Editorial Revista Sic 735. Junio 2011
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Las mujeres de Catuche, en 2007 y tras el asesinato de uno de los jóvenes del barrio, decidieron unirse. Sucedía que los muchachos de dos sectores aledaños, Portillo y La Quinta, se estaban matando entre sí. Se había desatado, además, una ofensiva policial muy agresiva, con agentes tomándose la justicia por su mano.
Uno de los muchachos le dijo a una de las madres impulsoras de esta experiencia de construcción de paz que la negociación no tendría éxito hablando con los pandilleros rivales, sino con sus madres. Portillo y La Quinta siempre han sido sectores en pugna. Fue, pues, un joven el que dio la pista de lo que debía hacerse. Uno de ellos.
Así se dio una primera reunión entre Portillo y La Quinta para organizar un encuentro. En ese encuentro, las madres de cada sector se comprometieron a leerle una cartilla a cada uno de los muchachos. La cartilla era poner unas condiciones de convivencia básicas.
Los jóvenes supieron, por su parte, que había llegado la hora de parar. Que no podían seguir en una eterna culebra (porque la culebra te pica cuando estás distraído, y la debes matar por la cabeza). Está la culebra y el síndrome del ventilador, porque estás todo el tiempo volteando a los lados. En el momento en que estás distraído, ahí te matan.
Entendieron que así no se podía seguir.
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Parece fácil lo que hicieron en Catuche. Pero en la práctica no ha debido serlo. Sin embargo, en otros sitios de Caracas y de Venezuela están ocurriendo cosas parecidas. Entonces, es posible el diálogo, es posible la convivencia.
Desde que terminó el primer encuentro de Constructores de Paz, el año pasado en la Universidad Católica Andrés Bello, la situación de la violencia no parece haber cambiado. Ahí están los indicadores dramáticos de la criminalidad como testimonio, así como los altísimos índices de impunidad denunciados por el Observatorio Venezolano de Violencia. Venezuela registró 17 mil 600 asesinatos en 2010, según cifras del OVV. Esa es una realidad.
Pero en Constructores de Paz se palpó otra realidad que viene desde abajo, abriéndose paso en los más diversos ámbitos del país. Son las experiencias, contadas por sus propios protagonistas, de comunidades que han emprendido una acción sistemática, con voluntad férrea y sumando cada vez más aliados en la tarea de combatir el estigma de la violencia por diferentes vías, formando ciudadanía y buscando el diálogo. Y les ha dado resultado.
De modo que en Constructores de Paz el año pasado, al igual que está sucediendo este año, se encuentran esas experiencias para constatar que forman parte de un movimiento en desarrollo. Un movimiento que necesita trabajar en redes para consolidarse, tomar cuerpo y hacerse sentir. Hacerse sentir quiere decir que los escépticos y los pusilánimes, que los hay regados entre las élites pero también en lo más profundo del barrio, comenzarán a creer y, al creer, estarán en condiciones de sumarse a la cruzada.
Estos encuentros forman parte del programa Hablando se entiende la gente que la Red Social de la Iglesia impulsa desde el año pasado.
Temas de este año
La última de las intervenciones del encuentro del año pasado, un verdadero éxito de asistencia y de logros concretos, fue la de Germán A. García Velutini. Llamaba a no permitir que aquellos dos días terminaran en la mera formalidad de unas felicitaciones entre los asistentes, “quizás con la impresión de algunos folletos bien empastados con lo dicho aquí, o unas notas de prensa”. García Velutini, quien ha sufrido en carne propia los rigores de la violencia, hizo énfasis en la educación: “Es en la educación donde debemos concentrar todo nuestro esfuerzo. Formando niñas, niños, jóvenes con valores cristianos, humanos, es que lograremos romper el círculo nefasto de la violencia. Es una propuesta a largo plazo”. Citó entonces a Antonio Pérez Esclarín cuando dice que la educación “es la suprema contribución al futuro de la humanidad puesto que tiene que contribuir a prevenir la violencia, la intolerancia, la pobreza, el egoísmo y la ignorancia”.
De allí el significado doble de Constructores de Paz, del cual se está realizando, cuando esta revista salga a la calle, la segunda edición: se trata de la verificación, como se dice ahora, en tiempo real, de las buenas experiencias que están ocurriendo en diversas partes del país, lo cual produce ese efecto de verle el queso a la tostada que tan importante resulta para que se repliquen tales experiencias en otros lugares. Además, la enseñanza de carácter pedagógico que se resume en la frase: la paz es posible y está más cerca de lo que uno pueda pensar.
Este año hay un marco en la reunión que engloba construcción de paz y desarrollo local. Dos grandes líneas que orientan el desarrollo del encuentro. Ambos conceptos pueden ser concebidos como procesos que se construyen a partir de un conjunto de condiciones. Asimismo, uno y otro se retroalimentan: no es posible generar desarrollo local (entendido éste de manera integral y no reducido exclusivamente a su dimensión económica) si no existe la paz necesaria para ello, entendida ésta como el resultado de la libertad, el respeto, la equidad, la justicia y las condiciones de vida digna a la que todos tenemos derecho. Del mismo modo, no es posible alcanzar la paz si no se logra generar condiciones de desarrollo plenas para todos.
En función de estos planteamientos, el encuentro debe generar la discusión y el intercambio en torno a los factores que se encuentren en la base del proceso de construcción de paz y desarrollo local. A partir de esta idea fueron organizados foros temáticos.
Al encontrarse e intercambiar puntos de vista y testimonios vívidos, este año, como en 2010, los protagonistas de las experiencias se sabrán acompañados. Eso es importante. La gente de Catuche no camina sola hacia un mejor futuro.
Hay muchas cosas puntuales por resolver, y a quienes organizan estos encuentros no se les escapa que el Estado tiene la mayor responsabilidad en la tarea de reducir los indicadores de criminalidad. De allí que este año, como en el anterior, sea un punto de discusión importante, al lado de las mesas en las que se intercambian experiencias, la propuesta de desarme que reposa (¡ay!, el eterno sueño de los justos) en alguna gaveta de la Asamblea Nacional, y que fue remitida por el conjunto de las instituciones que se han empeñado en Constructores de Paz, y otras que se sumaron. Termina el manifiesto de la propuesta de este modo: “Proponemos implementar un plan piloto de desarme ciudadano, en algún espacio focal concreto (barrio, parroquia, municipio, ciudad o estado) con la participación de las autoridades públicas respectivas y la movilización social de diferentes actores (comunidades, ONG, iglesias, etcétera), como base para la creación de un plan nacional de desarme”. Algo, digamos, como para que el Estado siga los pasos de Catuche.
En fin, no estaría de más recordar una frase de la Carta Pastoral de la CEV dada a conocer en enero de 2010, y de la cual surgió, ya en firme, la idea de desarrollar estos encuentros de paz: “El futuro prometido por Dios a todos los hombres es la paz. En ella se reconocerá su presencia y su reinado”.