Por Luis Bárcenas
Es innegable que la economía venezolana muestra en la actualidad mejores condiciones que lo visto hace dos años, con una pandemia menos restrictiva, un negocio petrolero con mayores precios y un entorno inflacionario menos inestable. En ese marco, algunos analistas apuntan a que el mercado venezolano se expandirá a ritmo de dos dígitos en 2022, previendo incluso un alza (promedio) por encima del 9 % en 2023. Tales proyecciones superan incluso los resultados que se esperan para algunos mercados de la región latinoamericana y del Caribe, afectados ahora por las secuelas del nuevo contexto geopolítico internacional sobre dos áreas claves para las economías emergentes: el mercado de materias primas y la cadena de suministros.
Estas visiones sobre la magnitud en la que nuestro mercado se recuperaría llaman a la reflexión sobre el cómo Venezuela, en sus actuales condiciones, llegaría a registrar un repunte en la generación de bienes y servicios tan elevado como repentino. Al respecto, un elemento no trivial en el debate se refiere a las condiciones con las cuales nuestro mercado enfrentó el nuevo entorno pospandemia. Ciertamente, el país viene de dos años realmente malos, con una parada comercial súbita debido a la aparición del COVID-19, con un Gobierno con pocas opciones para enfrentar la pandemia y unas sanciones administrativas y financieras por parte de EE. UU. todavía vigentes. A ello se le sumó el cese del mercado petrolero internacional, donde el cese del comercio y el menor consumo de crudo a nivel global pusieron en jaque a la generación de recursos por parte del país. Este marco da mayor significancia a la magnitud a la que nuestra economía reaccionaría frente a cualquier estímulo positivo tras un entorno altamente costoso en vidas y en números.
Dicha visión también se sostiene si consideramos que ningún mercado (al menos de la región) ha mostrado un colapso en sus diversas dimensiones (económica, social, institucional) tan sostenido como el caso venezolano de los últimos siete años. Así, con un punto de partida tan mermado, era de esperarse que, tras superarse las fases críticas de la pandemia, el ajuste de la economía local ante mayores ingresos públicos o a un nuevo auge en el gasto interno sería mucho más que notorio.
¿Arreglo o rebote?
En el contexto de estas nuevas previsiones, es interesante como las expectativas sobre una nueva etapa de crecimiento en Venezuela para los próximos años describen un patrón de recuperación similar a lo esperado para naciones como Haití y Trinidad. Esto es, mercados pequeños y muy pobres y que en 2021 registraron niveles de actividad muy similares al visto en pleno auge de la pandemia, de los cuales se espera que muestren alzas notables en su producción al finalizar este año. Tales experiencias se distanciarían de los resultados esperados para la región, los cuales mostrarían una desaceleración en la actividad durante 2022, debido a su elevada exposición a las recientes tensiones geopolíticas en Europa y a las disrupciones en el comercio global ante las nuevas rigideces del mercado chino en materia de contención del COVID-19.
Tales visiones parecen calificar la recuperación económica de Venezuela bajo una perspectiva meramente estadística: un efecto rebote. Es decir, tras un colapso tan duradero, no queda más sino subir, esta vez favorecidos por los mayores precios petroleros. Por otra parte, el hecho de que Venezuela haya sido uno de los pocos países que haya mostrado un aumento tan bajo de su producto interno bruto (PIB) a 2021 nos dice que en el país todavía persisten factores estructurales que limitan su recuperación, entre ellos, la distorsión de los precios locales, la inestabilidad institucional, una actividad crediticia mermada, un marco jurídico que no promueve inversión, un parque industrial descapitalizado y muchos otros. Esto permite pensar que la recuperación del país a 2022 pudiese ser frágil y poco sostenible.
Oro negro parece, plata no es
Otra dimensión de la recuperación venezolana se fundamenta en los mayores precios petroleros que se esperan para este año, en medio de un conflicto entre Rusia y Ucrania cuya solución a corto plazo parece poco probable. Aún con una producción petrolera interna por debajo de los 900 mil barriles diarios, un marcador global Brent por encima de USD 100/barril significaría para el Estado unos ingresos de hasta USD 18 mil millones para este año. ¿Buenas noticias? Definitivamente, si seguimos la vieja lógica en la que mayores precios del crudo implican mayores pagos de salarios por parte del Estado, al igual que más bonificaciones a los empleados públicos y mayores importaciones de parte del Gobierno.
Mayores ingresos implican mayor consumo, lo que también sería una buena noticia para el sector privado. Sin embargo, en este punto, surge una pregunta muy válida: ¿los incentivos del Gobierno por trasladar tales recursos a la economía siguen siendo los mismos que en el pasado? En un entorno dolarizado y con pocas opciones para hacerse de divisas por vías tradicionales, el Gobierno deberá inyectar gran parte de tales recursos en bolívares, algo que pudiese derivar en un entorno inflacionario más volátil. En la opinión de quien escribe, eso es poco probable.
Por otro lado, está el nuevo peso del sector privado en el quehacer diario del país. Con el colapso de los ingresos del Gobierno desde 2014 y el nulo acceso al mercado financiero internacional, el rol del Ejecutivo en varias dimensiones del país se ha minimizado, sobre todo en la dotación tanto de bienes (importaciones) como de recursos financieros (divisas y créditos). Hoy en día, el sector privado importa menos de USD 8 mil millones al año, muy por debajo de lo suministrado por el sector público en años previos, además de operar con financiamiento escaso y donde la informalidad afecta en mayor medida el ingreso de los venezolanos. Además, la producción local no petrolera compite en clara desventaja con el negocio importador, debido a un tipo de cambio profundamente apreciado. Por ello, pensar que Venezuela reaccionará de la misma forma a los choques petroleros que antes luce más que ambicioso.
Con los pies en la tierra
¿Es necesario discernir tanto por una simple métrica? Podría decirse que sí. La recuperación del país requiere que los venezolanos tomen decisiones acordes con la realidad de nuestra economía, y así evitar caer en las malas prácticas del pasado donde la ejecución fiscal no rendía cuentas y el sector privado aprovechaba los subsidios de manera indiscriminada. En tal sentido, para que el crecimiento económico deje de ser solo un número, no solo requerimos de cambios profundos en materia económica, política e institucional, sino también que tales planes se valgan del país que tenemos para llegar al país que necesitamos. La economía venezolana en reparación: cuando el <em>cómo</em> importa tanto (o más) que el <em>cuánto</em>.