Andrés Cañizález*
La sociedad venezolana está signada por círculos perversos. Salir de la pobreza sigue siendo para la mayoría de la población un enorme desafío, mientras que el Estado sigue dando vueltas repitiendo políticas erradas. El saldo es una sociedad desigual, empobrecida cíclicamente. Al hacer un balance social del año 1998, en la edición de la revista SIC de marzo de 1999, Mercedes Pulido de Briceño sostenía que en Venezuela “la desigualdad creciente fragmenta la sociedad y abona el resentimiento”.
Visto en la distancia aquello tenía un sentido político, además de la lectura de experta en temas sociales, pues no debe olvidarse que apenas un mes antes de la edición de este número había asumido la presidencia de Venezuela Hugo Chávez con el discurso del resentimiento. Venezuela, sostenía Mercedes Pulido, venía atravesando años de empobrecimiento: “La pobreza que para 1982 afectaba al 27 por ciento de la población, al iniciarse 1998 se constata que el 68,7 por ciento de los venezolanos no tiene ingresos para satisfacer las necesidades básicas alimentarias y no alimentarias”.
La crisis del modelo rentista tuvo un impacto en largos años de decrecimiento económico y deterioro social. Aquel fue el caldo de cultivo que explica el malestar de los venezolanos que bien canaliza Chávez como candidato, especialmente después del quiebre de credibilidad de Irene Sáez en agosto de 1998, cuando el apoyo del partido Copei a su candidatura la desdibujó como una opción real de cambio.
Volvamos a la radiografía social de 1998 que presentaba SIC en su edición de marzo de 1999: “El escaso desarrollo ha afectado fundamentalmente a las capas medias, tanto así, que la educación pierde peso como instrumento de movilidad social al observarse que los jefes de hogares con educación superior y en situación de pobreza ha crecido de 1,5 por ciento en 1980 a 4,7 por ciento en 1997”.
Cifras como estas, con seguridad, pueden estar presentes en la Venezuela de hoy, con el acelerado empobrecimiento de 2014-2015, pero la falta de visibilidad del problema tiene que ver con la política de opacidad que marca la gestión de Nicolás Maduro, quien acentuó la práctica que ya implementaba Hugo Chávez. El trabajo de Mercedes Pulido de Briceño, en 1998, aunque dejaba mal parado al gobierno de Rafael Caldera, se sustentaba en su totalidad en las cifras oficiales (que no estaban maquilladas) que generaba la propia administración pública.
La autora del artículo escribía alarmada por la brecha entre el salario mínimo y el costo de la canasta alimentaria familiar. Con un salario mínimo en 100.000 bolívares, se necesitaban 125.000 bolívares para alimentar a una familia con productos básicos. Al incluir productos y servicios no alimentarios se necesitaban 2,5 salarios mínimos por familia. Eso era una señal de alarma como bien lo recogió SIC en 1999. Hoy, 17 años después, según las cifras del Centro de Documentación y Análisis (Cendas), se requerían 14,4 salarios mínimos (antes del aumento decretado por el presidente Maduro este 17 de febrero).
Otro indicador que generaba inquietud era la inflación. El alza, según las cifras oficiales, había sido de 30 por ciento anual en aquel 1998. Hoy, ante la ausencia de cifras oficiales, el Cendas estima en 30 por ciento el aumento mensual del costo de la vida. Sin duda la radiografía social de Mercedes Pulido en 1998 era preocupante, pero la de la Venezuela de 2016 resulta sencillamente escandalosa.
Apuntaba este artículo, cuando se abría un momento de cambio significativo en el país, que debían potenciarse simultáneamente educación y trabajo, porque en caso contrario “se presenta el círculo perverso de que educación sin empleo es poco atractiva y empleo sin educación es imposible”, junto a decisiones para acabar con “el clientelismo” en la relación de la sociedad con el Estado. Los resultados de no haber tomado ese camino están hoy a la vista.
* Miembro del Consejo de Redacción de SIC..