de Buenos Aires: le proponen el nombramiento de Ciudadano Ilustre y una estancia de cuatro días en los que dará otras tantas conferencias y asistirá a otros eventos. Mantovani acepta ir sin su secretaria y de incógnito. Tras una accidentada llegada con un día de retraso debido a un pinchazo, se instala en el hotel local (que parece de película rumana, según le cuenta a su secretaria). El alcalde sacará partido del homenaje que se le dispensa y Mantovani hace un ejercicio de paciencia con este y otros lugareños que le filman por la calle o le dan abrazos sin pudor: la vida provinciana se ve trastocada por la presencia de este personaje que, como Diego, Messi o el Papa, ponen a Argentina en el centro del mundo, según explica el regidor municipal. Se encuentra con una antigua novia que ha seguido enamorada de él durante años, aunque se haya casado con un amigo común, Antonio; el recepcionista del hotel le da a leer unos cuentos suyos; un paisano ve la figura de su padre en una de las novelas del escritor; Antonio le invita a una cena en casa y a ir a un bar de alterne; una joven se le mete en la cama; un padre le trae a su hijo discapacitado para que le compre una silla de ruedas… Se ve obligado a ejercer de jurado de un concurso de pintura con la mala suerte de rechazar cuadros de fuerzas vivas que, descontentos con el veredicto, le llegan a acosar con malos modales. El alcalde le desautoriza; también tiene problemas con Antonio, de manera que la situación cambia radicalmente: lo que se anunciaba como festivo reconocimiento del pueblo al insigne salense se transforma en pesadilla.
Con un ajustado e inteligente humor, El ciudadano ilustre pertenece a esa estirpe de comedia dramática muy crítica con la sociedad, con situaciones que ponen en la picota actitudes, costumbres e ideas comunes. La figura del Premio Nobel no tiene más interés para los vecinos de Salas que cualquier otra del famoso; da lo mismo su obra literaria o sus opiniones sobre cualquier tema. Mantovani ha vivido suficiente tiempo lejos del pueblo como para distanciarse de las miserias de la vida provinciana y en cuanto trata de ser él mismo se le echan encima. La espoleta que inicia el desastre es el veredicto del concurso de pintura –una de las escenas más divertidas- donde queda patente cómo el enchufismo y las influencias en un pueblo están por encima de la libertad para opinar. Más al fondo, los celos de Antonio que sabe que Irene se casó con él, pero siempre estuvo enamorada de Mantovani, cuyos libros ha leído en su totalidad con devoción.
Aquí hay un retrato de la mediocridad que desprecia el talento, de la falta de autoestima que impide toda autocrítica, del clientelismo político o el recurso al enchufismo o del favor por encima de la justicia. En Argentina la película ha sido vista como una crítica al nacionalismo: “A pesar del humor, que podrá provocar risas, no hay duda, la película es de una ferocidad sin precedentes. Ni Perón, ni Evita, ni el estado, ni la iglesia, ni la Cultura (así, con mayúsculas), ni la familia se salvan. El patrioterismo barato, el arte visto por países y no por calidad, todo recibe su merecido.” (leercine.com.ar). Tampoco Mantovani es un héroe moral impoluto: sus exigencias y su distancia no le hacen precisamente simpático a ojos de la comunidad en la que se quiere integrar, aunque sea de visita. Es consciente de su posición cultural, de mayor envergadura que la del “pueblo chico, infierno grande”, pero no hace mucho por disimularla; como tampoco por evitar la relación sexual con la jovenzuela deslumbrada por un Nobel.
También tiene interés la historia en cuanto alegoría de la creación literaria: Mantovani ha estado fuera del pueblo toda su vida y sus grandes novelas están ambientadas allí; entra en crisis y sólo volviendo al pueblo consigue superar la situación volviendo a escribir una historia que transcurre en el lugar: la misma que ha vivido y a la que nosotros hemos asistido. Con ello no sólo se ratifica la idea tan extendida sobre las raíces y la determinación de la infancia en la personalidad de cualquier artista, sino que también se da la vuelta a todo el relato para afirmar la paradoja de que la gloria literaria y la gran cultura conseguidas por Mantovani no existirían de no ser por ese pueblo perdido de la provincia de Buenos Aires.
La Copa Volpi al mejor actor conseguida en Venecia por Óscar Martínez es muy justa, pero en ella puede tomar champán el resto del reparto. La comedia tiene ritmo, tono y una progresión dramática que la sitúan por encima de la media, aunque un visionado reposado permita apreciar grietas o detalles. Sin embargo, creo que no va a haber unanimidad en la recepción: se trata de una de esas películas tan peculiares que se entra o no se entra en ella, y puede dejar indiferentes a algunos. El abajo firmante se sitúa entre los primeros, pues ha disfrutado con la novedad y frescura de una historia inteligente, divertida y muy capaz de hacer pensar sobre la mediocridad provinciana (que incluye a quienes tratan, inútilmente, de huir de ella).
Fuente: http://www.cineparaleer.com/critica/item/1983-el-ciudadano-ilustre