Por Johanna Pérez Daza*
Con sus contradicciones y complejidades, Venezuela se ha convertido en una gran interrogante. Una pregunta sin respuestas claras o planteamientos definitorios. Por el contrario, cada incógnita abre un abanico de posibilidades que, a su vez, se ramifican y ceden a otros cuestionamientos en una espiral agobiante que envuelve y revuelve todo. Sin embargo, en medio de la confusión abundan acercamientos que intentan hallar las causas de lo que algunos han calificado como la peor crisis de nuestra historia contemporánea.
Desde el ámbito específico de la palabra se han escrito profusas columnas de especialistas, densos ensayos, entrevistas a profundidad, artículos académicos y de opinión. Más aún han germinado la poesía y la narrativa, dejando constancia de nuestra necesidad de comunicar y contar, de escudriñar en lo hondo, explorar sentimientos y acciones, de susurrar o gritar, según sea el caso y de acuerdo a la búsqueda expresiva que acompaña la travesía de un país que todavía nos cuesta comprender. Ya sea que vivamos en él o hayamos emigrado, que seamos extranjeros arraigados o visitantes de paso, ciudadanos imbuidos en la política o connacionales desinteresados en ámbitos que trasciendan su parcela de cotidianidad, el actual país resulta confuso, difícil de definir o enmarcar en categorías que parecen estancas y obsoletas ante la vorágine indescifrable que lo reviste. Por eso cada intento es un loable esfuerzo por organizar y unir las numerosas partes de un rompecabezas que se descompone y rehace. La novela Dos espías en Caracas de Moisés Naím es uno de ellos.
Ambientada en la capital venezolana de las últimas décadas, esta novela recorre la llegada al poder de Hugo Chávez, un presidente que cambió el curso del país despertando sentimientos opuestos entre los habitantes de la que hasta hace poco fue considerada la nación con la economía más creciente y la democracia más estable de la región. Enfoca también a los actores del tablero internacional, a los gobiernos foráneos que advirtieron el sacudón regional que podía generar el llamativo jefe de Estado y elucubra cómo fueron moviendo sus piezas y diseñando estrategias.
Podemos referirnos a este texto a partir de la negación: no se asienta en la veracidad de los hechos, aunque parte de estos. No se arroja desaforadamente a la amplitud de la imaginación, aunque se nutre de ella. No se apega al rigor de la historia, pero toma de ella lo que requiere para, luego, devolver el turno al lector y aderezar su experiencia con singulares ingredientes.
Conocedor del país y de las dinámicas e intereses externos que interactúan en él, Naím despliega una vasta oferta de interpretaciones en las que se entrelazan condiciones puntales con el contexto nacional. Se detiene en algunos personajes, descubriendo sus emociones, explorando sus miedos, profundizando en sus pasiones. Expone las entrañas del poder y los rostros que adopta. Es una novela que desmenuza episodios recientes ante el desconcierto de quienes los hemos vivido en una sucesión asfixiante que abruma mediante la superposición de tantos acontecimientos que se dificulta recordarlos todos.
Chávez se convierte en el núcleo del que brotan rizomáticamente otras historias. Santería, expropiaciones, listas negras, discursos populistas, transmisiones de Aló presidente, manifestaciones estudiantiles, giras internacionales. Secretos personales y geopolítica se mezclan y confunden. Revivimos algunos hechos e interrogamos otros. Dudamos y constatamos. Es una historia que creemos conocer, pero esta vez es contada sin tamices, incluyendo episodios que suponemos como ciertos, aunque —¡Por ahora! — no los podamos corroborar.
Dos espías en Caracas hace suya la afirmación de Joan Fontcuberta: “el límite entre lo real y lo imaginario es más imaginario que real”. En sus líneas coexisten personajes y eventos reales junto a situaciones imaginadas, improbables, aunque posibles. La vida pública y la intimidad enredan a sujetos fácilmente reconocibles a pesar de que algunos nombres son cambiados. Parecen camuflarse para demostrar que más que el calco fiel de sus perfiles, destacan su identidad y sus roles, sus huellas y relaciones. De este modo van esparciendo pistas que invitan a recordar, a hurgar en la memoria, a escarbar en el archivo noticioso y en la agenda pública que han ido demarcando al país.
La novela, en sí misma, extiende al lector esa labor de espionaje que la atraviesa argumentalmente, de forma tal que debe ir observando sigilosamente para obtener información, a veces acercarse y otras arriesgarse para develar lo oculto. Por eso, más que dos espías, la novela congrega a un número indeterminado de curiosos lectores que van descubriendo e hilvanando hechos, mientras desmalezan el aditivo ficticio para, irremediablemente, asumirlo como un valor agregado.
Militares, políticos, damnificados, un líder religioso, una periodista, miembros de los colectivos, un pran… son algunos de los personajes de esta novela en la que lo individual y lo grupal, lo particular y lo general nos hace reconocer la historia reciente como un revoltijo de circunstancias y cuotas de responsabilidad arropado por los sentimientos que delinean las relaciones humanas: amor, codicia, pasión, soberbia, miedo… las necesidades y anhelos de siempre repartidas entre personajes que se entrelazan conforme avanza la trama que no es más que la aproximación a un país desde la acertada combinación de realidad y ficción. Se trata de un interesante ejercicio en el que el lenguaje luce modesto y la escritura no distrae ni abunda en ornamentos. Describe y sugiere, hace algunas menciones explícitas y deja otras a las anchas del lector.
En este vaivén encontramos otras escenas memorables como un extasiado Hugo Chávez que auto profetiza su grandeza ante la imagen de El Libertador que asume, más bien, como un espejo, en medio del caos del 4 de febrero de 1992, un golpe fallido y una catapulta política que otros actores supieron sintonizar con sus aspiraciones. «Se ve inmerso en el fragor de esas batallas de hace dos siglos. Él y Bolívar son los principales protagonistas. Camina con la barbilla y el pecho en alto. Se siente muy cerca del más grande de todos. Ellos dos son en realidad uno. De tantas maneras», se lee en la novela.
Se presentan detalles de la vida de Hugo Chávez, no solo en su faceta presidencial sino también desde otras etapas, momentos de su infancia, de su matrimonio, de su carrera militar, de las relaciones con sus compañeros, de la construcción de sí mismo como líder político y del afán con el que fue tallando un busto que apetecía el lugar de los héroes desempolvados en su carismático discurso. El lector percibe los contrastes en su carácter y los matices de su personalidad sin saber si ésta se transformó o se reveló, si fue gestándose al calor de los hechos o si despertó de un letargo, incorporándose a una misión que se imponía por encima de cualquier circunstancia por grande o inesperada que fuera. Así lo demostró en la llamada tragedia de Vargas, en diciembre de 1999, desafiando a la naturaleza con el obcecado delirio de hacerla obedecer.
Otras páginas se detienen en las solitarias reflexiones de Chávez y las voces que dentro de él resuenan. Se dibuja a un hombre enmarañado entre su propia ambición y las ansias de diversos sectores, disimiles entre sí, aunque no necesariamente opuestos. En otra escena, una playa caribeña sirve de fondo a un astuto Fidel Castro que manipula sigilosamente al atormentando mandatario venezolano que desconfía de todos en su entorno. De todos excepto del padre político que le inocula un proyecto que le permite sostener y extender su revolución con el denso y espeso influjo petrolero. Se detalla una conversación íntima que el autor parece espiar con cuidado, leyendo los labios, interpretando ritmos, gestos y movimientos, descifrando intenciones: «Fidel es un genio. Acaba de tomar a Venezuela sin disparar un tiro». De nuevo, más que dos espías en Caracas —Eva, de la CIA, y Mauricio, del servicio de inteligencia cubano— Naím parece un tercer espía omnipresente que paulatinamente descubre los intersticios y junta las pistas que habrán de guiar al lector.
El envío desproporcional y desmedido de petróleo a cambio de personal cubano no es más que la cara lavada de una invasión permitida, la prolongada succión de recursos y la toma de control de sectores estratégicos —salud, aparato electoral, administración pública, ámbito militar— de la vida nacional que requiere ser seguida de cerca por un agente experimentado que reportará a sus superiores en La Habana. Por su parte, la discreta observación estadounidense sitúa su vigilancia en los cambios y agitaciones del país con las reservas de petróleo más grandes del mundo, su seguro proveedor.
El realismo político que no conoce amigos sino intereses, se posiciona cauteloso en un contexto en el que cada quien juzga por su condición. Por eso, supone —con experticia y fundamento— que la trova cubana marca el ritmo de la naciente revolución chavista. Los olfatos se activan, llevan años reconociendo hedores y siguiendo rastros. Cada uno despliega su aparato de espionaje, toman previsiones, hacen ajustes. No obstante, las emociones se inmiscuyen, los sentimientos brotan y los objetivos empiezan a confundirse. Las lealtades ahora son frágiles o, al menos, titubeantes. O tal vez siempre lo fueron, quizá eran solo el revestimiento de presiones y amenazas. Acaso toque a los lectores hacer sus propias interpretaciones y, entre hechos y ficciones, tratar de entender las complejidades de un país que, seguramente, sigue siendo observado.
*Periodista e investigadora del CIC-UCAB
Nota: Dos espías en Caracas (2019) se edita bajo el sello Ediciones B. En Venezuela es publicada en 2020 por abediciones, editorial de la Universidad Católica Andrés Bello y Libros El Nacional.