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Educación integral de calidad

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Antonio Pérez Esclarín

El Gobierno insiste en que, entre los logros más importantes de estos años de “revolución”, está la educación, añadiéndole además la palabrita mágica de “calidad”. No dudo que se han hecho grandes esfuerzos en cantidad y dotación, pero la calidad sigue siendo una materia pendiente. Conozco bachilleres incapaces de comprender un texto sencillo, y licenciados y hasta magisters que no logran expresarse ni oral o por escrito con la mínima coherencia. Además, a la palabrita calidad se le dan muchos y muy diversos significados. Para mí, es de calidad la educación que permite a todos los desarrollos de sus talentos y capacidades, que despierta el gusto por aprender, por superarse, que fomenta la creatividad, la libertad y el amor. Educación que enseña a vivir y a convivir, a defender la vida, a dar vida para que todos podamos vivir con dignidad y contribuir a la construcción de un mundo mejor.  En definitiva, la educación es de calidad, si forma personas y ciudadanos de calidad.

En definitiva, educar es servir, poner la propia persona al servicio de la promoción del otro. Por ello, no basta con proporcionar educación a todas las personas, sino que se trata de educar a toda la persona. Educar razón, corazón y espíritu; conocimientos, sentimientos y valores; memoria e imaginación, voluntad y libertad. Educar los sentidos, pies y manos, estómago y sexualidad. Educar a cada persona como ciudadano del mundo e hijo de su aldea. Educar para convertirnos en esa persona plena y feliz que estamos llamados a convertirnos, en ese ciudadano trabajador y solidario, verdaderamente comprometido con el bien común.

¡Cuántos genios en potencia han quedado frustrados y cuántas potencialidades seguirán dormidas por no contar con educación de calidad o con un educador que les ayude a descubrirlas y potenciarlas! En uno de sus inolvidables escritos, José Saramago hace una increíble descripción de su abuelo: “Viene cansado y viejo. Arrastra setenta años de vida difícil, de dificultades, de ignorancia. Y con todo, es un hombre sabio, callado y metido en sí, que sólo abre la boca para decir las palabras importantes, las que importan …Un hombre igual a muchos de esta tierra, de este mundo, un hombre sin oportunidades, tal vez un Einstein perdido bajo una espesa capa de imposibles, un filósofo (¿quién sabe?), un gran escritor analfabeto. Algo sería, algo que nunca pudo ser”. 

A su vez, Saint-Exupéry recuerda un viaje en un tren repleto de gente de extracción social baja. Un niño pequeño dormía tranquilo entre sus padres. El escritor francés se quedó mirando la carita del niño y recordó la figura del gran compositor Wolfang Amadeus Mozart. Y pensó que probablemente ese niño tuviera en sí potencialidades como para llegar a ser un gran músico, pero temió que ni la vida ni sus educadores le iban a ofrecer las oportunidades necesarias, con lo cual sus potencias quedarían ahogadas.  Después de una larga reflexión, cuando el escritor separa ya definitivamente los ojos del niño, en su fuero interno lo considera como un “Mozart asesinado” ¡Cuántas personas no han podido realizar sus potencialidades por falta de educación! ¡Cuántos artistas, científicos, héroes, santos…, habrá bloqueado la mala educación!

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