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Docentes en la calle protestando, su grito es nuestro grito

maestros (1)

Por Alfredo Infante, s.j.

En los primeros 25 años de la democracia, nacida del Pacto de Punto Fijo (1960-1985), la inversión del Estado para garantizar el acceso a la educación universal y gratuita fue una apuesta en políticas públicas que revolucionó la vida del país, abriendo a la mayoría de la población las posibilidades de salir de la ignorancia y la pobreza y, en consecuencia, reducir la brecha de la desigualdad. Venezuela se convirtió en modelo de Estado garante del derecho a la educación.

No nos cansamos de repetir que, para entonces, estudiar con esfuerzo y dedicación se convirtió en la mejor herencia que un padre podía legar a sus hijos. “Estudie, mijo, que esto es lo mejor que puedo yo dejarle”, es el estribillo que se repetía hasta la saciedad en los sectores populares, como una suerte de pensamiento alineado para sacar de la pobreza a muchos.

En el imaginario venezolano, democracia era sinónimo de progreso social, expresado en acceso a la educación, salud, trabajo y vivienda, aunque el modelo político era visto como progresivo y perfectible porque, de todos modos, la exclusión social ha sido una constante en nuestra historia.

En los últimos 14 años de la llamada democracia representativa (1985-1999), el deterioro del sistema educativo, especialmente en infraestructura, reducción de cobertura, pérdida de calidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje y regresión en la calidad de vida del docente, fue un signo claro de desinversión y desinterés por la educación como pilar y fundamento de desarrollo de la nación y, en ese tiempo, además, el sistema educativo se convirtió en maquinaria clientelar, al punto que, la mayoría de las veces, no se contrataba por competencia, sino por la membresía a los partidos políticos del estatus.

El deterioro de la calidad de vida llevó a la población a buscar un cambio de rumbo y se ilusionó con una propuesta que ofrecía una transformación radical para la superación de la pobreza y desigualdad. Hoy, 24 años después de aquella decisión, estamos en unas condiciones de exclusión que jamás nos hubiésemos imaginado, es decir, un auténtico salto atrás.

En cuanto al sistema educativo, los datos expuestos en un reportaje de Prodavinci titulado Los maestros perdidos de Venezuela1 –a partir de información del Diagnóstico Educativo Venezolano 2021– nos colocan ante un auténtico deslave. La publicación hace un cuadro comparativo entre la realidad actual y el período más crítico de la democracia representativa y los primeros años del cambio político que nos trajo a este puerto desolado (1997-2002). Entre otras cifras, denuncia que el salario de un docente I perdió el 95 % de su valor en los últimos 25 años, mientras el número de egresados de la UPEL, universidad dedicada a la formación de educadores, se redujo 83 % entre 2001 y 2021.

Ante este escenario, los maestros han salido dignamente a protestar con el deseo, no solo de recuperar la calidad de su trabajo, sino también de recuperar la nación y con ello el destino del país porque, citando al maestro Simón Rodríguez, “Sin educación no hay republicanos, sin republicanos no hay República”.

Nota:

  1. Rojas, I. (2023). Los maestros perdidos de Venezuela. Prodavinci. http://factor.prodavinci.com

Fuente: Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco N° 172, 27 de enero al 02 de febrero de 2023.

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