Por Noel Álvarez*
Un dicho que viene rodando desde la Edad Antigua expresa que, cuando un dictador tiene la soga al cuello, se esconde en los cuarteles desde donde lo deben sacar los propios militares, los ejemplos abundan. Los ciudadanos que viven en democracia, asocian las dictaduras con represión, violación de los derechos humanos, pobreza y disturbios.
Las dictaduras, esos perversos sistemas, han costado millones de vidas humanas, incluyendo los 49 millones de rusos que murieron bajo el régimen del comunista Joseph Stalin y los más de tres millones de camboyanos que fallecieron durante el mandato del revolucionario comunista Pol Pot, líder de los Jemeres Rojos, entre otros dictadores de tendencia marxista. De Stalin, se dice que sus hombres más cercanos lo dejaron solo al momento de su agonía, incluyendo los castrenses más cercanos. Los andinos tenemos un refrán para caracterizar a los que visten de verde: ellos siempre son, hasta que dejan de ser.
En 1979 Pol Pot fue derrocado por una intervención militar del vecino Vietnam. Corrió a refugiarse en la jungla, encabezando nuevamente la guerrilla jemer e imponiéndose de manera sangrienta a cuantos le disputaban el mando. En 1985 se anunció oficialmente su sustitución y en 1997 fue juzgado por un tribunal de guerrilla, en el marco de las luchas internas entre las distintas facciones de los jemeres. Acorralado por la presión militar del gobierno camboyano, por los jemeres disidentes y por el ejército tailandés que le impedía la retirada, murió de un ataque al corazón.
Todas las dictaduras se construyen en torno a un individuo que establece un culto a la personalidad, un solo partido de gobierno o una oligarquía militar. Ellas pueden incluir, o no, algún grado de terrorismo de Estado, pero casi siempre implican confabulación, especialmente la apropiación de fondos estatales para una selecta camarilla de conmilitones. Incluso, después de pagar a los compinches, siempre quedará una gran cantidad de dinero para manejar y ese resto, es lo que de verdad pone a prueba el carácter del dictador, quien podría apropiarse del dinero, lo que usualmente sucede, o usarlo para mejorar la vida de los ciudadanos.
En casi todas las ocasiones, el camino escogido por los dictadores es el de requerir el apoyo de unas pocas personas para permanecer en el poder, entendiendo que la forma más eficiente de controlarlo suele ser a través de la corrupción, el soborno y el chantaje. Es posible que este pequeño grupo le sea leal al tirano, mientras obtienen beneficios de cualquier índole, pero cuando los mecanismos de coacción comienzan a debilitarse o escasean los emolumentos, las solidaridades se convierten en una carga muy pesada.
La profesora Natasha Lindstaedt, especialista en política del Medio Oriente, dice: “En África ha habido algunos impulsos hacia la democracia, pero el hecho de ser países rentistas, dependientes de recursos tales como diamantes, petróleo y minerales, no solo les crea inestabilidad interna, sino que los regímenes gobernantes utilizan esos recursos para comprar conciencias. Tampoco ha habido mucha presión para que estos sistemas se transformen en democracias, ya que son estables y a muchos les interesa su permanencia. Parece que estas aberraciones no solo ocurren en África, también se encuentran a menudo por estas calles.
La frase más lapidaria que he escuchado a favor de recorrer el duro camino hacia la libertad y por ende, no cejar en la lucha contra las tiranías, fue pronunciada por Nelson Mandela: “No hay camino sencillo hacia la libertad en ninguna parte y muchos de nosotros tendremos que pasar a través del valle de la muerte una y otra vez, antes de alcanzar la cima de la montaña de nuestros deseos”.
*Coordinador Nacional del Movimiento político GENTE
Noelalvarez10@gmail.com