Extracto de “Memoria del fuego II. Las caras y las máscaras”. (1984)
Eduardo Galeano
1767
Misiones
Historia de los siete pueblos
El rey de España había regalado siete pueblos a su suegro, el rey de Portugal. Los ofrendó vacíos, pero estaban habitados. Esos pueblos eran siete misiones fundadas por los padres jesuitas, para indios guaraníes, al este del alto río Uruguay. Como muchas otras misiones de la región guaraní, habían servido de baluartes de la siempre acosada frontera.
Los guaraníes se negaron a irse. ¿Iban a cambiar de pastura, como rebaño de ovejas, porque el amo decidía? Los jesuitas les habían enseñado a hacer relojes, arados, campanas, clarinetes y libros impresos en su lengua guaraní; pero también les habían enseñado a fabricar cañones para defenderse de los cazadores de esclavos.
Soldados portugueses y españoles arrearon a los indios y los indios regresaron, deslizándose en la noche, hacia sus siete pueblos. Y nuevamente los indios fueron arreados y nuevamente regresaron, pero volvieron hechos viento tronador, tormenta de relámpagos incendiando fortines; y todo el mundo supo que los frailes estaban de su lado.
La voluntad del rey es voluntad de Dios, decían los superiores de la Orden de Loyola, voluntad impenetrable que nos pone a prueba: Cuando Abraham obedeció la voz divina, y alzó la espada sobre el cuello de su propio hijo Isaac, Dios supo enviar a un ángel para parar el golpe en el momento preciso. Pero los sacerdotes jesuitas se negaban a inmolar a los indios y de nada sirvieron las amenazas del arzobispo de Buenos Aires, que anunció la excomunión de indios y de curas. En vano los jerarcas de la Iglesia mandaron quemar la pólvora
y romper los cañones y las lanzas que en las misiones habían parado, mil veces, las arremetidas portuguesas contra la frontera española.
Larga fue la guerra de los siete pueblos contra las dos coronas. En la batalla del cerro de Caybaté, cayeron mil quinientos indios.
Las siete misiones fueron arrasadas, pero el rey de Portugal nunca pudo disfrutar la ofrenda que el rey de España le había hecho.
Los reyes no perdonaron la ofensa. Tres años después de la batalla de Caybaté, el rey de Portugal expulsó a los jesuitas de todos sus dominios. Y ahora lo imita el rey de España.
(76 y 189)
1767
Misiones
La expulsión de los jesuitas
Las instrucciones llegan en sobres lacrados desde Madrid. Virreyes y gobernadores las ejecutan de inmediato, en toda América. Por la noche, de sorpresa, atrapan a los padres jesuitas y los embarcan sin demora hacia la lejana Italia. Más de dos mil sacerdotes marchan al destierro.
El rey de España castiga a los hijos de Loyola, que tan hijos de América se han vuelto, por culpables de reiterada desobediencia y por sospechosos del proyecto de un reino indio independiente.
Nadie los llora tanto como los guaraníes. Las numerosas misiones de los jesuitas en la región guaraní anunciaban la prometida tierra sin mal y sin muerte; y los indios llamaban karaí a los sacerdotes, que era nombre reservado a sus profetas.
Desde los restos de la misión de San Luis Gonzaga, los indios hacen llegar una carta al gobernador de Buenos Aires. No somos esclavos, dicen. No nos gusta la costumbre de ustedes de cada cual para sí en vez de ayudarse mutuamente. Pronto ocurre el desbande.
Desaparecen los bienes comunes y el sistema comunitario de producción y de vida. Se venden al mejor postor las mejores estancias misioneras. Caen las iglesias y las fábricas y las escuelas; las malezas invaden los yerbales y los campos de trigo. Las hojas de los libros sirven de cartuchos para pólvora. Los indios huyen a la selva o se hacen vagabundos y putas y borrachos. Nacer indio vuelve a ser insulto o delito.
(189)
1767
Misiones
No se dejan arrancar la lengua
En las imprentas de las misiones paraguayas se habían hecho algunos de los libros mejor editados en la América colonial. Eran libros religiosos, publicados en lengua guaraní, con letras y grabados que los indios tallaban en madera.
En las misiones se hablaba en guaraní y se leía en guaraní. A partir de la expulsión de los jesuitas, se impone a los indios la lengua castellana obligatoria y única.
Nadie se resigna a quedar mudo y sin memoria. Nadie hace caso.