Revista SIC 789
Noviembre 2016
Los jesuitas en Venezuela celebramos este año el centenario de nuestra llegada al país, después de haber sido expulsados de estos territorios de América Latina por el monarca español Carlos III en 1767. El lema que hemos escogido para la ocasión, “100 años sembrando esperanzas”, expresa, desde una visión prospectiva, lo que para nosotros ha supuesto el esfuerzo apostólico continuado por responder a los desafíos del país en todo este tiempo.
En consecuencia, además del agradecimiento a los que han hecho posible esta historia, y teniendo presente los actuales nubarrones que a ratos oscurecen la visión, siembran pesimismos y presagian escenarios difíciles, celebramos que nos sentimos comprometidos y nos sigue entusiasmando la misión que llevamos entre manos.
Como fruto de un proceso de reflexión interna, hemos definido un horizonte apostólico para responder con inventiva y audacia a los retos de la misión de la Compañía de Jesús en Venezuela para los próximos años. Queremos compartir con ustedes lo que vemos como central de lo que pensamos y sentimos que Dios nos pide de cara al futuro.
Quienes hoy estamos vinculados a la obra ignaciana en Venezuela, jesuitas, religiosos, y otros colaboradores de la misión de Jesús, nos reconocemos referidos a Él, que nos hace hijos de un mismo Padre, hermanos de todos los seres humanos y que nos ha elegido como compañeros suyos y servidores de su misión para hacer de este mundo la única familia de Dios, animada toda con el impulso de su Espíritu.
Consecuentemente, queremos seguir cultivando, tanto en nosotros mismos como en los demás, esta relación con el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, viviendo cada día con mayor confianza y paz, puestos en sus manos y con mayor disponibilidad a su designio. Queremos seguir siendo hermanos de todos aquellos con los que compartimos nuestra fe y nuestra misión, la misión de Jesús, dentro de la Iglesia. Pero también apostamos por ser hermanos de los que piensan diferente, incluso de aquellos que se aprovechan de la situación que estamos viviendo y han dejado de lado su dignidad. Como hermanos, apostamos por su rehabilitación.
Desde este horizonte de motivación trascendental nos proponemos:
Primero, mantener nuestro compromiso con Venezuela. Esto supone seguir trabajando incansablemente para que todos pongamos al país por delante de cualquier otro legítimo interés, y podamos así entrar en un diálogo que haga posible consensuar los mínimos admitidos por todos los actores públicos y echar adelante el país que queremos. Apostamos por el país profundizando en las raíces de la historia que hemos construido en él, sin encerrarnos en círculos exclusivos que nos aíslen de otros. No podemos superar las exclusiones alimentando otras nuevas. Esta tarea requiere además que sigamos cultivando todos una mirada perceptiva sobre la realidad que ponga entre paréntesis nuestras filias y fobias, para que se manifieste la realidad desde sí misma con su propio rostro, intentado superar cualquier atisbo de polarización. Una mirada que haga posible pensar la realidad de este país y de hacerla justicia, haciéndonos todos cargo de ella, cargando con ella sin escurrir el bulto y encargándonos de ella corresponsablemente con los demás.
Nos quedamos en el país echando la suerte con los pobres de nuestra tierra y, desde ellos, con todos. Queremos, ante todo, llegar a ser hermanos de los empobrecidos, no bienhechores de ellos; sino como hermanos que reciben la fuerza de su fe y que ayudan a mantenerla y colaboran a su capacitación. Desde esta perspectiva, y acorde a nuestra especificidad, es mucho lo que podemos hacer por la reconstrucción del tejido social; la reinstitucionalización del país; la reinstauración de referencias humanas y espirituales que nos orienten como cuerpo social; la atención a las problemáticas que van surgiendo en el seno de las familias; y, sin duda, la mayor audacia para innovar en los métodos, estrategias y énfasis en la evangelización del ámbito de lo público. Nos disponemos, en tal sentido, a promover la cultura de los derechos humanos con sus correspondientes deberes, la cultura de la democracia en todos los ámbitos de la convivencia humana y la cultura de la vida, para desterrar así toda forma de violencia y sus consecuencias tan presentes hoy en Venezuela.
Segundo, queremos seguir apostando por la promoción de una educación de calidad para todos que evangelice desde las propias estructuras educativas. Es una de nuestras mayores apuestas mediante los más diversos niveles y modalidades de atención, porque estamos convencidos que la educación sigue siendo un instrumento vigente para la superación de la pobreza y porque la reconstrucción del país se juega en la formación de las futuras generaciones de venezolanos.
En este ámbito, pensamos que especial atención merece la formación de profesionales con sólida preparación técnica, principios éticos, convicción cristiana y compromiso con Venezuela. La ideologización de la formación técnica profesional en sus diversos niveles, lejos de preparar para responder a los requerimientos del país, en estrecho vínculo con el sector productivo, lo que está es inhabilitando a sus beneficiarios para incorporarse con solvencia al mercado de trabajo, con su consecuente sentimiento de frustración.
Tercero, queremos seguir profundizando en nuestro servicio eclesial al pueblo de Venezuela en consonancia con lo que pide el Concilio Plenario. La Compañía agradece profundamente a Dios el fecundo camino de cooperación y estima recíproco que ha existido y se acrecienta con nuestros obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas. Esta valiosa relación de cooperación evangélica puede ayudar a un mayor discernimiento sobre la extensión del Evangelio y la misión de los diversos ámbitos de servicio pastoral como las parroquias, los medios de comunicación, la catequesis, las agrupaciones y movimientos de apostolados y la formación para el liderazgo y el compromiso laical. El acompañamiento pastoral presenta hoy nuevos desafíos. Estamos exigidos a atender, como Iglesia, los nuevos rostros de exclusión y las nuevas fronteras ideológicas y culturales.
La Compañía se propone seguir cooperando en la formación de las nuevas generaciones de sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos. Siempre ha sido un requerimiento ineludible de la Iglesia la formación de quienes en el futuro asuman la responsabilidad de su conducción, acompañamiento y animación, y esta tarea adquiere hoy carácter prioritario, pues las problemáticas y complejidades del mundo, el ambiente en el que impera entre los más jóvenes el desánimo y la huida, cuando no es la violencia, y las dinámicas propias de una cultura poscristiana, nos están demandando a todos una mayor cualificación, rigor, experticia y experiencia para abordarlas. Se nos ofrece en este ámbito la posibilidad de ofrecer un horizonte alternativo e incentivador.
Cuarto, finalmente, nos proponemos seguir contribuyendo con el impulso a la vivencia y profundización de la Espiritualidad Cristiana desde la riqueza de los Ejercicios Espirituales. Esta experiencia ha sido y seguirá siendo el mayor aporte de la Compañía a la Iglesia en cuanto modo de vivir la espiritualidad cristiana y discernir, desde ella, el seguimiento de Jesús. De hecho, este horizonte descrito hunde sus raíces en la Espiritualidad Ignaciana, alimentada por la contemplación de los Evangelios y el discernimiento constante. Teniéndola como fuente, nos proponemos vivir como comunidad de hermanos, reconociendo nuestra diversidad, y compartiendo en comunidades de solidaridad con quienes se comprometan en la construcción de una sociedad más justa, solidaria y fraterna.