Luisa Pernalete
“Mi maestra se va para Barraquilla. La señora Naylet, la suplente, es buena pero no es lo mismo. Ella no toma lectura como la maestra María. Nos vamos a atrasar” Estamos hablando de la maestra de Victoria, que tiene 7 años y está en primer grado. Quiere mucho a su maestra de primer grado, es muy cariñosa. Mientras la explica a su mamá lo que escuchó en el salón, pone su cara de preocupación ante la posible partida de su maestra.
Victoria, como muchos otros niños y niñas de este país, han perdido su “rutina”. Perder a su maestra, sería terrible. A veces no ha ido al colegio porque a veces su madre no ha tenido efectivo, en otras ha sido el problema del desayuno, y a veces lo que no ha tenido es detergente para lavar el uniforme. Es afortunada porque a su mamá no se le ha ocurrido irse del país, pero uno de sus hermanos si se fue a otra ciudad a trabajar, pero hay otros compañeritos que no han corrido con la misma suerte. La Psicóloga del colegio empezó atendiendo los primeros casos de “niños dejados atrás”, pero han aumentado los casos: “Los dejan con abuelas, tías, hasta con vecinos… Una joven contó que la madre le había dejado su tarjeta de manera que ella le deposita cuando puede, y la mayor, adolescentes aún, compra la comida con la tarjeta”, comentó una profesora. Para completar el cuadro, la Psicóloga renunció el mes pasado. Rutinas alteradas.
Cuando se lee literatura sobre Educación en situaciones de emergencia, fuera de los primeras líneas, que no aplican para Venezuela, cuando precisan que las “emergencias ocasionadas por terremotos, deslaves, tsunamis, conflictos bélicos abiertos” que pueden generar perdida de infraestructura escolar, de hogares, miembros de la familia, y en definitiva “perdida de la rutina” del niño en edad escolar, a uno no le queda duda: nuestra educación está en situación emergencia, aunque las causas nos sean desastres naturales ni ejércitos armados enfrentados, pero si tenemos muertes, tiroteos y la rutina de los niños y niñas totalmente trastocada. Cada día puede cambiar su agenda, eso les afecta.
Volvamos a la historia inicial. En el aula de Victoria a veces han ido 10 niños, de 35 inscritos. En su escuela, al sur de Maracaibo, el mes pasado renunciaron 4 maestras y hay muchas horas del bachillerato sin profesor. Ya llevan tres directores en lo que va de año escolar. El segundo se fue del país, tenía dos carreras y consiguió un buen trabajo en otros lares. Hay docentes que han pedido reubicación a planteles más cerca de su residencia. “No alcanza el sueldo para pagar el transporte”. Toda esta situación altera la rutina, en una edad en la cual esta es indispensable para la formación de hábitos, de seguridad…
Según el manual de UNICEF para enfrentar “emergencias y desastres”, los gobiernos, cuando tienen situaciones calificadas de “emergencia”, deben buscar ayuda para recuperar la rutina de los niños y niñas. Claro, los gobiernos que saben del “interés superior del niño”, y aunque no supieran que eso está contemplado en la Convención Internacional del Niño (Art 3), en la CRVB (Art. 78) y en el 8 de la LOPNNA, debiera tener sensibilidad para ver el sufrimiento de los niños sin rutina.
Gracias a Dios, en el entorno de Victoria hay sensibilidad ante esa rutina alterada, y por las tardes la madre la lleva a una “escuelita”, que le queda al lado. La maestra Inés, jubilada, atiende a vecinitos con “tareas dirigidas” actividades de refuerzo. Muy cariñosa. “Si mi maestra María se va, me queda mi maestra Inés”. Le dijo la pequeña a su mamá.