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Editorial de SIC 740: Cuando Dios se hace ser humano

Editorial Revista Sic 740. Diciembre, 2011 

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Cuando Dios se hace ser humano, acogerlo es acoger a todos los seres humanos.

El 21 de diciembre se cumplirán quinientos años del domingo memorable en que el fraile dominico Antón de Montesinos hizo este requerimiento a los españoles que empezaban a colonizar la isla Española (Haití y Santo Domingo). La pregunta tuvo lugar en el sermón del cuarto domingo de adviento cuyo tema fue: la voz que clama en el desierto. El evangelio se refería al Bautista que en el desierto instaba al pueblo de Israel a convertirse porque era inminente el juicio definitivo de Dios. Él lo aplicó al desierto de la isla: la voz de Dios, que él representaba, clamaba en el desierto porque temía (como sucedió) que nadie la iba a escuchar.

¿A qué venía esa requisitoria? Los españoles habían desalojado a los indígenas de sus poblaciones, en las que vivían en pacífica posesión, y los habían obligado a servirlos a ellos, que se habían adueñado de su tierra. Al comprobar que les habían privado de su libertad y los mataban a trabajar y que lo hacían sin ninguna conciencia de culpabilidad, les pregunta: Éstos, es decir, los indígenas ¿acaso no son seres humanos? Esto que ustedes no lo hacen entre ustedes ¿cómo lo hacen, sin ningún remordimiento, con los indígenas? Es cierto que los indígenas son distintos que ustedes, tanto en constitución física como en cultura, pero ¿no son seres humanos como ustedes, aunque lo sean de modo distinto?

Los españoles en España pensaban respetar los derechos humanos y castigaban a los que no los respetaban. Los Reyes Católicos, en efecto, estaban poniendo ciertamente orden en esa sociedad tan aguerrida. Por eso, aunque los castellanos no siempre obraban con justicia, como había un estado de derecho, la justicia conculcada se restituía. ¿Por qué lo que no se atrevían a hacer en su tierra, lo hacían masivamente y sin escándalo de nadie en esta otra recién descubierta? La pregunta que les hace el fraile “éstos ¿no son hombres?” significaba “¿no son seres humanos como lo somos nosotros? ¿No tienen los mismos derechos que nosotros, aunque sean distintos? ¿No son tan dignos de respeto como nosotros mismos?”.

Una pregunta

¿Consideramos seres humanos a los otros que nosotros? Esta pregunta del fraile por la humanidad de los distintos tiene hoy más actualidad que entonces porque hoy se está consumando lo que comenzó por ese tiempo: el encuentro de los distintos, la presencia en el mismo ámbito de toda la variedad de etnias y culturas humanas, la conciencia de que los que habíamos vivido historias separadas estamos comenzando a vivir la única historia de la humanidad. La pregunta por la humanidad de los distintos es actualísima porque hoy que nos vemos todos, todos los días, tanto en contactos virtuales como en el roce diario de las megaciudades, no nos reconocemos. Más en concreto, los occidentales y occidentalizados que controlan la dirección dominante de esta figura histórica, no reconocen como iguales en dignidad y en derechos a los otros y menos aún reconocen que los ligan a ellos vínculos obligantes. De hecho, no los reconocen como seres humanos.

Así se explica que en el mismo momento en que se extrema la guarda de los derechos humanos en el seno de esas colectividades, ellas mismas, cuando actúan fuera de su ámbito, no los tengan en cuenta ni en los aspectos más elementales, tanto en sus mismos países con colectividades de otras etnias que habitan suburbios en condiciones infrahumanas sin disfrutar ningún derecho de los que gozan los de cultura occidental, como, más todavía, fuera de su territorio. El cinismo de los gobiernos occidentales y las corporaciones mundializadas que tienen su sede en occidente, no tiene límites.

Pero lo más grave es que esa doble medida se realiza con buena conciencia. Y lo que permite la buena conciencia, hoy como hace quinientos años, es que, en el fondo, sólo ellos se consideran seres humanos, humanos, lo que se dice humanos. Por eso, lo que sería intolerable en su ámbito, no tiene mayor importancia cuando se trata de los otros que, en el mejor de los casos, con palabras de Aristóteles, son seres humanos sólo en potencia, porque todavía viven en la barbarie y no quieren salir de ella.

Por eso hoy la pregunta decisiva no es si queremos respetar los derechos humanos sino quiénes son, de verdad verdad, seres humanos para mí y para el colectivo al que pertenezco. Porque lo que evidencia nuestro comportamiento es que muchísima gente no considera a los otros, a los distintos a sí, como seres humanos y por eso los desconoce, les niega esa respectividad en la que, sin embargo, consistimos, o entabla con ellos una respectividad negativa no reconociendo sus derechos, no dándoles lugar, discriminándolos, denigrándolos sistemáticamente, explotándolos, incluso asesinándolos. Y todo eso sin remordimiento, con naturalidad, sin percibir la iniquidad radical. No la percibimos porque en la práctica no los consideramos seres humanos, sujetos de derechos como nosotros.

Por eso sigue siendo verdad la conclusión del fraile: si no se convierten, si no cambian de mentalidad, de sensibilidad, de horizonte vital, de actuación, no se pueden salvar, es decir, no pueden llegar a constituirse en seres humanos cualitativos, su vida es un fracaso, viven como cadáveres ambulantes, sin sustancia humana, sin corazón. Por eso, la perentoria necesidad de que caigamos en cuenta que no podemos llegar a constituirnos en seres humanos cualitativos si borramos de nuestro corazón a los otros, si no los consideramos y tratamos como a verdaderos seres humanos, como a nosotros mismos, como quisiéramos que nos trataran los demás.

En este país

En la Venezuela polarizada, ¿reconocemos como seres humanos a los del otro bando?

Esto que decimos del occidente desarrollado, lo decimos igual de nuestro país porque en él coexisten y se solapan dos tipos de exclusión: la que hemos mencionado, es decir la negación práctica por parte de los ilustrados de la condición de humanos a los que según ellos no han alcanzado su nivel, y la exclusión política, que abarca a ambos bandos, ya que cada uno desconoce al contrario y le niega toda dignidad y derecho, pero que tiene como primer responsable al Gobierno, que olvida que no representa a un partido o a una porción de los venezolanos sino a todos sin distinción.

Sobre la Navidad

Quien se abre a los otros conoce a Dios. Ése celebra la Navidad. Para los que somos cristianos la Navidad celebra el acontecimiento de la humanización del Hijo de Dios.

Para nosotros Jesús es el paradigma de humanidad, el ejemplar humano en el que reluce con más prestancia lo que es un ser humano y por eso el espejo en que mirarnos para llegar a serlo. Pero es, más aún, prototipo de humanidad; el molde en el que somos creados los seres humanos: somos imágenes semejantes de la imagen perfecta de Dios. Sobre todo, Jesús es arquetipo de humanidad: principio del que brota humanidad cualitativa; la relación con él humaniza.

Pues bien, ese Jesús no viene definido por ninguna actitud particular sino precisamente por su humanidad: nos supera infinitamente en humanidad. Es tan humano, tan humano, como sólo el Hijo de Dios puede serlo. Y ser humano es para él afirmar absolutamente a todos los seres humanos. No es humano el que no lo hace, el que no reconoce al otro, al distinto. En esto consiste su fraternidad. Y esa fraternidad es la expresión de que es Hijo de Dios. Así pues, quien no reconoce a los demás, no conoce a Dios. Quien se abre a los otros, a los diferentes, con simpatía y compasión conoce a Dios y lo vive. Ése celebra la Navidad. A eso estamos cordialmente invitados.

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