Por Macky Arenas
El clero venezolano quedó sin sacerdotes ni seminaristas luego de las guerras. Gómez autorizó la presencia jesuita con la advertencia: “Que vengan pero que no hagan ruido”. Para reconstruirse el país necesita una espiritualidad inspirada en el lema: “En todo, amar y servir”, señala el reconocido educador y escritor.
Los jesuitas cumplen 100 años en Venezuela. Un centenario luminoso y fructífero dedicados a formar generaciones de venezolanos a todos los niveles y en todos los sectores sociales. Desde 1916 hasta 2016 sus aportes educativos se pierden de vista. La incidencia de la presencia ignaciana se notó desde el comienzo. La Iglesia en Venezuela, tan empobrecida humana y materialmente, empezó el siglo XX con grandes carencias formativas y organizativas.
La Compañía de Jesús desde su llegada apostó a tres grandes líneas de trabajo: refuerzo de la Iglesia con la formación del clero y de organizaciones laicas; la educación escolar en los colegios, y el aporte a la construcción de una sociedad más justa con una nueva conciencia cristiana en la que la fe, animada por el amor, lleva a cuestionar el orden socio-económico y político injusto y a construir una sociedad más justa de acuerdo a la doctrina social de la Iglesia. Las siguientes son las reflexiones del actual responsable de la formación de los jesuitas de América Latina.
¿Qué balance tiene de la labor de los jesuitas en Venezuela?
En primer lugar, hay que tener presente que los jesuitas en este momento somos apenas sesenta, y este país tiene 30 millones de habitantes. Pero en realidad somos miles con ese mismo espíritu, hay una cantidad incalculable de personas trabajando en los colegios, universidades y centros de formación jesuita. En Fe y Alegría, por ejemplo, hay decenas de miles de laicas y laicos que tienen esa misma vocación educadora y se mueven animados por el mismo espíritu. De manera que lo que se hace es entre todos.
En segundo lugar, también es bueno hacer una acotación, porque al considerar el trabajo de la educación católica en Venezuela, sería desacertado separar los jesuitas de los salesianos, de La Salle, de las hermanas, es decir, el movimiento de educación católica en Venezuela es altamente significativo, sobre todo partiendo de que llegamos al siglo XX con una Iglesia sumamente débil y con una presencia muy modesta desde el punto de vista educativo católico.
LAS EXPOSICIONES
¿A qué se debió eso?
A mediados de los años 70 del siglo XIX la Iglesia en Venezuela no era fuerte, pero, aun así, se expulsó a todos los obispos, fueron cerrados los seminarios donde se formaban sacerdotes, prohibieron todas las congregaciones religiosas masculinas y femeninas y se les privó de la posibilidad que tenían de sustentarse económicamente con autonomía al colocarlos en dependencia total del Estado. Esa fue la razón por la cual la recuperación inicial fue muy lenta y con gente que vino de fuera.
La primera congregación que llegó al país fue el San José de Tarbes, religiosas que no vinieron como educadoras sino para dedicarse a la salud. Ellas fueron quienes administraron, recién fundada, la gran obra de salud del gobierno venezolano que fue el Hospital Vargas. Así que las primeras gerentes del Hospital Vargas fueron las hermanas del San José de Tarbes, quienes se hicieron famosas pues hubo unas terribles pestes y ellas salieron a ayudar a la gente.
La segunda congregación que llegó a territorio venezolano fueron las hermanas de la Caridad de Santa Ana quienes vinieron al Zulia en épocas en que nadie quería cuidar a los leprosos pues se consideraba que eran una maldición y muy contagiosos. Ellas lo hicieron.
Los jesuitas, al llegar, tampoco vinieron para aquello a lo que luego se dedicaron, ¿no es así?
El clero en Venezuela prácticamente no existía pues quedó sin sacerdotes ni seminaristas luego de las guerras. El seminario es el lugar donde se forman los futuros sacerdotes y sin clero la Iglesia no tenía futuro. Todo el oriente del país, todo lo que es el sur, estuvo más de un siglo sin un solo cura por lo que la fe en Venezuela -salvo en Los Andes donde quedaba un poquito de clero- se mantuvo por la fe y las tradiciones en el seno de la familia, las cofradías y en los pueblos, como es el caso de la veneración a las distintas advocaciones marianas.
¿Cómo ha variado la presencia jesuita en Venezuela a lo largo del tiempo pues, para ser sesenta, hacen mucho “lío”, como dice el Papa?
Hay que recordar que los jesuitas fueron expulsados por el Rey de España. Después, ya en tiempos republicanos, José Tadeo Monagas sacó un decreto en 1848 prohibiendo la entrada de jesuitas. Por eso, uno de los últimos países de América Latina donde regresaron los jesuitas fue Venezuela. Y regresaron dos, así que el Nuncio pidió permiso a Juan Vicente Gómez para que les dejaran entrar. Hechas las consultas, otorgó el permiso con la advertencia: “Que vengan pero que no hagan ruido”. Eran solo dos y les dijeron: “Si les preguntan quiénes son, digan que son sacerdotes, pero no digan que son jesuitas”. Estábamos prohibidos, así era la cosa. La estrategia en aquél momento era ayudar a la formación de los sacerdotes y a eso nos dedicamos al principio. Desde el seminario salían y se iban a Lídice, a Catia, a lugares donde no había clero y los fines de semana fueron fundando capillas que hoy día son parroquias llevadas por jesuitas.
FE Y ALEGRÍA
¿Qué podemos esperar a futuro de los jesuitas, qué novedades tienen?
Diría que uno de los milagros ocurridos es que hasta el año 1953 era impensable una universidad privada, mucho menos una universidad católica. Y se crea la Universidad Católica Andrés Bello. En este momento hay una decena de universidades católicas, algunas de las cuales dependen de los jesuitas. Al año de fundada la UCAB, desde allí mismo, funda el Padre Vélaz Fe y Alegría en un barrio de Catia, con la gente del propio barrio y la ayuda de estudiantes de la católica.
En este momento, los retos de la educación son cualitativos. No se trata solo de la escolaridad, sino que Venezuela, para reconstruirse, necesita una espiritualidad inspirada en lo que pone el lema a la entrada del Colegio San Ignacio: “En todo, amar y servir”. Eso está tomado de San Ignacio. El slogan es muy fácil, pero hay que desarrollar una educación a través de la cual el muchacho y la muchacha le tomen gusto al sentido de esa frase: “En todo, amar y servir”. Eso no es un mandato sino una inspiración. Y San Ignacio dice que ese gusto se toma si usted entiende su propia vida como un regalo, como un don de los demás y, entonces, al contemplar usted ese regalo que ha recibido de Dios –directamente y a través de los demás- usted va a ser capaz de en todo, amar y servir como respuesta al don recibido.
Fuente: http://www.abcdelasemana.com/2016/12/17/el-abc-de-p-luis-ugalde-rector-emerito-de-la-universidad-catolica-andres-bello-la-educacion-catolica-en-venezuela-es-altamente-significativa/