Alfredo Infante sj
El 02 de noviembre, día de los fieles difuntos, me encontraba celebrando la Eucaristía en los bloques, uno de los sectores que conforman la parroquia San Alberto Hurtado en la parte alta de La Vega. Haciendo una reflexión sobre el duelo, comenté a la comunidad que toda muerte entraña dolor por ser, entre otras cosas, una ruptura afectiva, una despedida.
Nuestra vida está llena de rupturas y despedidas. La fe no nos exime del dolor, sino que nos da la fortaleza para no sucumbir en el laberinto del dolor; la fe nos libera, sí, de la angustia y del sin sentido del dolor porque nos introduce en el misterio del resucitado. Eso fue lo que experimentaron las mujeres al escuchar las palabras de aquellos hombres que dijeron «no busquen entre los muertos al que está vivo».
En este contexto, pregunté a la comunidad ¿qué muertes estamos viviendo hoy en nuestro país? ¿cuáles van siendo nuestros duelos? En respuesta a la pregunta, la gente hizo una lista de duelos significativos. Entre la lista se enumeró el dolor que nace al despedir en los terminales terrestres y aéreos a nuestros familiares, especialmente a los más jóvenes que se van del país. Entonces, se me ocurrió preguntar ¿quiénes han despedido familiares que han emigrado a otros países? Mi sorpresa fue que todos los presentes levantaron la mano, sólo 02 personas se abstuvieron.
En conclusión: se están despoblando nuestros barrios. Somos un país en duelo por la emigración. La emigración ya no es sólo un fenómeno de clase media, está fragmentando el tejido familiar y social de base. Pero ese mismo día, al iniciar la celebración, se me acercó Marta, una anciana enferma, margariteña de pura cepa, venía a bendecirme y a pedirme la bendición, me comentó que se sentía muy mal de salud y estaba muy agradecida de poder tener la misa en su edificio.
Trasladarse en estos tiempos en La Vega es un auténtico viacrucis. le pregunté a Marta colocando mis manos sobre su cabeza ¿Qué tienes? Ella, con una gran agilidad mental me respondió, ¿que qué tengo? Y tocándose con sus manos su anciano y dolorido cuerpo concluyó «Ay hijo, tengo de todo, lo único que no tengo es comida, medicina y rial pa’vivir como Dios manda». Se echó a reír y le dije «se nota que es margariteña, no ha perdido la chispa y el humor», me miró con picardía y concluyó «Ay mi padrecito, el día que pierda el humor es porque me morí».