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Editorial SIC 774: San Romero de América

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San Romero de América Sic774-portada

La beatificación de Monseñor Romero es una buena noticia para los cristianos de América Latina, especialmente para los pobres y excluidos. Romero de América, mártir y profeta, supo leer desde la fe el paso de Dios en la historia de El Salvador, su país. Oscar Arnulfo, con su timbre de campana, denunció las injusticias y llamó, desde el Evangelio, a la conversión del corazón y de las relaciones sociales, políticas y económicas, proponiendo alternativas más humanas. Su praxis pastoral, configurada por el evangelio y dócil a la fuerza del Espíritu, empapada del barro de la realidad y habitada de rostros de sus hermanos los pobres y de víctimas de violación a los DD.HH., fue siempre propositiva en la búsqueda de caminos de paz, fundados en el diálogo, el reconocimiento, la verdad, el perdón y la Justicia.

Como su Dios era el Dios de la humanidad, como Jesús era para él el paradigma de humanidad, esa dedicación no lo confinó en doctrinas sectarias, en ritos esotéricos ni en comunidades corporativizadas. Al contrario, lo lanzó al corazón mismo de la realidad, en la que se situó tratando infatigablemente de hacer justicia a cada elemento y a cada persona, procurando incansablemente poner vida donde otros ponían muerte, tendiendo puentes donde otros excluían, proclamando la verdad donde otros sembraban la confusión y el prejuicio, cuando no la calumnia.

 Signo de contradicción

Romero siguió a Jesús hasta el extremo de dar la vida, cuando una bala asesina le destrozó el corazón en plena celebración eucarística, un 24 de marzo de 1980. Su muerte no fue accidental, fue planeada, como la de Jesús de Nazaret, por quienes sustentaban el poder (político, económico, militar) y veían en su palabra y praxis libre y liberadora una amenaza para sus intereses y proyectos. Su martirio fue un signo de contradicción en la Iglesia: muchos representantes de la Iglesia latinoamericana y el pueblo creyente lo aclamaron San Romero de América; otros, en cambio, guardaron silencio cómplice, se lavaron las manos y trabaron su proceso de canonización. La lógica del poder mandó a acallar su voz. No soportaban tanta luz, tanta verdad.

Él, desde su fe, tenía clara conciencia del costo de su misión. Por eso llegó a decir:

La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida. Jesucristo lo dijo: ‘Si a mí me persiguieron, también os perseguirán a vosotros’. Y por eso, cuando un día le preguntaron al Papa León XIII cuáles son las notas que distinguen a la Iglesia católica verdadera, el Papa dijo ya las cuatro conocidas: ‘una’, ‘santa’, ‘católica’ y ‘apostólica’. ‘Agreguemos otra –les dice el Papa–, perseguida’. No puede vivir la Iglesia que cumple con su deber sin ser perseguida. (Homilía 29 de mayo de 1977)

Vigencia de su mensaje

En América Latina los indicadores de desigualdad socio-económica señalan que los más ricos acaparan 50 por ciento de los ingresos totales de la región, mientras los más pobres reciben 5 por ciento. De igual modo, el más reciente estudio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre violencia en el mundo, da cuenta de América Latina como el continente más violento. Todo esto, unido a una tensión y polarización política que transversa la región, la destrucción del medio ambiente por grandes corporaciones y una minería artesanal desbocada y sin control, la impunidad estructural y la incapacidad intencionada o no de algunos gobiernos en el combate contra las mafias organizadas y criminales vinculadas a negocios ilícitos (narcotráfico, el contrabando de materias primas, trata y tráfico de personas, entre otras)  que cada vez más marcan la agenda política de los Estados, al comprar, por la vía de la corrupción, la fidelidad de funcionarios públicos y militares en puestos claves, minando la institucionalidad y dejando en estado de orfandad al ciudadano común. Estos hechos conviven en nuestra región, que se precia de ser, paradójicamente, el continente más cristiano del mundo. Para Romero,

… la Iglesia no puede callar ante esas injusticias del orden económico, del orden político, del orden social. Si callara, la Iglesia sería cómplice con el que se margina y duerme un conformismo enfermizo, pecaminoso, o con el que se aprovecha de ese adormecimiento del pueblo para abusar y acaparar económicamente, políticamente, y marginar una inmensa mayoría del pueblo. Esta es la voz de la Iglesia, hermanos. Y mientras no se le deje libertad de clamar estas verdades de su Evangelio, hay persecución. Y se trata de cosas sustanciales, no de cosas de poca importancia. Es cuestión de vida o muerte para el reino de Dios en esta tierra. (Homilía 24 de julio de 1977)

Francisco y Romero

El papa Francisco, en el espíritu del Concilio Vaticano II, coherente con su misión de volver a las fuentes, de pastorear a la Iglesia católica hacia el seguimiento de Jesús y su reino, despojándola de privilegios y liberándola del incienso del poder del mundo para que vuelva a ser la Iglesia de los pobres, portadora de la alegría del evangelio, anunciadora de la fraternidad de los hijos e hijas de Dios, ha reconocido en monseñor Oscar Arnulfo Romero un testigo insigne, signo de esta Iglesia pobre y fraterna, libre y liberadora, que discierne en la historia el paso de Dios. El énfasis  evangelizador de Francisco lo transparenta Romero:

Queridos hermanos, que no vaya a ser falso el servicio de ustedes desde la palabra de Dios. Que es muy fácil ser servidores de la palabra sin molestar al mundo. Una palabra muy espiritualista, una palabra sin compromiso con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier parte del mundo porque no es de ninguna parte del mundo; una palabra así no crea problemas, no origina conflictos. Lo que origina los conflictos, las persecuciones, lo que marca a la Iglesia auténtica es cuando la palabra quemante, como la de los profetas, anuncia al pueblo y denuncia: las maravillas de Dios para que las crean y las adoren, y los pecados de los hombres, que se oponen al reino de Dios, para que lo arranquen de sus corazones, de sus sociedades, de sus leyes, de sus organismos que oprimen, que aprisionan, que atropellan los derechos de Dios y de la humanidad. (Homilía 10 de diciembre de 1977)

Iglesia de los pobres

Con la beatificación de monseñor Oscar Arnulfo Romero, el papa Francisco nos invita a actualizar las opciones hechas por la Iglesia latinoamericana en Medellín, Colombia (1968) y en Puebla, México (1979), y las ofrece como buena noticia para la Iglesia universal. Romero, lo resume de manera clara: “Los pobres han marcado el verdadero caminar de la Iglesia. Una Iglesia que no se une a los pobres para denunciar desde los pobres las injusticias que con ellos se cometen no es verdadera Iglesia de Jesucristo” (Homilía 17 de febrero de 1980). La opción por los pobres de Romero no es sectaria, la ofrece como Jesús, como camino de solidaridad salvífica donde el rico ha de hacerse prójimo, pueblo:

 Aquí nos está dando Cristo la respuesta a una calumnia que se oye muy frecuente: ¿Por qué la Iglesia sólo le está predicando a los pobres? ¿Por qué la Iglesia de los pobres? ¿Qué, acaso los ricos no tenemos alma? Claro que sí y los amamos entrañablemente y deseamos que se salven, que no vayan a perecer aprisionados en su propia idolatría, les pedimos espiritualizarse, hacerse almas de pobres, sentir la necesidad, la angustia del necesitado. (Homilía 15 de octubre de 1978)

Todos estamos convidados a construir, en reciprocidad de dones, un verdadero pueblo, consciente y organizado: “La Iglesia quiere despertar a los hombres el sentido de pueblo. ¿Qué es pueblo? Pueblo es una comunidad de hombres donde todos aspiran al bien común”.

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