Por Aimé Nogal M.
En 2017, según el estudio especializado del estado de la Libertad en el Mundo, publicado por Freedom House, la democracia liberal enfrentó “la crisis más severa en décadas”. Mientras en 71 países se registraba el deterioro de las libertades, apenas 35 recuperaban derechos.
Sobre este fenómeno escribió Fareed Zakaria, en 1997. Él lo describió como “el ascenso de la democracia iliberal”. En su ensayo reflexionaba acerca de las consecuencias que supone la elección de un líder abiertamente autoritario, fascista, racista o separatista, en elecciones limpias, transparentes y competitivas.
Es común que, en la diatriba política, se confunda el concepto de liberalismo constitucional con el de democracia. El primero se organiza en función de la separación de poderes, el respeto a la libertad de expresión y el imperio liberal. Mientras que, la segunda definición, está desarrollada sobre la base del constructo griego de sistema político en el que los ciudadanos ejercen directamente funciones legislativas, ejecutivas y judiciales. El liberalismo constitucional coincide con el liberalismo económico, pero no con la instauración de la democracia como sistema político por excelencia en occidente dice Philippe Schmitter.
El “florecimiento de la democracia”, esto es la propagación de asambleas y demostraciones plenas de ciudadanos que demandan soluciones inmediatas y cuyos líderes toman decisiones en función de su dependencia a los estados de opinión, se ha convertido en una amenaza de envergadura para el liberalismo constitucional.
Un monstruo que crece vertiginosamente
Zakaria mencionaba en su ensayo, al Perú del fujimorismo, Palestina, Sierra Leona y Eslovaquia, como sistemas políticos en los que reinaba el vivo ejemplo de las democracias iliberales. Veintiún años después es preciso sumar a la lista a varias naciones de la Unión Europea, ¿quién podría predecirlo?
La Hungría de Víctor Orban ha sido acusada por la Unión Europea de romper con los valores europeos. Por su parte, Jaroslaw Kaczynski, líder del Partido Ley y Justicia de Polonia, aspira devolverle la “grandeza y soberanía” a esa nación. El país tiene indicadores de crecimiento económico y programas sociales populares, al mismo tiempo que el partido de gobierno ha maniobrado para ejercer control político sobre el Poder Judicial y modificar la composición ideológica de la administración pública.
Tanto Hungría, como Polonia están gobernados por factores de la ultraderecha. Si bien el dominio sobre lo público o la prevalencia de la iniciativa privada nutren sin duda los debates acerca de hacia dónde debe dirigirse el Estado, pero la implementación de uno de estos modelos no garantiza la salud per se de la democracia liberal.
Rumbo a la ¿democracia instantánea?: ¿menos acuerdos y más violencia?
Los sistemas políticos parecen estar asediados por electores cada vez menos pacientes acerca de la solución de los conflictos que aquejan a las sociedades, mientras que los líderes políticos han cedido su juicio a las expresiones de impaciencia de sus votantes.
Sin embargo, la presión por la gratificación instantánea, implica la solidificación de la democracia iliberal, puesto que implica de suyo, rebanar el estado de Derecho, despachar con ligereza los debates parlamentarios acerca de la conveniencia o no de una política pública, y la resolución de las controversias entre facciones que desean acceder o permanecer en el poder, en el lapso que dura un maratón de una serie de Netflix.
El funcionamiento de los contrapesos en el ejercicio del poder, no van a la velocidad de los electores impacientes. Por ello, la tentación de dinamitar cualquier propuesta que vaya en contra de la “inminencia” del inicio o fin de cualquier proceso político, es un obstáculo alto que deberán sortear quienes aspiran a liderar a la sociedad.