Antonio Pérez Esclarín
La cercanía del Primero de Mayo, Día del trabajo y del trabajador, me anima a insistir en que si realmente pretendemos acabar con la marginalidad y la pobreza y construir un país capaz de garantizar a todos los ciudadanos una vida digna, necesitamos unas políticas firmemente orientadas a fomentar y favorecer la productividad. Esto va a requerir, entre otras cosas, un cambio profundo en todo nuestro sistema educativo que enseña a reproducir más que a producir, a copiar más que a crear, a repetir más que a inventar.
Para ello, debemos asumir más creativamente la necesaria integración entre teoría y práctica, trabajo intelectual y trabajo manual, capacitación y formación, saber y saber hacer, formación para la empleabilidad y el aprendizaje permanente, más que para el empleo y el carguito burocrático, unión entre empresas y escuelas. Las escuelas deben producir y las empresas enseñar. Se trata de promover una cultura que asuma al trabajo –tanto manual como intelectual- con responsabilidad y promueva la necesidad de actualizarse permanentemente y de buscar la calidad como valores esenciales, como medios fundamentales para lograr la propia realización y crear los bienes y servicios necesarios para posibilitar vida digna a todos.
Detrás de cada milagro económico, aparece siempre un pueblo que ha tomado muy en serio su capacitación y formación y ha hecho del trabajo responsable el medio fundamental para levantar el país. En Venezuela necesitamos con urgencia una educación que siembre el valor del trabajo, de las cosas bien hechas, de la responsabilidad, de la productividad. Mientras sigamos dependiendo de la renta petrolera, y nos creamos con derecho a disfrutar de ella sin esfuerzo ni productividad, seremos un pobre país pobre. ¿Cómo vamos a considerarnos ricos si importamos casi todo lo que comemos, si tenemos unos servicios públicos ineficientes y cualquier gestión tan sencilla como sacar el pasaporte o la carta médica resulta todo un calvario? Venezuela es un país potencialmente rico. Pero sólo mediante un trabajo asumido creativa y responsablemente y mediante unas políticas vigorosas que promuevan y premien la productividad, la eficiencia, la calidad, y combatan la mentalidad limosnera, facilista y mesiánica, o que pretende ganancias escandalosas o mamar de la ubre del Estado, convertiremos esas posibilidades en realidades y haremos de Venezuela un país próspero y digno.
El problema va mucho más allá de invocar el desarrollo endógeno, y promover las escuelas técnicas robinsonianas. Asumir el trabajo como valor supone optar por una pedagogía activa, centrada en el hacer significativo del alumno y no en la palabra del docente o del libro. El alumno aprende haciendo, construyendo, resolviendo, creando, manipulando, preguntando, investigando. Sólo si la escuela se va transformando en un taller donde se trabaja en serio, organizada y cooperativamente, el alumno aprenderá a amar el trabajo y se hará trabajador.