Oscar Bastidas Delgado
El reciente aumento salarial impuesto por Maduro es otra muestra del caminar al estilo Eudomar Santos: ¡Cómo vaya viniendo vamos viendo!; exactamente lo contrario de un “respetable” socialismo con planificación centralizada “como los existentes antes de la caída del muro; es también muestra inequívoca de la economía iletrada de quienes sin mayor experiencia que la de administrar cantinas de cuarteles se ganaron el gordo de la lotería nacional en 1998 y con mentalidad de nuevo rico y criterio populista compraron conciencias y votos nacionales e internacionales a diestra y siniestra sin pensar en la época de las vacas flacas y se repartieron el botín sin pensar en los uniformes anaranjados de algunas cárceles, convirtiendo a Venezuela en un gran desagüe financiero.
El reciente aumento salarial muestra una economía a la deriva que ni obedece al criterio de “como aumente la inflación aumentamos los salarios” pues mientras la inflación sube en cohete los salarios bajan al sótano. Además, son aumentos discriminatorios: 1.- Solo aumentan los salarios mínimos sin proporción para los otros asalariados; y 2.- no se aplica en casos como el de las universidades en las que, bajo la excusa del convenio colectivo, amplias capas del profesorado quedan por debajo de ese mínimo. Con este último aumento, ni los profesores titulares, equivalente a los generales en la estructura castrense, alcanzan ese mínimo: ¿Cuál será el salario integral y cuáles las prebendas de un general de menor jerarquía?
El reciente aumento ratifica la condición esclavista que un régimen autodenominado socialista impone. El salario, símbolo inequívoco del capitalismo, pero con ventajas para el trabajador por sus incidencias en las prestaciones (40.638,15 Bs.), quedó relegado al lado del bozal alimenticio esclavista de los cestatickets (63.720,00 Bs.), por lo que hoy cualquier trabajador se ancla más al trabajo por el alimento que por el salario. Quisiéramos pensar que esa estructura en cuanto a ingresos la impone el desgobierno en aras de no destruir aún más la menguada estructura empresarial con esas incidencias, pero no es así; este desgobierno es mal patrono, si el aumento fuese solo por la vía salarial, ni él podría cancelar prestaciones a su ejército de unos tres millones de desempleados disfrazados de empleados públicos.
Pero el análisis no queda allí. Éste desgobierno, que olvidó a todo trance el precepto de la “participación protagónica” de la que se jactaba el fallecido Chávez y la consulta a esa masa amorfa que denomina “pueblo” (es decir los que están con Maduro), continúa hablando de guerra económica sin tener un solo “guerrero” preso por ese concepto (Lista Giordani incluida), y hoy dependemos más del imperialismo yanqui pues, además de ser primer cliente, USA es el único país que paga en divisas constantes y sonantes el petróleo que compra.
Realmente con sus controles, no solo de precios sino de todo el proceso económico (Producción – Distribución – Consumo), el desgobierno se hizo un harakiri disfrazado de supuesta guerra económica. Así estará Maduro entre su daga y la pared que se atrevió a tomar en “pleno medio de la mitad del centro de la época navideña” la más impopular e incomprendida medida económica de gobierno alguno en la historia económica del país: desarmar a los ciudadanos comunes y corrientes de los pocos billetes que tenían para comer y comprar, si alcanzaban, los pocos juguetes de sus niños.
La jugada de los billetes de 100 constituye la mejor prueba de que este gobierno marcha sin rumbo y está derrotado, solo le resta lo que hacen las damas nobles de Japón cuando se practican el harakiri: 1.- Estar consciente de que debe terminar su existencia dizque gubernamental; y 2.- amarrarse muy bien las piernas para no morir y ser vistas en posición indecorosa.