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“El cero mata cero” dos años más tarde    

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Imagen referencial | es.cointelegraph.com

  Por Rodrigo Cabezas Morales

En agosto de 2018, el gobierno de Nicolás Maduro anunció al país el “plan de recuperación, crecimiento y prosperidad económica”. Entre la esperanza de pocos y la incredulidad de muchos, se esperaba que aquel nuevo intento en el plano económico fuera asertivo frente a la recesión que alcanzaba ya 5 años, la hiperinflación que llevaba 10 meses, el derrumbe operacional- financiero de PDVSA entre 2015 y 2018, y la desnutrición y falta de medicamentos que laceraba la vida de los más pobres, niños y ancianos. Dos años más tarde el balance es desolador, el fracaso del supuesto “plan” no solo evidenció lo endeble de su rigor económico, sino que el desenvolvimiento de la estructura económica-social reforzó la tragedia humanitaria que ya vivíamos.

Una Política Económica cuando es construida con solvencia profesional responde a los ciudadanos de cualquier país por un mínimo de tres metas obligantes a conseguir: Una, la tasa de crecimiento de la producción (PIB), otra, el comportamiento del nivel de los precios y, finalmente, el movimiento del empleo. Nada de esto se estimó, nada de esto se informó y, fue así porque nunca pudieron comprender el carácter sistémico del desenvolvimiento de lo económico en su esfera real y en la monetaria. Volvían a descalificar la política económica en lo fiscal, monetario, cambiario y productivo con el estigma de neoliberalismo.

He afirmado, con conocimiento de causa, que la primera razón que explica la trágica caída de la economía venezolana desde 2014 hunde sus raíces en el desprecio profundo de quienes gobiernan por la ciencia económica y lo profesional, en lo correspondiente a la alta gerencia y la planificación. Hace dos años creyeron resolver la crisis con anuncios pomposos, jugando con lo económico y la esperanza de un pueblo.

Al comunicar un nuevo sistema de precios y estabilidad de estos, “Plan 50”, se dijo que los salarios y los precios de los bienes y servicios, así como el tipo de cambio estarían anclados al petro; habían encontrado según el Presidente Maduro “la fórmula mágica económica, el cero mata cero”. Este supuesto descubrimiento no era viable porque su fundamentación estaba construida sobre bases fraudulentas. El Petro no tenía, ni tiene valor, no calificaba, ni califica como criptomoneda. La referencia o sustento de este en los yacimientos petroleros, hidrocarburos no extraídos del subsuelo, carecía de sentido económico y de mercado.

El Petro no es una criptomoneda, y no lo es porque no cumple con el requisito de ser independiente del gobierno y descentralizada, además no se puede minar y no tiene la confianza del mercado; por tanto, no tiene ninguna utilidad en el mercado mundial de bienes o de activos financieros en donde nadie lo compra o lo utiliza para transacciones financieras o mecanismo de ahorro.

En consecuencia, afirmar que con el invento del Petro romperían el bloqueo económico-financiero internacional era un disparate dado que este nunca logró ser aceptado como medio de pago en el mercado mundial. Ni remotamente se parece al Bitcoin, el Ethereum, el Ripple, el Litecoin, entre las más importantes y reconocidas criptomonedas del mundo. Sin ningún rubor, un gobierno que se autodefine “revolucionario y socialista” era capaz, desde su ignorancia, proponerle al país un mecanismo de la financiarización capitalista que al igual que los derivados financieros globales se sustenta en la ganancia rápida y fácil, es decir, en la especulación y, por tanto, totalmente enajenada del trabajo productivo y creador. Eso es el Petro.

El timo era mayor en lo referido a la política cambiaria, ya que, un anclaje fija el tipo de cambio correlacionado o respaldado con un nivel adecuado de reservas internacionales en Banco Central, vinculando la moneda nacional a una divisa importante o a una canasta de divisas de los principales socios comerciales y financieros.

La oferta de “el anclaje revaluador” al Petro fue argucia, no era política económica. La economía venezolana no tiene acceso a las fuentes de financiamiento internacional desde 2017 cuando dejó de pagar su deuda externa, esto es una limitante para cualquier programa económico de estabilización y crecimiento que enfrente un cuadro de caída abrupta del sector externo, como es nuestro caso por el desplome de las exportaciones petroleras. Dos años después, la hiperinflación se acentuó, el salario real perdió más valor que en los últimos cuarenta años y el tipo de cambio, al momento de escribir, va por los 330.000 Bs por dólar. La fábula de 60Bs/$ con la que comenzó esta historia en agosto de 2018 quedó pulverizada por las fuerzas reales y monetarias del sistema económico y la impericia de los equipos económicos del gobierno.

De otra parte, el programa de “déficit fiscal cero” que suponía una especie de disciplina en el manejo del presupuesto, ya que eliminaría “la emisión de dinero no orgánico”, terminó en un gran fiasco que ha acelerado la hiperinflación y, por tanto, literalmente la destrucción del salario real.

La explicación está en la política fiscal. El Banco Central de Venezuela continúo entregando al Poder Ejecutivo los bolívares electrónicos de la nada a un ritmo desbordante de la razón, sólo en 2018 la liquidez monetaria creció en más de 3.000%, en 2019 en más de 5.000%.  Algunos incondicionales mujiquitas se atreven a vociferar que aquel crecimiento absurdo de los agregados monetarios no tiene impacto en la inflación. Solo como referencia sépase que la inflación moderada en Venezuela, en más de dos décadas, 1990 – 2012, se correspondió con un crecimiento de la liquidez en un promedio histórico anual de 22%.  En la ciencia económica se puede afirmar que, en general, existe el acuerdo de todas sus corrientes o escuelas de pensamiento relativo a que un brusco incremento de lo monetario genera un incremento en el nivel de precios.  No es este un tema monetarista o ideológico.

Es así como una de las raíces del descalabro económico sembrada por el gobierno continúa: un manejo del presupuesto de la nación con total ausencia de profesionalismo y transparencia, a tal punto que los venezolanos no conocemos la ley de presupuesto de estos últimos tres años ni la programación financiera para manejo de déficit. El “déficit fiscal cero” sigue en los alrededores de un inflacionario 20% del PIB. En definitiva, el gobierno de Maduro ha recurrido a la monetización del déficit presupuestario con la sumisión técnica del BCV y, ello nos llevó a la hiperinflación y a la más profunda crisis de los precios relativos de la economía, entre ellos el tipo de cambio que ya comenté.

En enero de este año 2020 Nicolás Maduro afirmó, en una de sus acostumbradas alocuciones, que “estamos a las puertas del crecimiento económico”. En rigor, no existe ninguna posibilidad de crecimiento del PIB en las actuales condiciones macroeconómicas, políticas y sanitarias. Un nuevo declive de la producción en 2020, por séptimo año consecutivo, es inevitable desde la continuidad de las cada vez mayores restricciones externas financieras y comerciales, la prolongación del deterioro operacional y financiero de la industria petrolera, las debilidades del sector eléctrico, el racionamiento del combustible para el mercado interno, la hiperinflación con su efecto destructor del salario real, la inversión y el multiplicador del gasto público y, finalmente, la pérdida del crédito real al sector privado. A este cuadro macroeconómico se debe agregar el impacto negativo que tendrá sobre el nivel de producción y comercio, y las actividades de transporte, la cuarentena sanitaria implementada para detener la propagación de la pandemia COVID-19.

De cierto se puede afirmar que ninguno de los disparadores o impulsores del PIB están en capacidad de hacerlo crecer. El consumo no solo ha caído en barrena, sino que hizo aflorar la consecuencia de la desnutrición y el hambre. La inversión privada nacional y extranjera no encuentra espacios en una economía estatizada fanáticamente y, aislada e imposibilitada de acceder a los mercados financieros globales y a los organismos multilaterales de crédito. El actual gobierno no puede ni sabe cómo regresar a la senda del crecimiento y el progreso.

La rimbombancia al anunciar en aquel agosto que habían encontrado una “fórmula mágica económica” no solo era un desprecio o ignorancia de la ciencia económica, sino que concluyo reforzando la tragedia humana que lacera la vida de las grandes mayorías condenadas al sub consumo y la desnutrición.

Lo cierto es que la necesidad de un cambio político en Venezuela es prelante a cualquier posibilidad de recuperar la ansiada prosperidad de nuestro pueblo. Se requiere de un nuevo gobierno capaz de crear un clima de diálogo y confianza entre los actores políticos, sociales y el mundo del capital en todas sus dimensiones.

En economía no hay milagros ni magia, hay hechos económicos, todos los cuales son explicados por la ciencia. Quienes mal gobiernan hoy, no saben que no saben.

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