Editorial Sic 705. Junio 2008
Este año celebramos 50 años de vida en democracia. Un 23 de enero de 1958 cae la última dictadura que gobernó en nuestro país. ¿Cómo valorar este proceso que ha implicado la vida de al menos dos generaciones de venezolanos?
La dinámica histórica va en la dirección de superar el dualismo estructural entre señores y siervos para alcanzar la igualdad, que exige la superación de la dependencia y el logro por lo tanto de la libertad. Pero la superación del dualismo entraña un elemento decisivo: la capacitación de los de abajo para que su solvencia económica les permita vivir sin amo ni tutor.
CIVILIZACIÓN-BARBARIE, UNA OPOSICIÓN SIN DINAMISMO HISTÓRICO PARA RESOLVERSE SUPERADORAMENTE
La república señorial que surge en 1830, llamada convencionalmente oligarquía conservadora, pero económicamente liberal, gira alrededor del eje barbarie-civilización, que entraña la incorporación sistemática del país al Occidente desarrollado. La expresión más significativa de esta dirección vital fue la implantación del liberalismo manchesteriano.
Esta orientación al progreso, entendido de modo economicista, no pudo imponerse y modelar institucionalmente al país. Quienes la sustentaban eran una minoría que no tomaba en cuenta la realidad del país. Por eso lo que se impuso fue la ruralización de la vida pública por la influencia de los caudillos del interior.
Es verdad que Guzmán Blanco retomó el proyecto modernizador proponiendo la educación popular y el saneamiento ambiental. Pero fue muy poco lo que se hizo y por eso todavía en 1929 Gallegos, en la novela emblemática de la generación del 28, Doña Bárbara, pudo plantear el problema nacional como la lucha entre la barbarie ancestral y la civilización que traen los señores pasados por la universidad, que remontan el territorio del interior, dejado hasta entonces a la incuria, para acabar con el imperio de la fuerza e implantar la ley y las reformas económicas y de costumbres que traigan la modernidad.
MODERNIZACIÓN POLÍTICA COMO PALANCA PARA LA MODERNIZACIÓN INSTITUCIONAL, SOCIAL Y ECONÓMICA
La explotación del petróleo en gran escala bajo el régimen de concesiones, dotó al Estado, dueño de la renta, de recursos para motorizar la modernización, a la vez que casi determinó su puesto como conductor del proceso.
Los reformistas de Medina Angarita, cuyo símbolo sería Uslar Pietri, lo fiaron todo a la modernización económica e institucional, postergando la participación popular. Para ello contaron con la colaboración, que había comenzado una década antes, del segmento más modernizado y solidario de la burguesía, que ligó su suerte a la creación de un Estado moderno, más allá de cualquier gobierno y casi independiente de él. El liderazgo de esta burguesía que actuó en el Estado y no en la empresa privada, posibilitó la siembra del petróleo en el ámbito de la institucionalización estatal desde las obras públicas a la salud, a la vez que contribuyó a la creación de una burocracia eficiente.
Pero lo que triunfó y llegó a su madurez institucional, tras el paréntesis dictatorial, fue la modernización adeca o, mejor, puntofijista, basada en la incorporación de las masas a la vida pública, a la política, y desde ahí a la educación popular, la salud y la seguridad social. Este proceso logró una cierta modernización del campo, pero no de los campesinos. Sí condujo a su desplazamiento a la ciudad, en la que había servicios, profesionalización y una cierta participación en la vida pública.
Ese pueblo, en proceso de capacitación y consciente de sus derechos, podía participar en condiciones de justicia social en un capitalismo nacional, basado en la sustitución de las importaciones, cuyo árbitro era el Estado, promotor también de la burguesía nacional. En esta primera fase de la democracia el tono de la sociedad no fue rentista porque la renta petrolera fue considerada como un capital de inversión que dio muy buenos dividendos. La profesionalización de las masas campesinas, la dotación de servicios eficientes y la productividad positiva de la economía privada (1960 a 1974) hacen ver que no se vivió de rentas sino que se sembró eficientemente el petróleo en la sociedad venezolana, que adquirió hábitos de trabajo productivo, honradez y responsabilidad cívica.
Ese proceso culminó en la nacionalización del petróleo. Ya que no se redujo a asumir la propiedad de la industria sino que llevó a ponerla a la altura del tiempo, con lo que supone de manejo gerencial, formación de recursos e investigación. El país estaba maduro para asumir ese reto crucial y lo hizo con prudencia y solvencia.
LA IRRESPONSABILIDAD INSOLIDARIA, FUENTE DE ESTANCAMIENTO Y DESCOMPOSICIÓN SOCIAL, ECONÓMICA Y POLÍTICA
El proceso involucionó a partir de la segunda mitad de los años setenta, cuando ante la abundancia súbita por la subida coyuntural de petróleo, se dio el salto no, como se dijo, hacia la Gran Venezuela sino a la corrupción y el endeudamiento irresponsable. Pasada la coyuntura, se evidenció que el petróleo no daba ya para todo y como consecuencia empezó a fluctuar, es decir a caer, el bolívar. Como la burguesía tenía más poder de presionar, el Estado invirtió cada vez menos en el pueblo. Se habría necesitado una reforma tributaria, basada en el impuesto sobre la renta y progresiva, y no se acometió por contubernio entre empresarios y políticos. También tocó techo el sistema de sustitución de importaciones, porque emergía la economía globalizada, mucho más competitiva. Además la expectativa de ganancia de los propietarios fue cada vez más desorbitada y menos atada a la productividad.
Los partidos, por su parte, pasaron de mediadores a intermediarios de los de arriba, y, al no representar a las mayorías, perdieron el sentido de realidad y, al buscarse sólo a sí mismos, se sectarizaron hasta descomponerse. Por estos factores y por la presión de la nueva época, comenzó a retirarse la burguesía cualificada del Estado, que perdió eficiencia y más todavía que se quedó sin rumbo. Fue menguando tanto la representatividad como la participación, hasta perder las masas toda esperanza en los políticos y en el Estado. A este desprestigio del Estado contribuyeron los grandes medios de difusión, que pretendían sustituir miope e irresponsablemente a los partidos en la conducción del país.
La gente quiso cerrar ese ciclo que se había vuelto infecundo y por eso votó por Chávez.
EL PROCESO DE CHÁVEZ
En este ya largo proceso en la presidencia podemos distinguir dos etapas: lo primero fue la gente. Ese encuentro con el pueblo y esa capacidad de encarnarlo simbólicamente, que se dieron en esos primeros años, siguen siendo la base de su poder. Chávez se presentó llamándolos a la participación, ofreciéndose él como el canal sustitutivo de los partidos. Pero además los llamó a participar como los seres concretos que eran, es decir desde sus culturas populares. La gente se sintió muy complacida, creyó en él y en su propuesta y se fue detrás de él.
Esta llamada a la participación, secundada por tanta gente, ha sido el gran aporte de Chávez. Muchos siguen en esta etapa, organizándose para lo vecinal, por ejemplo los servicios de agua, luz y tierra, para la defensa de los derechos del niño y el adolescente, para la organización para la producción, la militancia política y la administración de su territorio en los consejos comunales.
Sin embargo los que se organizaron mejor y empezaron a asumir la llamada democracia protagónica, sienten cada día más la contradicción entre el poder de base que ellos representan y el proceder de los funcionarios del gobierno y del partido. Pero el problema es más estructural.
Porque de ahí pasó Chávez a la segunda fase: a la proclamación del socialismo del siglo XXI, que pretendió institucionalizar con la reforma constitucional. En muchas ocasiones este socialismo ha sido glosado por él con frases y actuaciones de Bolívar. Pero lo que vamos viendo es que eso significaría socialismo marxista leninista, incluso stalinista, es decir nacionalista sin prescindir del internacionalismo; pero, a diferencia de ellos, conservando la democracia formal, sobre todo en dos aspectos: libertad y elecciones. Esto sería lo que exige el siglo XXI para que sea viable el tránsito gradual al régimen estatista.
Libertad de movimiento, pero con control policial selectivo; libertad de prensa, pero con amenazas variadas a periodistas disidentes; libertad para defender los derechos humanos, pero con los tribunales coaptados por el ejecutivo y agresiones múltiples a los defensores de derechos humanos; propiedad privada, pero con expropiaciones y nacionalizaciones irregulares; educación privada, pero estrangulándola económicamente e imponiendo paso a paso las directrices bolivarianas, aunque se retarde la aplicación del curriculum; elecciones libres, pero con un CNE elegido y controlado por un solo partido, con un padrón electoral viciado que no se quiere sanear, y con discrecionalidades que dejan mucho que desear.
El referéndum para la reforma constitucional fue en la mente del Presidente el paso a una tercera fase: la implantación del Estado socialista como palanca para forzar que la sociedad se hiciera socialista o por lo menos se resignara a vivir en ese régimen. Hugo Chávez sabe que la mayoría de sus partidarios no quiere que Venezuela llegue a ser como Cuba: no quiere que el Estado sea la fuente de todos los derechos y en definitiva el único sujeto, el que define todos los parámetros de vida social y el único empleador. Pero hacia allí nos va llevando con medidas indirectas que no causen alarma, a pesar de que su reforma fue rechazada.
El motor de nuestra historia ha sido el esfuerzo por superar el dualismo de señores, por un lado, y esclavos, peones o criados, por otro. ¿Qué resultado ha tenido ese esfuerzo? La primera parte de estos cincuenta años de democracia marca la cota más alta que hemos alcanzado: una democracia de partidos de masas en los que la mayoría se sentía representada; un Estado moderno concebido como Estado social de derecho que dotó de servicios básicos (educación, salud, agua potable, cloacas, luz, vialidad) a la mayoría de la población, que colaboró eficazmente en la capacitación de vastos sectores populares e impulsó la economía, y de este modo trasformó la renta petrolera en capital bien invertido. Una sociedad con multitud de asociaciones para expresarse y cualificarse. Un sector de la burguesía que puso sus talentos en el fomento cualificado de lo público.
Pero en esa etapa los partidos (y consiguientemente los sindicatos) no pudieron alcanzar la democracia interna y el cambio generacional; el Estado no arbitró mecanismos para que los ciudadanos le exigieran responsabilidades ante tribunales independientes; la mayoría del empresariado no se comprometió con el país ni aceptó la reconversión de sus empresas para mejorar la rentabilidad; los medios de difusión masiva entraron en una fase poco creativa, irresponsable y prepotente; muchos individuos bien dotados y posicionados se hicieron individualistas y se desentendieron del bien común.
Es verdad que el primer Chávez repuso la política en el escenario nacional y logró reencantar al pueblo para que participara e impulsó indirectamente que las clases medias asumieran responsabilidades. Pero en la segunda fase se impuso el dirigismo hacia los suyos y la discriminación hacia los demás. Además, las altísimas regalías del petróleo no han sido empleadas para mejorar la productividad del país mediante la dotación de servicios de educación y salud, de seguridad física, seguridad social y seguridad jurídica, a la altura del tiempo y mediante el estímulo a la producción. Por el contrario, en contra de lo proclamado, cada día producimos menos e importamos más.
Es indispensable una alternativa que incluya al pueblo, de manera que la realidad multiétnica y pluricultural que somos llegue a reconocerse en un Estado de justicia e interacción simbiótica. Pero esto no será posible, a pesar de la renta petrolera, si no asumimos los bienes civilizatorios del Occidente mundializado, para lo cual es indispensable el concurso de los profesionales más cualificados en un régimen que favorezca la iniciativa privada, a la vez que evite todo tipo de oligopolios y monopsonios, sean privados o estatales, favorezca una cultura personalista y solidaria.