Rafael Duarte*
En medio de la espesa selva amazónica vive el gran Karamacate (Antonio Bolívar), el ultimo chamán de la etnia de los Cohiuano. Años de soledad lo han convertido en lo que sus semejantes llaman un chullachaqui: un hombre vacío de emociones y de recuerdos. La llegada de Evans (Brionne Davis), un etnobotánico norteamericano que necesita del chamán para encontrar la Yakruna –una poderosa planta sagrada–, revelará el verdadero significado de su aislamiento.
El filme que inicia narrativamente en tiempo pasado con el encuentro entre el joven Karamacate (Nilbio Torres) y el viejo Theodor Von Martius (Jan Bijvoet), un moribundo etnógrafo alemán que también necesita del chamán y de la poderosa planta para curarse, salta a tiempo presente con la llegada del norteamericano y su petición. De este modo, a través de una narrativa paralela que zigzaguea entre presente y pasado, se va desarrollando la película.
Filmada en blanco y negro, la cinta del colombiano Ciro Guerra entrelaza el viaje de Evans y Von Martius desde una poética edición. En ambas narrativas, el río se convierte en el único testigo que moviéndose lentamente como una gran serpiente abraza ambas historias para expresar, a través de la mirada reflexiva del poderoso chamán, los conflictos históricos y antropológicos entre indígena y colonizador.
La obra, construida con una impecable fotografía, exhibe a través de selectos encuadres los exuberantes paisajes de la selva amazónica que acompañados con un conjunto de aforismos y alegorías indigenistas, algunas de ellas expresados en lenguas autóctonas, consiguen recrear de manera plausible la cosmovisión de los pueblos originarios de la región.
De este modo, una serie de elementos socio-simbólicos propios de las culturas aborígenes del Amazonas, cortejados con una seductora banda sonora, nos adentran a temas como el mágico-religioso donde la presentación de ciertos rituales tribales y diversas prácticas católicas exponen las prolongadas enseñanzas ortodoxas y el duro sincretismo religioso, recordándonos el doloroso e insensible proceso de transculturación.
Más allá, la cinta de aventura-dramática del colombiano Ciro Guerra deja entre líneas varios temas para la reflexión; algunos van desde la interminable esclavitud de los pueblos indígenas, el abandono de los derechos indígenas por parte del Estado, o el inacabable afán del hombre en la explotación de los recursos naturales y la destrucción del espacio natural.
El abrazo de la serpiente, producción colombo-venezolana, se alzó a mediados del 2016 como mejor película latinoamericana en los Premios Platino. Ganadora de otros laureles a mejor película en festivales como el Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina), el Festival de Cannes 2015 (Francia), el Festival Internacional de Cine de la India o el Festival de Múnich 2015 (Alemania) por nombrar algunos. La también nominada a los Premios de la Academia en 2016 como mejor película extranjera muestra a través de los diarios de viaje de Theodor Koch Grünberg (Von Martius en la cinta) y Richard Evans Schultes, la interminable resistencia indígena y los estragos de barbarie de la post-colonización en Suramérica.
Indiscutiblemente la obra de Guerra es un profundo documento antropológico que construido a través de interesantes fundamentos filosóficos y una impresionante propuesta visual, recrea a través del viaje espiritual de Karamacate los eternos conflictos de reconocimiento y entendimiento entre el yo y el otro.
*Licenciado en Educación mención Filosofía UCAB.
Ficha técnica:
Título: El abrazo de la serpiente.
Director: Ciro Guerra.
Duración: 2h 04 min.
Año: 2015.
Elenco: Jan Bijvoet, Brionne Davis, Nilbio Torres, Antonio Bolívar.