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El beato, paradigma de buen samaritano y prócer de la ciudadanía

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Por Alfredo Infante s.j.*

En los primeros tiempos de la Iglesia católica, los santos eran reconocidos por aclamación popular, es decir, una vez que aquel distinguido cristiano moría y sus hermanos de comunidad y coterráneos guardaban la memoria con veneración y ejemplo a seguir, las autoridades eclesiásticas escuchaban el clamor y reconocían su santidad, exaltándolo como modelo de vida cristiana. Pero, poco a poco, se fueron dando algunas distorsiones en esa práctica inicial y, también, en la medida que la Iglesia fue creciendo e institucionalizándose, la jerarquía eclesiástica fue normando el camino hacia la santidad hasta llegar al proceso que hoy conocemos: siervo de Dios; venerable; beato; santo. Con este proceso, la Iglesia busca garantizar la recta devoción, cuidando que la misión del santo sea ser modelo de fe en el seguimiento de nuestro Señor Jesucristo, en medio de la historia que nos toca vivir.

De esta manera, al introducirse la causa ante las autoridades eclesiásticas competentes y ser esta admitida, se declara a la persona siervo de Dios y se inicia el proceso; una vez que las autoridades escuchan los testimonios y determinan que el postulado se distingue por sus virtudes heroicas y su ejemplo de esperanza, fe y caridad, se le otorga el título de venerable y, posteriormente, al comprobarse un milagro aprobado por la comunidad científica, se procede a la beatificación. Ya siendo beato, se debe comprobar otro milagro para proceder a la canonización, último paso en la ruta y donde se confiere oficialmente el título de santo.

Cuando José Gregorio Hernández (JGH) murió, en 1919, el pueblo gritó “JGH es nuestro” y lo llevó en hombros hasta el cementerio, dándole el título de “médico de los pobres” y reconociendo y proclamando desde ese momento su santidad. Este hecho notable fue escuchado por la Iglesia venezolana, que introdujo la causa de santificación en 1949, iniciándose así, ante la Santa Sede, el proceso oficial que hoy llega a la beatificación. En este sentido podemos decir que, gracias al milagro obrado en la niña Yaxury Solórzano Ortega, hoy la Iglesia -a través del papa Francisco- hace suyo el clamor del pueblo venezolano al reconocer en el médico de los pobres un testigo de fe insigne para la Iglesia universal. Ese grito “JGH es nuestro”, hoy la iglesia lo acoge con devoción y lo comunica a todos los pueblos de la Tierra como modelo de fe, y signo del paso de Dios en la vida y en la historia.

¿Qué buena nueva entraña para los venezolanos la beatificación de JGH? Lo primero que tenemos que decir es que nuestro beato es un laico apasionado por Jesucristo y entregado a los pobres y a los que sufren, y un civil que apostó por institucionalizar el país y trabajó decididamente por erradicar las enfermedades en nuestra tierra, para que viviéramos en condiciones dignas.

El hecho de que sea un laico nos muestra que la santidad no es privilegio de los clérigos y consagrados religiosos; que todos, por el bautismo, estamos llamados a la santidad, por tanto, todo cristiano que se toma la fe y los consejos evangélicos en serio es conducido por el Espíritu a la plenitud humana en Cristo y a transparentar el amor de Dios en el mundo con su palabra, vida y obra. Que la fe nos abre a un compromiso con el prójimo, con la vida y con la historia, que creer y seguir a Jesús implica discernir los signos de los tiempos, para hacer más humana la humanidad y vencer el mal a fuerza de bien, haciéndonos prójimos de los heridos de la historia como el buen samaritano del evangelio.

También es importante resaltar que es un beato civil, científico, académico, médico clínico, que asumió con gran responsabilidad el destino del país, modernizando, junto a Luis Razetti y compañeros, la salud publica en Venezuela, formando y marcando con su impronta a generaciones de médicos que erradicarían las enfermedades endémicas que mataban a gran parte de la población de nuestro país, enfermedades que hoy, en pleno siglo XXI, lamentablemente han resurgido por la negligencia de los gobernantes de turno. Por eso, la beatificación del médico de los pobres es un llamado a todos los venezolanos a un ejercicio responsable de nuestra ciudadanía, a comprender que el camino de salvación pasa por asumirla con convicción, que nuestros deberes y derechos ciudadanos son inalienables e inviolables, independientemente de cuál sea el gobierno de turno, autócrata o demócrata.

Es trascendente que, en un país donde se han privilegiado desde la historia oficial las hazañas de los hombres de armas y se ha marginado el protagonismo de hombres y mujeres que apostaron al país como servidores públicos, la beatificación del “médico de los pobres” destapa una puerta luminosa de nuestra memoria, esa que nos dice que los venezolanos somos palabra, razón, devoción, obras y no sólo guerras, armas, violencia, sectarismo y resentimientos sociales, como nos ha contado la historia oficial; este hecho es relevante, decía, porque nuestro beato, en medio de un país destruido por la guerra y en una hora aciaga de nuestra historia, apostó por la vida y la construcción de la República, con un talante humano cristiano que lo santificó, lo convirtió en antorcha brillante, en un tiempo en que todo parecía perdido y el país parecía no avanzar hacia una mayor humanización. En palabras de Rómulo Gallegos, describiendo el funeral de JGH: “Delante del féretro de José Gregorio Hernández todos sentíamos el deseo de ser buenos”.

En alocución ofrecida en la víspera de la beatificación, el papa Francisco “reconoce en JGH a un modelo de santidad comprometida con la defensa de la vida y los desafíos de la historia. Lo califica como un ‘paradigma de servicio’, como ‘el buen samaritano, que vive sin excluir a nadie’. En este laico se hacen vida las palabras del Concilio Vaticano II: ‘nuestra humanidad se define principalmente por la responsabilidad hacia nuestros hermanos y ante la historia’ (GS55)”. [1]

Hoy, nuestro beato y prócer ciudadano, como el samaritano del evangelio, con su vida nos dice: “haz el bien”. Junto a él, que se consagró al Corazón de Jesús, oremos por Venezuela diciendo: “Sagrado corazón de Jesús, en ti confío”.


*Sacerdote jesuita. Párroco en “San Alberto Hurtado”, La Vega, parte alta. Director Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco. Coordinador del área de DDHH de la Fundación Centro Gumilla.

Notas:

 [1]Rafael Luciani. “Recuperar a Venezuela”. El llamado de Francisco a la unidad operativa.

Fuente:

Este artículo apareció como editorial en el N° 100 del boletín “Signos de los Tiempos”, resumen de noticias y actualidad sobre Venezuela y su Iglesia católica, elaborado por el Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco, adscrito a la Arquidiócesis de Caracas.

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