Editorial Revista Sic 744. Mayo, 2012
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Poco a poco se impuso el año electoral. Al mismo ritmo se ha ido postergando la atención a los problemas reales de la gente, también se ha ido dejando de lado lo que comprometería a los ciudadanos con la solución de los mismos. Todos los problemas de fondo tienen cita para después del 7 de octubre y esta fecha, a ratos, parece que se puede mover para otro día. La atención de la gente se centró en los desplazamientos de los candidatos a la presidencia de la república, uno en Venezuela, el otro intermitente entre La Habana y Caracas. Al presidente se le sigue dosificadamente por televisión. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que tiene. El manejo de la información sigue siendo opaco y mientras menos se sabe más se especula. A estas alturas la especulación alimenta todo tipo de escenarios y conjeturas sobre octubre 2012.
Por otra parte, se cuestiona la poca transparencia del registro electoral y se critican los abusos del Gobierno en el uso de los recursos del Estado en materia de vivienda, empleo, pensiones y nuevas misiones con pretensiones claramente electorales. El último escándalo, cuyo protagonista es un magistrado del TSJ, revela que en el país no solo no hay justicia sino que no hay Derecho. Pero domina la lógica electoral y desde los comandos poco se explora la posibilidad de convocar, por ejemplo, a las organizaciones sociales para analizar, proponer y comprometerse con la solución de los problemas de fondo del país. Realizadas las primarias el candidato opositor armó su equipo tricolor y, aunque se declara que los partidos políticos honrarán los compromisos con la MUD, se acabaron las consultas y sólo se atienden las mediciones de opinión en espera del 7 de octubre. La candidatura opositora parece centrada en sí misma cuidando las formas de lo políticamente correcto. Por su parte, es claro que el Gobierno no va a consultar nada. Los meses que quedan serán para repartir y apaciguar las presiones dentro y fuera del partido.
La creatividad y la imaginación constructiva han quedado sólo para los slogans de las campañas. La hora presiona. El clima es de alejamiento de formas alternativas. Si este es el modo de producir contenidos y significados políticos, si el discurso político opositor tampoco logra articular un sentido común compartido que dé mayor cohesión a la unidad lograda y construir otro relato de lo que queremos ser, no cabe esperar como resultado de estas elecciones otra cosa distinta a los reacomodos forzados o acordados.
Elecciones, no apuestas
En lugar del esfuerzo creativo y constructivo de un nuevo relato nacional, tenemos la ritualización de la enfermedad del Presidente, una proliferación de encuestas que se consultan como oráculos y un incesante bombardeo propagandístico que busca amarrar la conciencia de la gente. Da la impresión de que estamos ante una gran final hípica más que ante elecciones de ciudadanos autónomos.
Esto es grave porque si fuese que ya los venezolanos viviéramos en una cultura democrática plenamente arraigada, en un tiempo en el que los líderes políticos fueran unos de tantos otros líderes, si el país gozara de una fuerte institucionalidad ―bien distinta de lo que se ve cuando revienta un escándalo o de lo que hay que hacer para conseguir trabajo―, entonces esta elección presidencial que se avecina no hubiera alcanzado el tono escatológico que tiene. Sería un tiempo para examinar proyectos e imaginar el futuro que desde ya queremos construir en vez de un tiempo para justificar con nuevas promesas lo que no se ha hecho hasta ahora.
De este modo se refuerzan un conjunto de hábitos y creencias que no ayudan a la consolidación de la democracia. Se tiende a esperar desde cierto pensamiento mágico que la solución de los problemas cotidianos saldrá por un golpe de suerte o en la aparición de un mesías que nos salvará de una vez por todas de la gran debacle tantas veces anunciada. En esta sala de espera “Octubre 2012” se vive la incertidumbre por los anuncios sobre la LOT y las prestaciones sociales en la misma lógica de la desinformación y la arbitrariedad de este Gobierno. Entonces, se vuelve sobre lo mismo, octubre 2012: se invita a sentarse cómodamente al frente de la pantalla del televisor atentos a los resultados electorales, ojalá que, al menos, después de haber ejercido el derecho al voto.
Así las cosas, parece que la única responsabilidad de los actores políticos en este año electoral es hacer una buena campaña, ganarla y cobrarla antes y después. Incapaces de mirar y de aguantar la mirada de un preso o de una madre que llora la muerte de otro hijo, gente que dicen que lideran o pretenden liderar. Mientras tanto pasan los días y en el país unos se instalan en la sala de espera y otros se anotan en listas de espera.
Agenda de temas tabú
En Venezuela hay un conjunto de problemas fundamentales que no están en los discursos de las campañas electorales. El manejo y el acceso a la información, el precio de la gasolina y los costos de todo lo que consumimos y no producimos, las tarifas del transporte público en general, la salud del Presidente, la nueva ley orgánica del trabajo; en definitiva, el destino de la renta petrolera. Creemos que la razón de tal ausencia es el alto costo político de cara a las elecciones de octubre. Nunca se plantean hacerlo, menos en tiempo de elecciones. Entonces, ¿cuándo es el momento de plantearle al electorado estos problemas de fondo? ¿Quién habla de lo que le cuesta y le va a seguir costando al país superar la pobreza? ¿Quién se atreve a decirles a los venezolanos razonablemente que más allá del 7 de octubre todo seguirá siendo precario e inestable? Que el conflicto en el que estamos supera a las mesas técnicas y las salas situacionales. Porque tiene que ver con una desmedida lucha por el poder. Y que los que están en el poder lo han manejado tanteando los sentimientos y las pasiones de los venezolanos apoyándose en la chequera petrolera. De manera que esa pasión por el poder sólo se canalizará positivamente cuando se trate responsablemente no solo el destino de la renta sino lo que tenemos que hacer para que el petróleo deje de ser la herramienta fatal de los gobernantes de turno.
De manera que el tratamiento de estos complejos problemas no puede seguir condicionado por razones electorales. Si las campañas electorales son para reforzar la condición de minoría de edad de los electores a quienes no se les puede decir la verdad porque no manejan bien los intríngulis de los problemas y porque, peor aún, pueden ser manipulados y confundidos, entonces es mejor hablar de otras tareas, mirar para otro lado y hacer promesas. Pero no es cierto. Cualquiera sea el tiempo de maduración de la solución, estos problemas tienen que formar parte de la agenda de discusión pública. Quienes pretenden dirigir el país tienen el deber de llamar las cosas por su nombre lo antes posible.
La gente no es indiferente; quiere participar en la solución de los problemas de su comunidad, cree que el papel más importante lo tienen los ciudadanos y no el Gobierno. La gran mayoría valora las elecciones y desea un gobierno que favorezca al pueblo, es decir, una democracia con sentido social. Pero también reclama que sea eficaz.