El Gobierno persiste en su empeño de trabajar solo para mantenerse a como dé lugar y en subordinar así a todos los ciudadanos, descuidando completamente la labor de gobernar. Ha acabado con el Estado, ya que pone al frente de cada dependencia a quienes respalden sus intereses y no a gente idónea. Por eso casi no se produce petróleo y no se produce gasolina. Lo que funciona de industrias básicas es por la alianza, en contra de los intereses del país, con empresas trasnacionales, sobre todo el arco minero. Lo que tramita él, por ejemplo, las más de quinientas empresas robadas, o no funcionan o funcionan a pérdida. Además, por resentimiento, obstaculiza todo lo que puede el funcionamiento de la empresa privada. Ha desmantelado los servicios básicos, sobre todo la salud y la educación, reduciendo los sueldos a nivel de hambre y descuidando las instalaciones. Por eso se han ido y se están yendo tantos. Solo se ocupa de la propaganda y de la represión.
En la mayor parte del país no hay gasolina, ni luz, ni agua, ni gas. No hay medicinas imprescindibles y las que hay son tan caras que no se pueden comprar. Lo mismo pasa con la comida y con el transporte. Por eso se han ido tantos y se siguen yendo. Las familias se desmiembran y eso es una fuente de inmenso dolor. Desgraciadamente, en esta ausencia de ley y de ejemplaridad en quien la representa, mucha gente se ha dejado corromper.
No solo estamos muy mal. Más grave es todavía que no sabemos cuándo va a acabar. Porque el Gobierno tiene toda la fuerza, junto con muchos grupos irregulares, a los que llama aliados, pero que cada vez más son los que mandan al margen de la legitimidad y humanidad. Y porque al Gobierno no le importamos nada los ciudadanos, porque no tiene el más mínimo sentimiento humano.
Por eso, como estamos abandonados, vejados y amenazados por el Gobierno, los ciudadanos tenemos que preguntarnos con la mayor explicitud posible cómo tenemos que vivir, qué tenemos que hacer y conversarlo entre nosotros. Bastantes ya lo estamos haciendo. Pero tenemos que hacerlo con la mayor consciencia posible, como ejercicio de libertad responsable. Si el Gobierno es la peor plaga que le ha podido caer a Venezuela, nosotros los ciudadanos tenemos que estar a la altura de esta hora, que no tiene que ser solo de ignominia y muerte, sino también de vencer al mal a fuerza de bien. Ese es nuestro reto, que, gracias a Dios, muchos conciudadanos lo están afrontando heroicamente, pero que lo tenemos que asumir con la mayor explicitud posible, conversándolo entre nosotros y ayudándonos, de manera que con la fortaleza de nuestra resolución y de nuestras relaciones solidarias, contrarrestemos eficazmente la falencia del Estado, la malquerencia y la maldad del Gobierno.
Vivir una vida alternativa
La base de todo, lo más elemental y también lo más sagrado, es tratar por todos los medios de salvaguardar la vida y la humanidad. Es un solo empeño con dos aspectos porque no podemos salvaguardar la vida a costa de la humanidad. No podemos decir: ¡sálvese quien pueda!, ya que esa pretendida salvación implicaría el vaciamiento humano.
No somos meros individuos que nacemos de nosotros mismos y vivimos para nuestro provecho privado. Esa es la ideología dominante, que encubre completamente la realidad. Somos personas, ante todo hijos que recibimos la vida por el amor de nuestros padres y de tantos otros que nos han ayudado a ponernos a la altura del tiempo histórico, y somos también compañeros y hermanos de tantos con los que caminamos y a los que entregamos –y que nos entregan– lo mejor de sí. Por eso no queremos hacer como los del Gobierno, que buscan su provecho a costa de nosotros, ni como los que se aprovechan de la situación para ganar, sin sudar, a costa de los demás. Nosotros queremos trabajar con productividad social, siendo útiles y dando lo mejor de nosotros mismos, ayudando con nuestro trabajo. Y queremos compartir también lo poco que ganamos. Y también estamos dispuestos a pedir con sencillez y a recibir con alegría. Queremos, no recluirnos en nuestro entorno más íntimo, sino convivir, dialogar, compartir.
Queremos que nuestra vida sea alternativa, tanto respecto de la manera de vivir de los del Gobierno, que siempre tienen palabras bonitas, pero que en realidad viven para su provecho privado, como de los que se aprovechan de la situación, pero no menos alternativa respecto del individualismo a ultranza que propone la dirección dominante de esta globalización, para la que el mundo es un mercado en el que todo se vende y se compra y cada quien mira solo su ganancia a costa de lo que sea.
Esta situación nuestra, tan apretada, tiene que convertirse en un momento propicio para preguntarnos por el sentido de nuestra vida, y responder desde la primacía de la calidad humana. El orden establecido valora las cualidades humanas que conducen al éxito; pero para él no existe la calidad humana. Nosotros, como queremos ser verdaderamente humanos, tenemos que desarrollar al máximo nuestras cualidades pero no para trepar a como dé lugar, sino para dar lo mejor de nosotros mismos, porque en lo valioso, solo se tiene lo que se da.
Cuanto más amor, compañía y esperanza demos, seremos más amorosos y esperanzados y estaremos más habitados por presencias amigas. Pero el amor y lo demás no es cosa de sentimientos, sino que se debe poner más en obras que en palabras. Por eso tenemos que esforzarnos en cualificarnos lo más posible para dar de nosotros mismos con eficacia. Todo esto lo tenemos que actuar, pero también tenemos que echarle cabeza y conversarlo hasta lograr formar ambientes ganados por este modo de vida.
Formar ambientes alternativos
Para el Gobierno el ambiente ideal es que nos cuadremos con él y coreemos sus consignas y apoyemos sus iniciativas, meramente formales, sin resultados tangibles. Frente a esta pretensión estéril tenemos que formar ambientes con nuestra convivialidad comprometida con los demás en orden a una vida fraterna y fecunda. Eso requiere vivir abiertos, con una respectividad positiva. Este es un modo de vivir primario que afecta positivamente a aquellos que están en nuestro entorno, como lo afectan negativamente los que viven cerrados o con una respectividad negativa: con desprecio o con hostilidad.
Desde esta respectividad positiva tenemos que comunicarnos, decir lo que pensamos, proponer mejoras y también escuchar, abiertos a lo que dicen y proponen otros, y dialogar y llegar a acuerdos y realizar responsablemente lo convenido, e ir afinándolo y celebrar los logros y en el fondo esa vida compartida, esa vida a contracorriente, esa vida a pesar del Gobierno, que la dificulta terriblemente.
Constituir comunidades, grupos y organizaciones de base
Entre los acuerdos no pueden faltar la constitución de comunidades, tanto comunidades vecinales, realmente de base, como comunidades cristianas de base y grupos de trabajo y organizaciones para fomentar establemente aspectos específicos como la promoción y defensa de los derechos humanos, la constitución de microempresas o de cooperativas de ahorro y crédito o funerarias o tantas otras. Lo vecinal hasta hoy está copado por el Gobierno. Tenemos que retomarlo, no con un tinte antigobiernista sino realmente de base y por tanto pluralista. Lo social tiene que mantenerse en su especificidad social, ella es lo que tiene que dar el tono a la organización; no puede estar politizada.
Pero la orientación social, si es genuina, tiene que estar reconocida y respaldada por el Estado. Por tanto, sin hipotecarse ni al Gobierno ni a la oposición, sí tienen que tener reclamos específicos y pedir al Estado y al gobierno de turno que los cumpla y presionar para que lo haga cumpliendo con su deber.