Ismael Pérez Vigil*
En el momento en que la MUD se dispone, probablemente, a levantarse de la Mesa de Diálogo, ¿Cómo se recoge el agua derramada? Esa es la pregunta política, sí, política, más difícil de responder. Una demostración de ello lo tenemos en nuestro país, a raíz de lo ocurrido tras la segunda ronda del diálogo entre el Gobierno y la Oposición.
No dudo de la buena intención de muchas de las críticas que se hicieron y hacen a los negociadores de la MUD, por parte de particulares, dirigentes de partidos políticos, periodistas o formadores de opinión en general. Quien está en la función pública, está expuesto a cometer errores y a ser criticado por ello, y estar en una organización política como la MUD o ser representante de la oposición en la Mesa de Diálogo, es una función pública.
Sí, en efecto se cometieron errores objetivos, que debieron ser señalados. La debilidad en la comunicación, fue uno de ellos y otros –sin hacer una lista exhaustiva ni definitiva– fueron: El no asegurarse de que los objetivos a alcanzar en la negociación habían sido entendidos, previamente, por todo el país. Los términos utilizados para referirse a algunas realidades del país y la política y la adopción de lo que algunos han llamado el neo lenguaje del oficialismo. El no percatarse de las diferencias entre los documentos que se leyeron, o no advertirlo de manera clara. Y pudiéramos seguir señalando fallas en el proceso, que dejaron una sensación de improvisación, inexperiencia o falta de preparación del proceso negociador.
Pero, así como quienes criticaron exigen que no se dude de sus intenciones y buena fe, los negociadores y quienes los apoyamos podemos exigir también que no se dude de la nuestra. Pero ese no es el problema.
El problema que debemos evaluar es si se le hizo daño o no, a lo que considero es el activo más importante de la oposición, el que nos garantizó haber llegado hasta aquí y que nos puede garantizar que finalmente salgamos de este régimen: la unidad de la oposición.
No resulta fácil afirmar que la unidad salió incólume de este proceso, tras las diatribas y calificativos, muchos de ellos, sobre todo en las redes sociales, excesivos y despiadados, contra los negociadores y contra la MUD. 140 caracteres pueden ser muy eficaces para comunicarse, para comunicar una idea, pero sobre todo para denigrar, insultar, descalificar; rara vez lo son para argumentar a fondo y el problema es que ya muchos no solo escriben en 140 caracteres, sino que ya solo piensan en 140 caracteres y algunos ya ni siquiera escriben, simplemente retuitean.
Afortunadamente el daño provocado desde las redes sociales es relativo; las críticas allí son muy “ruidosas”, realmente duras y resultan muy irritantes, pero su poder de penetración en la población general es muy escaso. Esto no suele gustar a quienes han hecho de las redes sociales su principal medio de discusión y comunicación, pero es así. Y hasta da pena reconocerlo, pero la verdad es que, en ellas, solo nos cocinamos en nuestra propia salsa.
Esos mensajes, de poca trascendencia hacia el público en general, a quienes le hacen daño es a nosotros mismos, que los recirculamos, nos respondemos y engarzamos en discusiones y contra-argumentaciones y nos desgastamos en una pelea, que no trasciende más allá de unos pocos cientos de personas.
Pero hay un impacto que sí debemos medir y prever: las críticas por algunos medios –mediante artículos de prensa, radio y TV y en algunas reuniones y foros–, al sector dirigente de la oposición y los que nos movemos en ambientes cercanos a ese medio y el llamado sector de la sociedad civil, intelectual, profesional y universitario. Es allí donde el daño puede que haya resultado algo más considerable.
Por la rapidez con que surgieron algunas críticas, su virulencia, daba la impresión de que algo se le estaba “cobrando” a los negociadores y sobre todo a la MUD. Daba la impresión de que el objetivo final u oculto –y en algunos casos explícito– de algunas críticas era o es “desmontar” a la MUD o por lo menos su organización directiva, el G4 (AD, PJ, UNT y VP).
Hay quienes parece que están siempre a la búsqueda de un espacio propio en la oposición, que les permita ejercer algún papel directivo del que se sienten relegados por los partidos tradicionales de la MUD. Algunos piensan que es más fácil arrebatar un espacio –a partir del tremendismo y radicalismo, que tanto gusta a algunos medios noticiosos– que construirlo y ganarlo a pulso con el trabajo político.
La lucha política, a pesar de las alianzas circunstanciales –por un fin compartido, como lo es recuperar la democracia y salir de esta dictadura– no debe cesar. La discusión de ideas debe ser permanente y el más asertivo, el que mejor exprese el sentir y deseos del pueblo, ese debe obtener los mejores dividendos políticos y electorales y no tiene por qué hacer falsas concesiones.
Es también posible y legítimo que el escenario de disputa política y por el liderazgo entre las organizaciones políticas, todas ellas, que “hacen vida” en la MUD, se traslade a cualquier actividad o acción que emprenda la oposición, –como paso con el diálogo– pero no sin medir las consecuencias que eso podría traer. En este momento hay un objetivo que está por encima de las diferencias y la lucha política, al menos entre las fuerzas democráticas, que es restituir la democracia en nuestro país y salir de este régimen dictatorial.
No hay duda de que el sector del país que sacó mayor partido a esta discusión y diatriba, tratando de pescar en río revuelto, fue el Gobierno, que sabiendo muy bien cómo nos cocinamos en nuestra propia salsa fue el primero en estimular la “discusión” y crítica a los negociadores y la MUD, haciendo correr rumores, información falsa, haciéndose eco de algunos análisis y fomentando la división de la oposición, que es su objetivo fundamental.
En muchos casos, de las críticas, me refiero, nos quedamos esperando la propuesta constructiva; nos quedamos esperando las alternativas coherentes, más allá del lugar común de criticar el diálogo como única arma de lucha, o de criticar que no se haya obtenido una fecha para el RR.
Cuando aún no es definitivo el desenlace del diálogo, ¿Dónde está, claramente señalado, el camino alternativo –viable– que algunos proponen? ¿En qué se concreta, en qué acciones, que sean más eficaces que las que se están llevando adelante, sobre todo si se ha dicho hasta el cansancio, que el diálogo no excluye otras alternativas? Efectivamente hay muchas acciones que pueden y deben acompañar al diálogo para fortalecerlo, y que se han planteado para hacer valer nuestra mayoría en la ruta democrática y electoral, pero no es precisamente mermando la unidad y demoliendo a sus líderes como vamos a lograrlo.
El que esas alternativas no aparezcan es lo que me autoriza a decir que el precio pagado por la discusión en estas tres semanas puede estar resultando demasiado alto, en el ánimo y disposición hacia la unidad, necesaria e indispensable, para salir de este régimen de oprobio.
No podemos hacer como en el oficialismo donde toda disidencia es acallada, “asimilada” o purgada, – ¿resabios del estalinismo o del centralismo democrático? – pero debemos estar conscientes de que nos estamos jugando mucho, nos lo estamos jugando todo. Eso sí lo ha entendido bien el oficialismo.
*Politólogo.