Ismael Pérez Vigil
Abro un paréntesis en mi reflexión sobre “totalitarismo y educación”, para ejercer el inalienable derecho al pataleo, a la catarsis personal.
Es absolutamente contundente la argumentación de parte y parte, de los que plantean la no participación y de los que llaman a votar por Henry Falcón –nótese que a los abstencionistas ni siquiera los menciono– que nos lleva a un empate técnico, que aparenta no tener solución ni salida.
Quienes abogan por la no participación alegan que no hay condiciones electorales democráticas; eso es indiscutible: candidatos presidenciales opositores inhabilitados, exilados o presos, partidos opositores ilegalizados o no reconocidos, millones de votantes en el exterior sin posibilidad de ejercer su derecho, adelanto de la fecha a conveniencia de la dictadura que imposibilita que la oposición pueda organizarse, lapso ilegal y corto –de menos de tres meses– entre convocatoria y fecha de elección, “árbitro” descaradamente parcializado, coacción de electores con amenazas de despidos y quitarles subsidios, compra de votos con el carnet de la patria y la cruel manipulación del hambre, la descarada afirmación del gobierno de que no entregará el poder, etc. ¿Se pretende que en estas condiciones participemos en estas “limpias” elecciones legitimando todas estas irregularidades?
Por otra parte, dicen quienes llaman a votar, que, bien vistas las cosas, ¿Cuándo, desde 1999, ha habido condiciones electorales limpias? Agregan que ante la aguda crisis económica y humanitaria, el régimen está en su más bajo nivel de popularidad, que todas las encuestas indican un alto porcentaje de venezolanos dispuestos a participar para derrotar a la dictadura, que la abstención nunca ha conducido a nada y quiérase o no, quienes la apoyan no plantean ninguna vía alternativa, ninguna acción, nada; alegan, con toda razón que solo la vía electoral es un remedio definitivo, por suponer que la participación y el apoyo popular, es la base para comenzar a construir sólidamente un nuevo país o reconstruir éste que se nos está deshilachando en caída libre.
En efecto, de parte de la oposición que llama a no participar, solo hay vagas y esporádicas convocatorias a eventos y protestas, que no concitan respuestas masivas, no presentan una alternativa de poder y un proyecto de país que inspire y movilice; solo hay una efímera actividad de búsqueda de apoyo internacional, necesario, del cual no se puede prescindir, pero que no va a solucionar nada, porque históricamente nunca ha solucionado nada.
Cuesta trabajo reconocerlo, pero solo quienes apoyan el llamado a participar están proponiendo una vía positiva de acción: votar, que es por lo menos hacer algo, más allá de cruzarse de brazos y permanecer en la inercia, la frustración y la desesperanza en la que estamos sumidos.
Esto por el momento pareciera que no tiene salida. Es un juego trancado, un callejón ciego, que parece conducirnos a la “victoria” de la dictadura el 20 de mayo. Cuidado si a su consolidación. La abstención y la no participación no sacarán a la dictadura y tampoco lo harán los que voten por Henry Falcón, eso es un resultado cantado, que no es secreto para nadie. Al no haber un triunfo opositor, masivo, que le sea arrebatado a las mayorías, que impulse una “revuelta popular” para restituir el despojo y que provoque una represión masiva del régimen, no hay ni siquiera justificación para una intervención militar, interna, –de una FANB que por otra parte está cómodamente adormecida sobre los millones de dólares que recibe del régimen– mucho menos para una intervención internacional, armada, de unos supuestos “marines” que esperarían en Panamá un chasquido de dedos que los lance a “liberar” el país.
A pesar del hambre y la ausencia de medicinas, de servicios de todo tipo y con una hiperinflación galopante, acompañada de carencia de efectivo –no hay que comprar, pero tampoco con que hacerlo– el país está sospechosamente tranquilo. Al parecer por mucho menos, Nicaragua ardió durante varios días; y por menos igualmente de lo que aquí ha ocurrido han volado por los aires de la revuelta popular dictaduras de todo signo alrededor del mundo. Habrá que reconocer al chavismo que algo sí ha sabido hacer: reprimir eficientemente, adormecer conciencias, eliminar valores, judicializar la política, controlar al país para que no se mueva ni una hoja.
Las probabilidades de presiones internas que lleven a la dictadura a “recapacitar” o renunciar son nulas. Sus seguidores tienen demasiado que perder, el costo de dejar el poder es demasiado alto; se trata de fortunas mal habidas, sí, de proporciones grotescas y cada vez les quedan menos lugares en el mundo donde disfrutarlas; por lo tanto, la opción es disfrutarlas aquí, con descaro, sin disimulo. Creando una burbuja para ellos. Se aferrarán al poder con manos y dientes, pero sobre todo con represión y chantajes. Solo la violencia del malandraje, que no repara en “color” de simpatías políticas, puede perturbar algo esa posibilidad; pero de nuevo, para eso si funcionará la represión, para proteger esas “fortunas”; y si no, en última instancia, esas “fortunas” sabrán comprarle el espacio de coexistencia al malandraje que han creado.
¿Qué hacer, entonces, que viene ahora? He aquí una propuesta de “Agenda mínima”, para iniciar la discusión y la reflexión: Lo primero es asimilar las derrotas sufridas en 2017 y pasar la página; pero tener conciencia de que con eso no resolvemos el problema de sacar a esta oprobiosa dictadura de manera inmediata; para ello es preciso organizar la resistencia frente a la escalada de la dictadura, con partidos políticos y dirigentes modernos y renovados y construyendo un movimiento ciudadano, militante, contra la dictadura.
Concluida la catarsis, cierro el paréntesis y volveré la próxima semana con el cierre pendiente y el “Qué Hacer” sobre “Totalitarismo y Educación”.